Energía sin fin Crítica teatro: La energía de ‘American Idiot’ no tiene fin

El musica de Green Day, 'American Idiot', que se está representando en el Ahmanson de Los Ángeles, es un festival de intensidad escénica

Scott J. Campbell, Van Hughes y Jake Epstein en un instante de 'American Idiot', cuya gira nacional llegó esta semana a Los Ángeles.

Scott J. Campbell, Van Hughes y Jake Epstein en un instante de 'American Idiot', cuya gira nacional llegó esta semana a Los Ángeles. Crédito: CenterTheatreGroup

El álbum de Green Day, American Idiot, es considerado como uno de los más importantes de la historia de la música reciente. Sus temas , como Boulevard of Broken Dreams, Wake Me Up When September Ends, American Idiot o el opus Homecoming, dieron al disco una hegemonía narrativa inusual, que pocas veces contienen los trabajos de las bandas contemporáneas.

Así que la idea de trasladar esa narrativa al escenario, hilvanando una serie de historias con sus respectivos personajes no fue, en absoluto, una idea descabellada.

American Idiot, el musical, se estrenó en Broadway, tras sesiones previas en Berkeley, en 2010, siguiendo la composición de Billie Joe Armstrong, líder de Green Day, y con un libreto co-escrito por este y Michael Mayer, quien también ejerció funciones de dirección de la obra, que esta semana llegó a Los Ángeles.

La excusa argumental, tan nimia que resulta el principal handicap de la obra, sigue a tres personajes: Johnny, también conocido como “Jesus of Suburbia”, que se marcha de su localidad natal, la ficticia Jingletown, USA, con el fin de triunfar en el mundo de la música, solo para toparse con la cruda realidad y una traicionera adicción a las drogas; Will, el mejor amigo de Johnny, que no puede marcharse con este porque deja embarazada a su pareja, Heather, lo que lo sume en una profunda depresión acentuada por el alcohol; y Tunny, quien termina alistándose en el ejército y siendo enviado a combate.

Las circunstancias de su regreso a Jingletown, USA, un lugar donde la televisión es el único referente cultural, por así llamarlo, y donde el 7Eleven local es punto de encuentro social, guían American Idiot, que sostiene el nivel de atención de las audiencias no gracias precisamente a la historia, sino a la música y, sobretodo, a las energéticas actuaciones de su reparto.

Cuando la obra se representeó en Nueva York, lo hizo en el St. James Theatre de Broadway, con un decorado único pero espectacular (ganó dos premios Tony, a la Mejor Iluminación y al Mejor Diseño escénico): seis niveles en los que los actores podían desplazarse, moverse, saltar y bailar, rodeados de televisores en constante funcionamiento.

En el Ahmanson Theatre, desafortunadamente, el decorado ha sido reducido casi a la mitad, algo que, no obstante, no afectará a la impresión del musical en aquellos que nunca lo hayan visto.

Porque, al fin y al cabo, es en instantes como los dos primeros números —American Idiot y Jesus of Suburbia— o en las rendiciones de Boulevard of Broken Dreams, Too Much Too Soon, 21 Guns, el extraordinario Wake Me Up When September Ends y Good Riddance (Time of Your Life), que cierra la obra tras el cierre de cortina, donde American Idiot agarra al espectador y no lo deja escapar.

Hay una energía radiante, apoteósica e incesante en la mayor parte de su duración -nunca interrumpida por un intermedio- que permite dejar de lado lo predecible y convencional de su propuesta.

Por lo que respecta a los actores, tanto Van Hughes como Jake Epstein, en los papeles de Johnny y Will, aúnan a la perfección los requisitos de unas actuaciones tan exigentes, mientras que en secundarios como Joshua Kobak (quien da vida a St. Jimmy, el alter ego de Johnny y traficante de drogas), Scott J. Campbell (como Tunny) o Gabrielle McClinton (encarnando a Whatsername, la joven de la que se enamora Johnny), muestran más entusiasmo que tablas.

Aún así, hay que reconocer que American Idiot no cae en la trampa de musicales teóricamente revolucionarios como, por ejemplo, el muy mediocre Rent, y deja de lado lo que podría haber sido un tono pretencioso para ser, simplemente, un musical correcto, reflejo de su tiempo.

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