Celebrar la independencia incompleta
Los países centroamericanos se liberaron de España hace dos siglos y lo celebran en septiembre, pero aún no se libran de malos gobiernos
Centroamérica
En septiembre, los centroamericanos celebraron la independencia de sus países. También celebraron la identidad propia, la reafirmación de pertenecer a una nación soberana. Sin embargo, aunque la región se independizó de España hace dos siglos, pronto cayó bajo el yugo de otros tiranos: el mal gobierno, la corrupción, el crimen organizado, y la desgracia colectiva que arrastra ese mal gobierno.
Entonces, ¿emplean su independencia para sabotearse a sí mismos? Parece que sí. Hay quienes dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, pero sólo es cierto a medias. Cuando el menú de candidatos obliga a elegir “al menos peor”, el votante pierde aún si su candidato gana. En estas democracias raquíticas, el crimen organizado puede catapultar a posiciones competitivas a los candidatos de su elección, especialmente si la maquinaria electoral es corrupta—no la organización de los comicios, ni el conteo de votos, sino el turbio patrocinio de las campañas políticas que no es fiscalizado.
Una vez en el gobierno, los vínculos claroscuros del partido oficial echan mano de la corrupción para que la maquinaria del crimen organizado siga vigente: desde el narcotráfico y el contrabando, hasta la trata de personas y el lavado de dinero, entre otros. En los extremos están el triángulo norte de Centroamérica (Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador), con cifras de crimen más altas de Latinoamérica, y el sur del istmo (Nicaragua, Costa Rica y Panamá), que palidece en comparación.
Véase el caso de Honduras. Después del golpe de estado de junio de 2009 en Honduras, la salida de Manuel “Mel” Zelaya, la controversial designación de Roberto Micheletti (entonces presidente del Congreso) como mandatario interino, y las elecciones de noviembre de ese año que llevaron al poder a José Lobo, el país no mejoró. Al contrario (aunque la violencia crecía sostenidamente desde antes de 2009).
En Guatemala, cuando el índice de impunidad en casos denunciados alcanzó el 98 por ciento, y luego de varios años de oposición, se instaló la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) en 2007. La tasa de homicidios comenzó a bajar en 2010, y la impunidad decreció. Pero el descontento prevalece en el segundo año de gobierno de Otto Pérez Molina, y otra vez se espera las próximas elecciones para salir del partido oficial actual—que suele equivaler a saltar del sartén a las brasas.
Otro problema es que todos los gobiernos quieren comenzar con mesa limpia. No hay continuidad en los programas, y así no hay fondos que alcancen, propios o extranjeros. Pero surge un repentino y abigarrado nacionalismo cuando la comunidad internacional reclama.
Que por qué dan fondos, ¿tienen el derecho de “decirnos qué hacer”? No, pero pueden exigir que el Estado en cuestión cumpla cuanto prometió hacer con un préstamo o donación. Si el reclamo es local, cae en oídos sordos. Y así, los gobiernos parecen llevar—por inercia—al país hacia el despeñadero a toda velocidad.
El asunto es que la globalización convierte el problema de uno en problema de todos, especialmente cuando rebalsa sobre los vecinos. Es un círculo vicioso. Por ejemplo, las armas que salen de contrabando de EE.UU. hacia Latinoamérica les permiten a los narcos armarse hasta los dientes, y dejar un sendero de muerte entre Centroamérica y México cuando envían droga hacia EE.UU., donde también causa estragos.
Los países centroamericanos deben reconocer que son independientes, más no una isla. Y, aunque parezca utópico, ojalá un día celebren el gusto de usar su independencia juiciosamente, limpiando casa propia, sin barrer la basura debajo de la alfombra ni jugar a indignados cuando los vecinos se dan cuenta, y lo hacen ver así.