‘Riddick’ sabe cómo entretener. Y nada más
Vin Diesel convierte a 'Riddick' en un ejemplo de cine 'popcorn'
Hay algo ciertamente único en Vin Diesel. Al igual que Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone, no puede ser calificado de “actor extraordinario”, aunque, de vez en cuando, ha dado muestras de unas cualidades dramáticas considerables (caso de Find Me Guilty).
Pero Diesel, con su voz grave y presencia imponente, tiene algo de ese don que sólo poseen las grandes estrellas de cine (que no siempre son los mejores intérpretes): carisma.
Los primeros minutos de Riddick dejan a su personaje, que da título al filme, prácticamente a solas en un planeta sin nombre, donde debe enfrentarse a mil y un peligros.
Es una especie de High Noon, pero futurista, y sin diálogo alguno.
En Diesel y, por extensión, en la puesta de escena de David Twohy quien repite tras las cámaras después de los dos títulos previos de la saga, la muy interesante Pitch Black (2000) y la olvidada The Chronicles of Riddick (2004) existe una visceralidad que podría definirse como fascinante, un regreso a lo primitivo, a lo esencial, tanto desde un punto de vista cinematográfico como humano, en esa descripción desoladora de la supervivencia individual.
Claro que Riddick no es un filme de Ingmar Bergman, y no hay que buscarle muchas complicaciones a su posterior desarrollo.
Porque no las tiene.
Tan pronto como los restos del argumento de la segunda entrega son explicados de forma confusa, Riddick se topa con dos equipos de cazarecompensas que aterrizan en el planeta para arrestarlo o, simplemente, matarlo.
El primer grupo está liderado por el esquizofrénico Santana (el catalán Jordi Mollà), mientras que el segundo lo capitanea Boss Johns (Matt Nable), quien se rodea de un variopinto grupo de colaboradores, entre ellos Dahl (Katee Sackhoff), quien deja claro que no mantiene relaciones con hombres (aunque ella usa una palabra muy específica), sólo les da palizas.
De este modo, Riddick queda reducido a un juego del gato y el ratón, aunque pronto queda claro quién es el gato y quién el ratón…
Con unas gotas de Aliens (1986), elementos de Predator (1987), instantes que recuerdan a Jurassic Park (1993) y momentos que beben de mil y un filmes de acción, aventuras y ciencia ficción, Twohy logra crear un espectáculo decente, entretenido y, en ocasiones, visualmente brillante (a pesar de la escasez de un presupuesto mayor, evidente en ciertos efectos visuales).
Mollà lleva a su personaje hasta límites hilarantes, creando un villano tan amenazador como ridículo, al tiempo que tanto Sackhoff (en una extraña combinación entre la Lotte Lenya de From Russia with Love y la Sigourney Weaver de la saga Alien) como Diesel mantienen la compostura frente a los histrionismos del resto del reparto.
Claro que también habría que hablar de ese guión que no conduce a ninguna parte y cuya originalidad brilla por su ausencia.
Pero eso sería pedirle demasiado a una película clasificada R, por cierto que nunca pretendió ser novedosa o desafiante.
Si lo hizo, eso no se ve por ninguna parte.