Elvira Arellano sigue su lucha

A cuatro años de su deportación su mayor triunfo fue haber mantenido unida a su familia

Elvira Arellano dejó su santuario en Chicago y ahora ha encontrado nuevas causas.

Elvira Arellano dejó su santuario en Chicago y ahora ha encontrado nuevas causas. Crédito: Gardenia Mendoza / La Opinión

HUEHUETOCA, México.- Desde la ventana por la que Elvira Arellano mira al exterior, observa todos los días una bandera puertorriqueña. Las franjas rojas y blancas con una estrella solitaria hondean cerca de su rostro, sostenidas por brazos de jóvenes boricuas que montan guardia día y noche.

A la activista fundadora del nuevo movimiento Santuario en Estados Unidos se le hace un nudo en la garganta y se aguan sus ojos como reflejo de su memoria.

“Creía que la bandera era sostenida por una asta clavada en el suelo, pero la sostenían ellos y gracias a ellos no me echó la migra”, concluye la activista fundadora del nuevo Movimiento Santuario en resumen de uno de sus más gratos recuerdos del encierro que durante un año vivió en Chicago en la Iglesia Adalberto Metodista Unida.

Arellano prolongó así la deportación en Illinois, pero finalmente se concretó en La Placita Olvera, de Los Ángeles, el 19 de agosto de 2007, hace cuatro años, cuando protestaba contra la separación de familias.

“En ese tiempo aprendí lo importante que es una comunidad comprometida como la de Puerto Rico”.

Así regresó a México con el corazón entrenado para la solidaridad y desde entonces tomó su propia bandera para defender a otros “sin papeles”: los centroamericanos indocumentados en México.

Parada entre bolsas se arroz, sal y frijoles, enciende la estufa, pica ajos y cebolla; trastea en el recién fundado albergue San José, ubicado en este poblado conturbado de la capital mexicana, una de las regiones de mayor xenofobia del país: el refugio anterior fue cerrado hace unas semanas por rechazo de los vecinos.

“Ella es aguerrida, resistente, seria y apasionada”, describe Rubén Figueroa, defensor de derechos humanos, quien la observa trabajar empeñosa, como cuando se suben juntos a “La Bestia”, el tren de carga que utilizan clandestinamente los inmigrantes como medio de transporte para atravesar el país rumbo a Estados Unidos.

Ambos activistas son “los arquitectos descalzos” del Movimiento Migrante Mesoamericano (M3), organización no gubernamental que desde 2006 visibiliza las desgracias de los indocumentados en México: robos, secuestros, asesinatos, violaciones.

“Elvira se sumó a M3 y hace el activismo de piso: las marchas, las caminatas, las movilizaciones”, especifica Marta Sánchez, dirigente de la organización no gubernamental.

En sus siete viajes “a lomo” del ferrocarril, Arellano ha vivido la experiencia de despertarse a media noche, y preguntarse exaltada, “qué diablos hago aquí”, al pensar en su hijo Saúl que ya es un adolescente de 13 años que estudia la secundaria y quiere ser médico cirujano.

El jovencito nacido en EEUU la acompaña en algunas vacaciones a los albergues, pero no a los recorridos del tren, donde a su madre ha padecido intimidaciones de los narcotraficantes, de los Zetas y de borrachos que con machete en mano imponen su ley como si siguieran en sus barrios, fanfarroneando con la pandilla.

“Cuando tengo miedo digo, ‘Dios, permíteme vivir para seguir denunciando lo que pasa a los migrantes, la vergüenza que siento por los abusos en mi país”.

Lo cierto es que esta mujer de 37 años tiene además otras razones para seguir en pie, como madre soltera y consigo misma: el 4 de julio terminó la preparatoria. “EEUU celebraba su independencia y yo la mía”-bromea- y en los próximos días presentará el examen en una universidad privada de su natal Maravatío, Michoacán (Occidente) donde estudiará leyes.

El nuevo albergue en Huehuetoca para el que Elvira recolectó víveres y ropa quedará en adelante en manos de otros colectivos defensores de migrantes que junto con M3 apoyaron su apertura.

“Ahora no tengo un solo peso, pero sé que podré pagar las colegiaturas porque Dios ayuda a los que dan y sé que habrá gente que me apoyara”, confía ante su hijo que la escucha con atención, como cuando iban de casa en casa en Tijuana para pedir el voto para que ella lograra una diputación. “Ella quería y yo le ayudaba”, dice Saúl.

Al final de cuentas, Arellano ha logrado la principal lucha a la que ha dedicado buena parte de su vida: mantener a su familia unida.

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