Con el alma dividida
La historia de tres madres migrantes que dejaron a sus hijos para poderles dar una vida mejor
Primero de una serie de dos partes
Mientras que en los medios de comunicación se debate si las mujeres pueden tenerlo todo, éxito laboral y familia, poco se conoce del dilema de otras mujeres.
Ellas son las inmigrantes sin documentos que trabajan como niñeras en los Estados Unidos y que a cambio de un trabajo han pagado una cuota emocional elevada: vivir físicamente alejadas de sus hijos.
El sentimiento de culpa entre las madres trabajadoras es conocido, pero poco se sabe del drama de las niñeras indocumentadas que cuidan y dan cariño a niños ajenos mientras que a sus propios hijos sólo pueden contactarlos por télefono porque viven en el país de origen.
He aquí la historia de tres madres inmigrantes: una mexicana que prometió a sus hijos volver pronto pero como no lo ha podido hacer vive atormentada por su promesa incumplida. Una salvadoreña que se esfuerza por regalar a sus niños cosas materiales porque no puede estar ahí con ellos, inculcándoles valores y aplaudiendo sus logros y finalmente una argentina quien tras catorce años de separación se reencontró con sus hijos.
Fernanda Areal, de 51 años, regresó a su natal Argentina tras vivir catorce años separada de sus hijos, tiempo en que sus tres hijos estuvieron bajo el cuidado de la abuela.
La maestra argentina, quien renunció a su carrera profesional para trabajar como niñera en San Diego y Los Ángeles, aceptó hablar – vía telefónica– de su reciente reencuentro con sus tres hijos.
¿Qué gano y qué perdió?
“Valió la pena porque mis hijos ahora que ya están maduros, son unos jóvenes que ya han hecho sus vidas independientes y están muy agradecidos. Pero se perdió la expresión corporal, mis hijos no son de venir a darme besos y abrazos y a veces estos son tan necesarios”, indica Areal.
En 1998 renunció a su trabajo como maestra de primaria en Buenos Aires, pues el salario que ganaba, 450 dólares al mes, no era suficiente para sostener a sus hijos Agustín, de 15 años; Fernando, de 13 y Guillermo, de 12.
Ese mismo año voló, ayudada por su visa de turista, de Buenos Aires a Los Ángeles en donde empezó a trabajar en la limpieza de baños públicos y niñera.
En 2005 fue contratada, en Chula Vista, en el condado de San Diego, para cuidar a un bebé de 40 días y sus hermanitos de 4 y 6 años.
Durante cuatro años hizo todo tipo de tareas: cuidó niños, cocinó, limpió, atendió tareas y necesidades afectivas . “Me sentía bien pensaba que daba a otros niños el cuidado y afecto que no podía darle a los míos”, dice Areal.
Su patrona era una empresaria latina quien pasaba mucho tiempo fuera de casa y las jornadas de la niñera se extendían más de ocho horas. Peor aún, los hermanos de la patrona empezaron a llevar a sus hijos para que la niñera los cuidara pero sin pagar por el servicio. Areal renunció y encontró un nuevo trabajo como niñera.
“Hace poco, platicando con mi hijo me dijo, ‘De que sirve usar un par de Nikes si nunca te pude contar cuando le di el primer beso a una chica”, dijo Areal.
¿Fue una mala decisión emigrar a los Estados Unidos? “Hoy me doy cuenta que si tuviera que hacerlo por necesidad lo volvería hacer, pero si me hubieran mostrado como en una película todas la perdidas que iba atener, sinceramente, no lo haría”, concluye Areal.