Ni gana, ni pierde

El Salvador

La lección que la población ha dado a la clase política nacional con el resultado de las votaciones presidenciales del pasado 9 de marzo, debe de ser tomada muy en cuenta por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que gobernará los próximos cinco años.

En primer lugar los resultados, pues el FMLN logró el 50.11 % de los votos mientras que ARENA el 49.89 %.Una diferencia del 0.22 % que representan apenas 6,357 sufragios a favor del aspirante efemelenista, Salvador Sánchez Cerén, definió su triunfo. Es una victoria pírrica, en la cual el electorado salvadoreño está haciendo un llamado a la clase política para que lleguen a un Pacto de Nación para solventar los retos cardinales que vive el país: una espantosa crisis económica en ascenso, que ya destruyó a la clase media, una terrible inseguridad ciudadana con altos índices de asesinatos, robos, extorsiones y delinquir de las pandillas y una generalizada corrupción proveniente de varios canales, fundamentalmente de las zonas oscuras del narcotráfico y el lavado de dinero que ha penetrado instancias sensibles del aparato estatal y de la empresa privada llegando a poner al país al borde de un Estado fallido o, en el peor caso, de un narcoestado.

En segundo lugar la sorprendente recuperación de ARENA, que en tan solo treinta y seis recuperó 438,694 votos, lo cual representa en términos partidarios una arrolladora victoria que los puso a las puertas del gane electoral, y que solo se explica porque la mayor parte de los 300 mil votos del candidato de centro derecha en la primera vuelta del 2 de febrero, que fueron para el movimiento político UNIDAD, pasaron casi íntegros a las urnas de ARENA este 9 de marzo.

Así las cosas, el país sigue siendo El Salvador polarizado de antes de la guerra civil, con la diferencia de que esta polarización se reflejó en las urnas y no en las armas. Lo que está exigiendo en estos resultados la ciudadanía es un voto de castigo y de censura a los políticos arrogantes y a los pavos reales de las cúpulas partidarias y abogando por la erradicación del mapa político nacional de la cultura de la impunidad y el autoritarismo, así como una verdadera refundación de los comportamientos políticos de ambos partidos.

Se requiere sensatez, audacia y más audacia, del partido perdedor, ARENA, para aceptar unos resultados que, por increíble que parezca, no le dieron el triunfo, a pesar de sus titánicos esfuerzos por revertir la tendencia negativa con la cual partieron luego del dos de febrero.

Por el lado del FMLN, también se requiere sabiduría, prudencia, en el entendido de que se trata de un gobierno de todos los salvadoreños, tanto de los que votaron a favor como de los que votaron en contra.

Es la hora de los grandes pasos políticos, de tender puentes, de estrechar las manos y de formular una política de consenso nacional, en la cual demuestren ambos partidos que su compromiso fundamental es con el avance del progreso, la justicia social y la construcción de una sociedad más incluyente en El Salvador.

El escenario planteado tiene mucha similitud con el de Venezuela, luego del triunfo apretado de Nicolás Maduro, lo cual ha sumido al país suramericano en una crisis política de gran envergadura y lo ha conducido a un enfrentamiento al borde de la guerra civil. El Salvador sin embargo ya viene de vivir un cruento conflicto bélico que costó más de 75 mil vidas humanas, cientos de miles de heridos y millones de emigrados y no se puede permitir el lujo de reeditar un escenario de inestabilidad política y económica. Sobre todo porque se trata de un país paupérrimo, que apenas alcanza a cubrir sus urgencias financieras gracias a los 4 mil millones de dólares anuales que los salvadoreños en el exterior envían como remesas a sus familiares y compatriotas.

Los apretados resultados obtenidos por el FMLN, le están indicando que de ahora en adelante, debe de buscar y sellar acuerdos de nación con el partido ARENA y otras fuerzas políticas, para tener gobernabilidad y sacar adelante el país, así como para avanzar en la construcción de la democracia salvadoreña, una tarea todavía pendiente, de la cual una buena muestra es esta elección presidencial, y la aceptación de sus resultados por ambos contendientes.

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