Un celular prestado

Celular.

Celular. Crédito: Shutterstock

Papeles

Prestar el celular es tan insólito como prestar la ropa interior. Prestándolo, corremos al albur de que nos pillen con las manos en la masa. En muchas masas. Un celular en el lugar equivocado puede volver fugaz un amor eterno.

Lo entendí la vez que le presté el celular a mi yerno que estaba de paso en Bogotá, por asuntos laborales. Como no podía echar pie atrás, le envié el siguiente correo:

Míster Joshua, ya que tendrás mi celular durante tu fugaz paso por este país del Corazón de Jesús, en quien no crees, te advierto sobre algunas llamadas que podrían escandalizarte.

Te doy pautas sobre el manejo de un celular ajeno, implorando que me guardes la espalda. Solidaridad de género que llaman. No quiero que en casa me pongan a dormir en el cuarto de san Alejo, el de los trastos viejos, inservibles:

– Ante una ansiosa llamada femenina, puedes revirar: Plan A: Yo no sé nada, no respondo, no conozco a ese señor. Plan B: Me encontré este celular olvidado en un motel, o abandonado en la banca de un parque.

– Si la vieja, perdón, si la dama que llama dice de entrada: “Hola, mi amor”, y no es tu mujer, cuelga. Si puedes, “cógele la placa”, o sea, pregúntale quién es. Si insiste, para desembarazarte de ella me puedes delatar: “Imposible: el dueño del celular es un buen hombre, no quiebra un plato, tiene dos hijos. Su espléndida hija es mi esposa”.

– Si alguna dama otoñal (no hay quinceañeras en mi hoja debida) llama para exigir que mande plata para pagar el arriendo y/o el mercado, dile que se equivocó de teléfono.

-Si otra llama para informar que la “rana dijo sí”, o sea, que está embarazada hace tres meses, te autorizo para decirle que el dueño del cachivache padece disfunción eréctil aguda, que si no le alcanza para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad.

– Si pregunta por mí una voz porno, de línea caliente, de mujer fatal, ronqueta, aguardientosa, como la de Chavela Vargas, me ubicas de inmediato. No es un favor el que te pido: es una orden.

– Si sospechas que la fémina aspira a heredar mis propiedades o mi austera pensión, desanímala. Háblale mejor del reglamento del fútbol americano, un deporte que parece inventado por ortopedistas para hacer plata juntando huesos dispersos.

– Si la llamada es para ofrecerme algún trabajo puedes decir que sí, siempre y cuando no haya mucho qué hacer, y el salario sea de esos que harían parecer enanas las pensiones obscenas de algunos exmagistrados de las altas cortes.

– Si es para ofrecerme la dirección de The Washington Post o de Le Monde, periódicos en los que me habría gustado trabajar así fuera sirviendo café, coméntales que ese “man” ya no le escribe una carta a su mamá, y que “sorry”.

– Finalmente, si me necesitan para escribir cartas de amor o desamor, redactar obituarios, discursos de posesión, decir palabras para enterrar una fiel mascota, inaugurar una licuadora o correr un catre, diles que pronto me devolverás el celular. Jehová te lo pagará.

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