Para coronar una reina

Como en Colombia “habemus” reinas a toda hora, es bueno mantener en la maleta algún discurso para coronar a alguna de ellas. El siguiente es el discurso que habría pronunciado si me hubieran invitado a coronar a la nueva Miss Colombia, Daniella Margarita Álvarez Vásquez:

Frágil Daniella:

En tus medidas jamás se oculta el sol. Tu solita eres un cocuyo que se alumbra a sí misma (en todo cocuyo hay una central hidroeléctrica en miniatura).

Con tus colegas de cintura de avispa le has mejorado el currículo al mar caribe que, como en el verso del suicida Lugones, “bramó alrededor de tu cintura” estos días de noviembre, un mes con cuerpo de mujer.

Eres una amazona que cabalga sobre el mar. Tan linda eres que provoca no creer en Dios. Verte no da sueño, digámoslo con Borges que nunca amó. El amor se lo dieron en prosa y en verso. Y en silencio de luz, uno de los nombres de su espléndida ceguera.

En la guerra de “colas” (caderas) que el país voyerista siguió por televisión, ganaste por varias letras de ventaja. Al español Blas de Lezo, disminuido físicamente por sus enfrentamientos con los piratas ingleses, le gustaría tener los brazos intactos para darte un estrechón rompecostillas. Y de pronto morderte la oreja.

(Aprovecho para hacerles un homenaje a las feas. Para todas las mujeres hay paraíso. Mejor dicho, no hay mujeres feas, sino mal “fotoshopiadas”. O perezosas, según Coco Chanel).

Reina: eres un sueño de tacón alto. Suspiro reprimido de santo. Estornudo de una manifestación de dioses.

Tu cuerpo es un soneto al revés. Los dos certeros tercetos arriba y los dos cuartetos en el “derrière”, donde la espalda pierde su nombre para convertirse en colina por partida doble.

En el Ecuador de tu cuerpo se mece orgulloso el ombligo, centro de tu universo que notifica las 24 horas por dónde pasa el meridiano del sexapil. A los cachacos, como nos dicen en Colombia a los del interior, nos queda la precaria opción de alegrarnos con tus apellidos de estirpe montañera.

Cuando te despiertas aligerada de cosméticos, pareces una mentira con los ojos azules. No importa, enseguida vendrá el cosmetólogo que pondrá las cosas en su sitio. Y te devolverá la belleza perdida durante el sueño.

Desde cuando tuvo uso de razón, tu ángel de la guarda rompió su voto de castidad. San Antonio soltó el muchachito, dirían los chistosos de la televisión. Miras dulcemente, como si tuvieras manos de pianista.

Después de tantas veladas en Cartagena, tus músculos de la risa están que entran en cese indefinido de actividades. Has sacado todo un Ph. D. en sonrisas como si te empeñaras en demostrar que tu cara no es tierra fácil para la tristeza.

Deberías darte un semestre de descanso para recuperar tantas risas dilapidadas. Y darle reposo a los músculos faciales.

Mándales el primer suspiro de tu reinado a los alebrestados en armas a ver si regresan a sus ternuras familiares. De pronto tu mirada dulce como un cubito de azúcar, es capaz de lograr lo que no se conquistó en las chácharas de reconciliación celebradas hasta hoy.

Como reina, colega periodista, tienes el físico de un atleta del decatlón para soportar la “explotación” que sufriste estos días. Como tus colegas las bellas de la aldea global, no estás hecha de carne y hueso, sino de fatiga y estrés.

Ya no tienes sueños, los sueños te tienen a ti. Estas palabras terminan diciéndote, sin originalidad: tú no naciste, a ti te inventaron. Felicitaciones.

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