Elogio de la esquina

Cuando García Márquez le preguntó a Fidel Castro qué le habría gustado más hacer en la vida, él le respondió: pararme en una esquina

Fidel Castro (i) junto a su hermano Raúl, en la Asamblea Nacional de Cuba.

Fidel Castro (i) junto a su hermano Raúl, en la Asamblea Nacional de Cuba. Crédito: Archivo / AP

Papeles

Poco se habla de la esquina del barrio como punto de encuentro.

Durante décadas la esquina fue el Congreso, la escuela, la alcoba, la Iglesia, el motel, el campo de fútbol de la piernipeludocracia (=muchachada).

“Tecniquiar”, verbo inventado por cualquiera de nosostros, en su acepción de hacer malabares con el balón, era uno de los pasatiempos favoritos.

En la esquina se narraban escuetamente, sin mucha sintaxis, los primeros encantos y desencantos de eso que después llamaríamos la vida.

También se hablaba de los iniciales tropezones sexuales. Los complejos de Edipo, Electra, y otras taras que nos harían compañía en el recorrido vital, salían a flote allí.

Era en la esquina del barrio donde nos inauguraban la hombría con un nocáut, o donde el corazón sufría las primeras escaramuzas por cuenta del cuerpo de mujer que trastornaba la esquina. Padecíamos los primeros big bang del erotismo. En la esquina, entre los amigos de la cuadra, caían virginidades femeninas y muy pocas masculinas.

Allí se decidía, para siempre, algo más importante que la religión: Se definía si llevaríamos el inri de hinchas de este o de aquel equipo de fútbol.

Hay razones para pensar que el fútbol se inventó en una esquina londinense.

Ha sido allí, en las esquinas de la cuadra, donde se hace la primaria, el bachillerato y la universidad. Y de empezar a darle patadas a la vida, que es lo mismo.

El zapatero remendón, encargado de coser el balón en su condición de cirujano plástico, formaba parte de nuestra historia. Sin balón no había esquina, felicidad, Dios. Nada.

La esquina y su carnal la calle era, es, la verdadera casa de uno. Las esquinas han sido los biógrafos de los barrios.

Un barrio se parece a sus esquinas, así como el dedo gordo del pie derecho es como el del izquierdo. Barrio y esquina se necesitan como el punto a la i.La esquina era un periódico hablado donde circulaban las noticias que formaban la pequeña gran historia de los menudos o pequeñines.

Decir esquina, cuadra, barras de muchachos, es decir lo mismo.

La esquina era la cuota inicial para empezar a construir su propia vida. También, en muchos casos, funcionaba como punto de partida para dar el grito de independencia de la férrea disciplina doméstica.

Uno se queda pareciendo siempre a sus primeras esquinas, a su cuadra, a su barrio. Otra huella digital.

No está claro por qué hay asociaciones de padres y madres de familia, de damas grises, grupos de veteranos, de héroes de cualquier guerra inútil y perdón por el pleonasmo; de pensionados, exalumnos, exfumadores, alcohólicos anónimos, borrachos conocidos, creyentes, ateos gracias a Dios, pero no hay un organismo que agrupe a la muchachada de pantalón cortico de antes.

Cuando García Márquez le preguntó alguna vez a Fidel Castro en su laberinto, qué le habría gustado más hacer en la vida, el exfumador de puros cubanos – ahora aficionado a las sudaderas de marca- le respondió:

Pararme en una esquina.

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