Las medidas extremas de Infantino para la FIFA y el fútbol… mirando a Rusia

El sucesor de Blatter tomó control de la organización con la misma potencia y decisión con que Putin influye en un organismo atado de pies y manos y que planea cambios que tendrán impacto en 'su Mundial'

Gianni Infantino

Gianni Infantino: La FIFA quiere ampliar el Mundial. Crédito: EFE

En tiempos extraños: el gobierno de Estados Unidos dice claramente que Rusia influyó en sus elecciones presidenciales y el tema pasa como una historia más. Tiempos extraños también en el fútbol, porque Vladimir Putin influye cada vez más en una FIFA atada de pies y manos a esa Copa del Mundo Rusia 2018 que se celebrará dentro de un año y medio en el país más grande del mundo.

Atento a todo lo que sea acumular poder, Gianni Infantino hace de la necesidad virtud y aplica en la FIFA técnicas del presidente ruso. Sí, Infantino tomó control de la organización con la misma potencia y decisión con que Putin recupera el rol de una Rusia camino a la arrogancia de los tiempos soviéticos y cada vez más lejos de esos ’90 en los que había bajado sus ínfulas. Si el FIFAGate convirtió al organismo presidido por Joseph Blatter en felpudo de la justicia estadounidense, el nuevo jefe del fútbol mundial tiene un plan bastante diferente: les va a dar a los norteamericanos todo lo que pidan, sí, pero mientras tanto va armando una base de poder que entra en contradicción directa con ese alineamiento con Washington. Necesita cubrirse, y para hacerlo va a ser más Blatter que el propio Blatter. ¿Cómo? La estrategia es simple, lanzar ideas y propuestas revolucionarias sustentadas por un arma de potencia atómica, la de repartir más dinero.

Blatter aprovechó el programa “Goal“, que distribuía dinero para proyectos de desarrollo y la mayoría de las veces se traducía en un voto a su favor. Agotado ese modelo, entre otras razones porque se tornó demasiado evidente, la apuesta infantinista es por la inflación. Cuántos más países lleguen al Mundial –el de selecciones, pero también el de clubes-, mejor. Quizás se devalúen los torneos, pero subirá el valor de Infantino como fuente de poder. Un Mundial con 48 países -el de hoy lo juegan 32-, un Mundial con 32 clubes cuando hoy son ocho. En términos económicos, lo de Infantino es como darle a la maquinita de imprimir billetes. Dentro de poco lo inusual no va a ser jugar la Copa del Mundo. lo extraño va a ser no estar en ella. Así, el enorme mercado que es China se acostumbrará a ser parte estable de esos 48. Lo mismo con Rusia, de presencias inestables en los Mundiales. El sueño infantinista sería garantizar también a la India, pero para eso los muchachos necesitarán primero aprender a jugar en serio al fútbol. En eso están.

Sería sin embargo un error pensar que en los movimientos de Infantino hay muy poco de fútbol y mucho de negocio. Hay, en realidad, buenas dosis de ambos ingredientes, porque ninguno se explica ya sin el otro.

Sin empates en el Mundial

La marca futbolera que quiere dejar Infantino pasa por una decisión nada menor: la muerte del empate. Si el suizo políglota logra en enero que el Consejo de la FIFA le apruebe el proyecto de subir los participantes del Mundial 2026 de 32 a 48, la idea cobrará fuerza, porque será funcional al nuevo esquema de la Copa del Mundo, que contempla 16 grupos de tres países, en vez de los tradicionales ocho con cuatro integrantes. Si un partido en el Mundial terminara empatado a los 90 minutos, se iría directamente a penales, tal como se jugó el Campeonato de Primera de la temporada 1988/89 en Argentina. Habría así siempre un ganador y un derrotado, y se evitaría un acuerdo tácito en el último partido de grupo para que, vía empate, dos equipos avancen de ronda a costa del tercero que quede como espectador.

¿Hay resistencia en la FIFA a esos planes? Difícil saberlo, casi nadie quiere hablar, ni siquiera por SMS o Whatsapp. “No sé si mañana seguiré teniendo trabajo. Lo que hay aquí hoy es un liderazgo arbitrario“, dijo recientemente un empleado de la FIFA al “Neue Zürcher Zeitung“, Pidió mantenerse en el anonimato, claro.

Infantino intensificó su razzia en las últimas semanas y despidió o forzó la renuncia del jefe de la comisión médica, de los máximos responsables del departamento de medios, del jefe del museo de la FIFA y del jefe de seguridad. Thierry Weil, durante años jefe de marketing, abordó tiempo atrás al presidente en público: “Sólo te pido que nos digas abiertamente si ya no querés trabajar con nosotros“. ¿Resultado? Despedido.

Mientras crece el poder del ex futbolista croata Zvonimir Boban, a la nueva secretaria general, Fatma Samoura, casi no se le conoce la voz: en octubre estuvo sentada en una conferencia de prensa junto a Infantino y recién abrió la boca en el minuto 45, Impensable en los años del secretario general Blatter.

Aunque de eso se trata. “Están destruyendo todo lo que huela a Blatter“, resumió otro anónimo superviviente en la FIFA. Infantino no lo desmentiría: por algo hace meses que no atiende el teléfono cuando el que llama es el otrora todopoderoso Sepp.

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