Cuba, sus prisas y sus pausas

Llegó el momento de que los ciudadanos empiecen a saber qué futuro les espera con esas transformaciones

Un anciano pesca en la Avenida del Puerto, en La Habana, Cuba, en un área que será restaurada como parte de un proyecto para reanimar la zona y potenciar su uso recreativo, social y turístico.

Un anciano pesca en la Avenida del Puerto, en La Habana, Cuba, en un área que será restaurada como parte de un proyecto para reanimar la zona y potenciar su uso recreativo, social y turístico. Crédito: EFE

Desde que comenzó el proceso de cambios en Cuba, emprendido por el gobierno del general Raúl Castro, varias han sido las modificaciones de la férrea estructura económica y social encaminadas a buscar un último fin: sacar del letargo económico a la isla, procurar hacer eficiente un esquema productivo que, encallado en sus restricciones, controles y contradicciones, hacía agua por todas partes.

Luego del anuncio de la voluntad gubernamental de introducir “cambios estructurales y conceptuales” capaces de “actualizar” el modelo, a raíz del último Congreso de Partido Comunista (2011), único y gobernante en el país, se aprobó el documento bautizado como “Lineamientos de la política económica y social cubana”, que estipula las trasformaciones a realizar en los años que corren y en el futuro inmediato.

El propósito del documento programático, muy preciso en algunos rubros pero más vago en otros, es fijar guías y compromisos para los movimientos menores y los mayores que se pretenden realizar.

En varias oportunidades, ante reclamos o críticas de que el ritmo de los cambios ha resultado demasiado lento para un país aquejado de problemas sociales y económicos que van desde la más alta superestructura y la macroeconomía hasta la complicada vida diaria de los ciudadanos, Raúl Castro ha reaccionado siempre diciendo que el compás de las transformaciones se hará de acuerdo a planes meditados, para evitar la ocurrencia de nuevos errores. Un tempo que él mismo ha calificado de “sin prisa pero sin pausa”.

Recientemente, el vicepresidente de los consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, ratificó algo que el presidente ya había anunciado.

Si hasta ahora las transformaciones económicas y sociales se han concretado a leves (o no tan leves) movimientos en las relaciones de producción, de propiedad y en los derechos ciudadanos (revitalización del trabajo privado, creación de cooperativas agropecuarias y obreras, repartición de tierras en usufructo, o la trascendente reforma migratoria que permite viajar a una gran mayoría), los cambios que se deben producir en estos años tocarán con mayor profundidad las estructuras esenciales del sistema.

En sus palabras: “Hemos avanzado en lo que era más fácil, en las soluciones que requerían menos profundidad de decisión y de realización y ahora nos van quedando aspectos más importantes, más decisorios en el desarrollo futuro del país, y también más complejos”.

Lo intrigante es que ninguno de los dirigentes especifica cuáles serán esas modificaciones, en qué esfera actuarán y cuál será su profundidad. Y apoyan su respuesta argumentando que todo está programado en los mentados “Lineamientos…”.

Pero un hecho de trascendencia internacional cayó como un peso importante en la balanza con que se toman las decisiones en Cuba.

La muerte del presidente venezolano Hugo Chávez, principal apoyo político y socio comercial cubano mediante intercambios avalados por convenios bilaterales y regionales —los de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA)—, resulta, sin duda, un elemento que La Habana no puede tomar a la ligera.

El triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones venezolanas da a Cuba un importante respiro, habida cuenta de las promesas de Maduro respecto de la isla y la fidelidad que mantendrá al pensamiento y los compromisos chavistas.

Pero nadie duda de que sin Chávez, la situación interna de ese país se podría complicar de muchas formas, y la estrecha relación con esta isla del Caribe, al menos en lo económico, podría sufrir eventuales alteraciones debido a esas imprevisibles complicaciones en la realidad doméstica venezolana…

Esta nueva coyuntura con toda seguridad ha debido ser contemplada por el gobierno cubano, con independencia de declaraciones políticas o incluso de silencios. Y la circunstancia tendría que incidir en el ritmo de los cambios internos.

La delicada situación económica del país reclama eficiencia, inversiones (incluidas, por supuesto, las de capital extranjero), nuevas redefiniciones de las relaciones productivas, una actualización en el empleo estatal y privado de las nuevas tecnologías.

Mientras, la complicada trama social, tan diversa de la que había a principios de la década de 1990 (cuando se desató la crisis profundísima provocada por la desaparición de la Unión Soviética), obligan a un realismo y una dinámica mayores en el proceso emprendido, teniendo en cuenta que un porcentaje notable de la población cubana la integran jóvenes con ideas y perspectivas diferentes y también que mucha gente lleva más de 20 años luchando por la supervivencia, con bajos salarios y problemas objetivos de todo tipo.

¿Habrá llegado el momento de acortar las pausas y alentar la prisa? ¿Y el momento de que los ciudadanos empiecen a saber qué futuro les espera con esas transformaciones más profundas y complejas, que podrán definir el destino del país y, seguramente, sus propias vidas? Parece que sí.

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