Cuestión de método

Perder es ganar, así que no hay que hacerse problema si el triunfo no sonríe

Hagamos algo parecido, trabajemos más y felicitemos a los ganadores. Es la mejor forma de adueñarnos del galardón.

Hagamos algo parecido, trabajemos más y felicitemos a los ganadores. Es la mejor forma de adueñarnos del galardón. Crédito: Shtterstock

Papeles

Hago parte del contingente de decapitados en el IV concurso de fotografía y narrativa Binarius-Eafit, la primera universidad privada de Medellín, segunda ciudad colombiana. El jurado “encontró en la mayoría de las propuestas presentadas una escasa preocupación por el oficio literario y fotográfico”.

Y nos mandó a la ducha invitándonos a leer cuatro veces más lo que escribimos, tener en cuenta las características de cada género literario, fomentar la autocrítica y procurar tener un lector externo. No está mal el recetario.

La diatriba del jurado contra los aspirantes a la inmortalidad del galardón provocó furiosas reacciones en la red. Para dorar la píldora el Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas ofreció “disculpas por la manera cómo se explicó la decisión del jurado”. No había necesidad de disculpas. El jurado es el jurado.

Con el ánimo de levantar egos vapuleados redacté unas líneas a mis jóvenes colegas “pre-ocupados”, como diría un pupilo de Platón, Mario Arteaga, mi profesor de filosofía en la Universidad de Antioquia:

Les escribe un cliente que se ha pasado más tiempo escribiendo que durmiendo o amando. Me he ganado el pan con el sudor de las falanges.

Noto que el fallo del jurado los (nos) despelucó anímicamente. No era para tanto, parceros. Alegrémonos de haber perdido y adelante. El jurado hizo su oficio así haya tirado a capar a los vencidos. Es su oficio, como el de Dios es perdonar.

En mis mocedades de reportero, los jefes nos rompían en la jeta las cuartillas mal redactadas. A García Márquez, su jefe en El Universal, de Cartagena, le devolvía las crónicas “tuquias” de tachones en rojo. Nunca se salió de la ropa: se propuso reducir a cero la presencia del rojo. Terminó en Estocolmo recibiendo un premio con olor a dinamita.

Hagamos algo parecido, trabajemos más y felicitemos a los ganadores. Es la mejor forma de adueñarnos del galardón. A esto se le llama trabajar con la plata del gringo.

Tengo callo en la silla turca de que me cuelguen notas. Y en materia de premios, el único que me he ganado ha sido un chance de ¡170! pesos en 1968. Y la constelación de Orión sigue chulunguiando en su nicho.

Resolver crucigramas, concursar y perder se me han convertido en tic. Perdiendo tengo la disculpa reina para empezar a diario. (La zorra dijo algo parecido: esas uvas están verdes).

Perder es ganar. No lo dijo el profesor Maturana, sino un autor que él citó. Pero le adjudicaron la metáfora al dentista y lo jod… porque se la montan a cada nada. Ya ni rectifica.

Jóvenes perdedores, frescos: llegará el momento en que no les hará falta la plata, la publicación, ni el premio, sino ejercer el oficio de palabrotraficantes. Se goza más haciendo el camino a Itaca que llegando. Llegas, y se acabó la fiesta. Convirtamos la derrota en una de las bellas artes.

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