Los nuevos filántropos

Nunca se miente tanto en Colombia como estos días. Todo por culpa del juego de azar llamado baloto que está jugando 50 millones de dólares, en pésimas matemáticas.

Al país se le crece la nariz. Todo el mundo saca a relucir su generosidad. Somos espléndidos con lo que no tenemos. Hacemos la reforma agraria con la tierra ajena.

La promesa de que redistribuiremos la riqueza en caso de ganar, lo utilizamos como mantra para que los dioses que reparten el vil metal nos consientan. Eso pasa hasta en las mejores familias, en todos los países.

Mientras muchos añoramos iniciar el cursillo de Bill Gates, el presidente de Uruguay, José Mujica, predica que pobre no es el que tiene poco, sino el que desea mucho. Y sigue repartiendo el 90% de su salario mensual (12 mil dólares mensuales).

En los centros comerciales no conocen a Don Pepe. No compra. Deja para el pan, el mate, la gasolina, los libros y adiós. El viejo tupamaro prefiere la alegría de vivir sin estrés.

Me gustaría tener plata solo (¿¡) para experimentar la precaria vanidad de ser millonario. Como también me gustaría escribir “mal” como dicen que lo hace Paulo Coelho, y vender millones de ejemplares. Después regresaría a mis inofensivas metáforas.

Ahora, si en la noche del sábado me quedé con los millones del baloto, seguiré escribiendo la columna Papeles para despistar al enemigo. Tal vez utilizaré menos adjetivos y más adverbios. (Obviamente, seguiré escribiendo si la dirección del periódico no me pone de patitas en la calle).

Aunque el baloto no me desvela -créanme- porque a mí la plata me la dieron en gente, en el oficio que escogí para poder comprar los garbanzos, el periodismo, y en salud: ha sido tan buena que tendré que morir aliviado. “Y el día esté lejano”. Para mí, estar vivo vale por todos los balotos.

Los que vivimos en divertido déficit bromeamos diciendo que hay gente tan pobre que lo único que tiene es plata. O que lo malo de la pobreza es que lo coge a uno sin un peso.

Pero si corono el baloto sospecho que escogeré a quién saludo y a quién no. Difícil escapar a la condición de arribista que otorga el poderoso señor “Don Dinero”. Me pareceré al general De Gaulle quien en los besamanos en el Elíseo solo saludaba a quienes le interesaban.

Aprovecharé el “neorriquismo” para premiar a los Agustinos Recoletos que trataron -en vano- de desasnarme en mis años cada vez menos mozos. Los frailes enseñaban, con san Agustín, que la riqueza no está en tener mucho, sino en necesitar poco.

Tengo apartada respetable suma para levantarle estatua a la señorita Esilda Bahos, la maestra del kinder que me encariñó con las vocales y las consonantes.

El tío Jorge que me invitó a los primeros aguardientes y financió las escaramuzas eróticas en las que dejé la castidad, tiene asegurado tardío mármol para su lápida.

Que el padre Diego Jaramillo, el orientador del Minuto de Dios, una vieja fundación creada para ayudar a los desposeídos, cuente con platica para sus destechados. Del padre García-Herreros, el fundador, heredó su condición de imperturbable rico sin plata. Sabe que lo importante no es tener dinero sino coleccionar amigos ricos.

Mejor le pongo punto final a estas líneas y me voy a comprar el baloto antes de que otro “filántropo” de media petaca me madrugue.

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