Sobre la vida y la muerte

Sociedad

Se fue el primer cuatrimestre del 2014, y la frase “el tiempo pasa volando” toma un protagonismo especial. Parece que recién ayer estábamos decorando el arbolito navideño y en un abrir y cerrar de ojos ya estamos celebrando el Día de la Madre.

Y este 2014 promete ser un año parte aguas, al menos para mí. Si hay algo por lo que recordaré el 2014 es por haber sido el año en el que perdí la virginidad de mi propia mortalidad. En las últimas semanas he visto desfilar por la pasarela de la muerte a tanta gente que formó parte de mi vida en el pasado — ya sea de manera directa o de forma indirecta — que siento que he sido víctima de una desfloración de mi yo terrenal.

Y no es que nunca haya perdido a alguien cercano. Allá en la lejanía de los años mozos se moría la bisabuelita, el viejito de las velas en la iglesia o el doctor ancianito, pero ahora se me mueren a diario los míos, los de mi camada.

Siempre hay los que se mueren muy pronto, los que se mueren en su tiempo y aquellos a los que la vida les extiende su existencia terrenal al máximo, haciéndolos vivir tiempo extra.

En los pasados días se han ido dejando cicatrices en mi alma, viejos amigos y camaradas de pelota callejera, compañeros de aula y dilectos maestros, pero también se han ido varios famosos. Hace pocos días contábamos con un familiar la muerte de seis personajes públicos en una sola jornada.

Y llego a este punto cuestionándome para que nos preguntamos tanto ¿qué es la vida?

Si la verdad es que tomemos los atajitos que tomemos para darle una definición a esa palabrita traicionera, la vida terrenal a la final termina siendo simplemente la muerte. El resto es solo intermedio de función de cine para darnos la oportunidad de ir al cuarto de baño del alma a desfogar nuestras urgencias de justificarnos y no pasar por esta chulla tierra con mas pena que gloria.

Y perdida la virginidad de mi propia mortalidad me pregunto: ¿Qué me queda?

Me queda la esperanza de que la rueda moscovita de mi vida no se va a detener cuando el carapacho prestado que tengo en comodato deje de trabajar y se encamine a convertirse en polvo.

Y esto sólo porque tengo fe. Esa fe que no se ve, que no se palpa, que no se siente, pero que dicen los entendidos que mueve montañas. Esa fe que me dice que la vuelta no se acaba ahí, que hay un mas allá que me espera cuando el reloj de mi terrenalidad se detenga.

Y en medio de esa reflexión me pregunto ¿cómo le hacen para sobrevivir los descreídos cuando pierden la virginidad de su propia mortalidad?

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