Muerte de un ícono mundial

BUENOS AIRES.— Una profunda tristeza provocó en organismos de derechos humanos de Argentina, único país del mundo donde genocidas cumplen condenas emitidas por tribunales nacionales, el deceso de Laura Bonaparte, Madre de Plaza de Mayo.

Laura Bonaparte, quien se exilió en México y se convirtió en un ícono internacional de los derechos humanos, murió la víspera en Buenos Aires a los 88 años de edad luego de una larga enfermedad.

El triunfo de la larga lucha por la memoria y justicia llevada a cabo en este país se debe en parte al trabajo incansable que realizaron mujeres como Bonaparte para que los crímenes de la última dictadura militar (1976-1983) fueran castigados.

Bonaparte fue una víctima que sufrió en carne propia el genocidio, ya que los represores secuestraron y desaparecieron a tres de sus cuatro hijos, a dos de sus yernos y a su esposo.

La pérdida de seis seres queridos no amilanó a una mujer que, desde su exilio en México, a fines de la década de 1970, inició una campaña internacional para que la desaparición forzada de personas fuera declarada delito de lesa humanidad.

Su figura fue creciendo gracias a un trabajo de coherencia que la llevó a actuar como observadora de Amnistía Internacional en los campos de refugiados en El Salvador y Guatemala, durante la guerra en Centroamérica.

Años después, Bonaparte viajó a Líbano para denunciar las violaciones a los derechos humanos cometidas por la invasión del ejército israelí y a Bosnia para solidarizarse con las víctimas del exterminio étnico de serbios y croatas.

Su vida quedó plasmada en el libro “Laura Bonaparte. Una Madre de Plaza de Mayo contra el olvido”, escrito por la periodista francesa Claude Mary y publicado por la argentina Editorial Marea en 2010.

Antes, el escritor argentino Julio Cortázar se inspiró en la historia de esta Madre de Plaza de Mayo para escribir el conmovedor cuento “Recortes de prensa”, el cual viene incluido en el libro “Queremos tanto a Glenda”.