Mandela ni al tobillo lo alcanzan

No pretendo santificar a quien en vida rechazó que fuese un santo.

“No olvides nunca que un santo es un pecador que persevera”, está entre las frases célebres de Nelson Mandela cuando en vida se le trataba de elogiar.

Muchos son los que pretenden en su fugaz amor por el caído guerrero ignorar que su arma más potente para luchar y vencer a sus enemigos, se cimentó en reconocer sus propias faltas. Mandela se liberó a sí mismo al conquistar los odios, corajes y dominando la venganza que es natural en todos a quienes se nos hace daño.

Ayer en el tributo público en el estadio en Johannesburgo vimos cuán enanos son muchos de los que hablaron en reconocimiento al hombre que en vida dijo: “No quiero ser presentado de forma que se omitan los puntos negros de mi vida.”

A mí me pareció atrevido el que Barack Obama hablara como si estuviese presente en un acto más en que su maestría en la oratoria fuese el principal enfoque. La única salvedad, y a mi entender el principal homenaje a Mandela, fue el estrecharle la mano a Raúl Castro. El Mandela que vivió lo suficiente para comprender que con la violencia y la fuerza no vencería a sus opresores y quién sin usar armas los conquistó, seguro que sonrió.

“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que creía necesario por su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que yo he cumplido ese deber, y por eso descansaré para la eternidad”, dijo, en el 1994, Mandela en entrevista para el documental que lleva su nombre.

Las lágrimas que hemos derramado son por la pérdida que sufrimos y porque Mandela nos deja entre tanto mediocre.

Bajofuego@eldiariony.com