En muy buenas manos
Doctor latino pasó de ser campesino a Neurocirujano
El traje de soldador lo cambió Alfredo Quiñones-Hinojosa por la bata de médico y sus manos pasaron de trabajar en el campo y limpiar tanques del tren a operar cerebros.
Esta historia de superación es la que relata el neurocirujano de la universidad y hospital John Hopkins en su libro Becoming Dr. Q My Journey from Migrant Farm Worker to Brain Surgeon o Convirtiéndome en el Dr. Q Mi travesía de trabajador agrícola emigrante a neurocirujano.
“Yo escogí las historias que yo pensé que van a resonar con la gente, con lo que está pasando en nuestro país. El inmigrante hispano ha sido el punching bag, la bolsa de boxeo, de los problemas actuales”, dijo Quiñones-Hinojosa vía telefónica desde Baltimore.
En el primer capítulo del libro comparte la pobreza que vivió de niño, etapa en la que su hermanita Maricela falleció por no recibir asistencia médica a tiempo, y prosigue a detallar en el resto de capítulos como llegó a ser parte de una de las instituciones de medicina más respetadas de EEUU.
Aseguró que su propósito no es ser arrogante al relatar su vida en este libro, que sale a la venta en inglés este sábado y cuya versión en español saldrá en el futuro, sino servir como modelo a seguir para la comunidad latina, en especial para los jóvenes de este país.
“Ojalá que la gente se dé cuenta que mi historia es una historia regular, de un tipo que llegó a Estados Unidos con un sueño, que ha estado trabajando, sacrificando y trabajando sin parar para lograrlo. Y ojalá que en 15 años, en vez de que mi historia sea especial, sea común, que haya muchas personas profesionales y que cambiemos esas estadísticas negativas del país y eso nos va a beneficiar a todos como nación”, expresó el egresado de la Universidad de Harvard.
A los 19 años, frustrado por las faltas de oportunidades en su natal México el ahora catedrático cruzó la frontera hacia Estados Unidos con solo 65 dólares en el bolsillo y sin los documentos legales necesarios.
Para sobrevivir y ayudar a su familia de bajos recursos, trabajó en los campos de tomate y limpiando y removiendo azufre con una pala.
En varias ocasiones estuvo a punto de morir pero esto no lo detuvo de seguir teniendo grandes aspiraciones. A los siete años, soñaba con ser astronauta tras admirar las estrellas del cielo.
“A todos les daba gracia que yo era el soñador y todavía no se me ha quitado. Sigo soñando que a través del laboratorio en el que trabajo vamos a encontrar una cura contra el cáncer y que la gente hispana un día va a ser la más educada [académicamente] y aunque les dé risa, saben que hay algo de realidad”, comentó motivado.