El tamaño promedio
Papeles
Metro en mano, fabricantes de condones se dieron a la tarea de medir el tamaño promedio del juguete que los colombianos solemos llevar en el único sitio posible. Ese versátil cachivache nos permite descansar fisiológicamente, y mantener poblada la tierra.
Hay escenarios en los que el colombiano suele exhibir su virilidad: en la plaza de toros donde el matador exhibe su notorio apéndice detrás del forrado traje, sin duda para distraer y acobardar al miura, y, de paso, alborotar los tendidos llenos de miradas femeninas y algunas neutras; cuando contra cualquier prosaica calle; y en las manifestaciones de nudistas criollos para decirle no a la guerra.
A ninguno de mis amigos consultaron sobre el tamaño de lo que los franceses denominan eufemísticamente la “petite différence”. Se trata, pues, de una investigación realizada a nuestras espaldas.
El insólito trabajo de los medidores de pipis arrojó un resultado que no sé si debe alegrarnos, preocuparnos, o todo lo contrario. Esto dependerá en última instancia del promedio mundial que, por lo pronto, es un misterio.
En Colombia, el pipí promedio del varón domado es de 12 centímetros, con un margen de error de dos centímetros. Podríamos decir con los arquitectos que “dos centímetros no son desplome”.
Aunque en este caso conviene recordar lo que dicen la sabiduría popular y los sexólogos: “Lo importante no es lo ‘gande’ ni lo ‘gondo’, sino donde lo pongo”.
Para llegar a este histórico promedio nacional, sería bueno establecer cuánto les debemos a nuestros colegas machos de la costa norte colombiana, quienes suelen mirarnos a los cachacos con una despectiva sonrisa desde el pent house de su eréctil importancia.
Les encanta saber que, sobre todo entre la población femenina, suscitan una mezcla de ilusión, expectativa y miedo cuando se habla de penes a cero metros sobre el nivel del mar Caribe.
Encontrado el escurridizo promedio, para ponerse a tono con las normas internacionales y con las exigencias del mercado interno, el gobierno, a través del ministerio de Comercio Exterior autorizó en su momento la ampliación de las importaciones de condones.
En Colombia, todo nos llega tarde, hasta el invento del doctor Condón en sus nuevas y justas proporciones. Hasta el sol de hoy, los chichís de Macondo estaban condenados a la camisa de fuerza de preservativos que no excedieran los 12 centímetros.
Para tomar la audaz determinación el ministerio tuvo en cuenta, seguramente, que el aumento de la productividad nacional tiene mucho que ver con la capacidad que tenga la población de horizontalizar el amor sin traumatismos.
El menú disponible en el Wall Street de los condones -incluidos los que regalan en los semáforos en épocas preelectorales- generaba múltiples inconvenientes porque cuando la pareja estaba en el clímax del asunto, algo solía fallar en el plástico. La situación provocaba pánico a bordo, lo que obligaba a barajar y dar de nuevo, sexualmente hablando. Y en erotismo, repetir entusiasmo, es decir, erección, no es fácil.
Los condones se han ido sofisticando tanto que llegará el día en que los chinos, los nuevos piratas con los ojos bien abiertos, desarrollen preservativos desde los cuales se puedan enviar y recibir correos electrónicos. O disparar contra un enemigo.
Si de verdad quiere reactivar la economía, y dando como un hecho la aceptación del sexapil colombiano en otras tierras -nadie es profeta en la suya- el gobierno debería promover ahora la exportación de los doce centímetros, con o sin los dos de desplome. Me alquilaría para la exportación pero ¡ay!, sino me alcanza para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad.