Marcha de los jornaleros
Inmigración
El debate sobre la reforma migratoria ha sido envenenado de odio y enredado por intereses políticos. A menudo se usa la legalización de la comunidad indocumentada como moneda de cambio para militarizar la frontera, para promover el e-verify (sistema de verificación electrónica), para que la policía local pida documentos y para negociar programas de trabajadores huéspedes que favorecen a las patronales. De la misma manera se suele confluir el tema con la política electoral. ¿Cómo afectaría a los demócratas si el Presidente extiende la acción diferida y para las deportaciones ¿Cómo va a responder la base del Tea Party si los republicanos moderados permiten un voto en la Cámara de Representantes?
El miedo se apodera cuando la gente vive en incertidumbre a raíz de la economía, el trabajo, la salud, la vivienda y otras circunstancias. El hecho de que la población y la composición racial estén cambiando en el país, también genera miedo. Miedo a las personas que son diferentes, miedo a perder el estatus de mayoría blanca y miedo a las transformaciones culturales inevitables. Este es el mismo miedo que enfrentan los hombres cuando las mujeres pelean por su igualdad. Es el mismo miedo que sienten muchos ante la comunidad LGBTQ. El mismo miedo que no permitía la desegregación racial. Y si de veras queremos que el país haga lo correcto con respecto al tema de migración, no podemos permitir que el miedo se imponga ante la valentía.
De modo que el odio, el miedo y los intereses políticos hacen perder de vista lo que es central dentro de la lucha para modernizar las leyes de migración. Es un concenso nacional que el sistema migratorio está roto, es obsoleto y que sobre todo, es injusto. La realidad es que hay 11 millones de personas que viven, aman y trabajan sin descansar; y que a pesar de sus contribuciones el país se rehúsa a otorgarles justicia. Les niega ser iguales a todas las demás personas. Eso sí, adversarios, aliados, amigos y seudoamigos se benefician y gozan el fruto de su mano de obra sin aceptar su humanidad.
Esta es la realidad. Y en vez de buscar soluciones constructivas, que alivien la injusticia, ambos, republicanos y demócratas han implementado estrategias que parten de la premisa que para resolver hay que empeorar. Que para legalizar hay que criminalizar. Que para otorgar la ciudadanía hay que deportar el máximo número de personas posible. Que hay que dividir a la comunidad migrante entre buenos y malos, entre los que merecen y los que no merecen.
Esta lógica nos ha dado las SB1070 y el concepto y práctica de la auto-deportación promovida por los extremistas Republicanos. Esta lógica ha resultado en la nacionalización del mal llamado programa de “comunidades seguras” que en la práctica hace menos inseguras a nuestras vecindades. Y así hemos llegado a los 2 millones de deportaciones supervisadas por el Presidente Obama. Todo esto, motivado por el odio, el miedo y los intereses políticos.
De modo que ningún partido político u organización ligada a los partidos tiene la capacidad, el deseo, la valentía, ni la autoridad moral para enderezar este enredo. Solo la comunidad indocumentada puede hacerlo al hablar por sí misma y reclamar sus derechos pisoteados por unos y por otros. Por eso es que hoy, 8 de mayo, los jornaleros caminaremos 25 millas. Para desenredar este debate. Para ponerle un rostro humano al estigma construido sobre nuestras vidas.
Queremos decirle al país que este debate es más sencillo de lo que parece. No queremos ningún regalo o privilegio. Nosotros, los jornaleros y las jornaleras simplemente queremos ser iguales. Queremos ir a trabajar sabiendo que vamos a regresar íntegros al seno de nuestras familias. Anhelamos vivir sin miedo a que la migra o la policía nos pare y nos ponga en proceso de deportación. Deseamos ir a una tienda y que se nos vea a los ojos con respeto. Ansiamos subirnos a nuestros autos para llevar a nuestros hijos a la escuela o ir al trabajo con la certeza de que si un policía nos para vamos a poder mostrar una licencia de conducir. Aspiramos ir a solicitar un empleo y presentar un número de seguro social como cualquier otra persona. Perseguimos que nos paguen al final del día por el trabajo que hacemos y que no nos digan hoy no te pago porque no tienes papeles. Nos gustaría llamar a la policía para que nos proteja cuando somos víctimas o testigos de un crimen sin ningún temor. Queremos organizarnos como trabajadores para reclamar nuestros derechos laborales. Es decir, simplemente queremos ser iguales.
Y la igualdad para nosotros la comunidad jornalera de Los Angeles comienza con el derecho que hoy ejercemos a través de esta caminata: Hablar por nosotros mismos. Y para que nuestra voz sea escuchada reclamamos nuestro derecho a la ciudad, a tener un espacio propio, nuestro. Este es el espacio que nos brindan los centros de jornaleros y jornaleras.
Nuestra ciudad ha tratado de ser un ejemplo para el país en el trato a la comunidad migrante. Algunas veces lo ha logrado otras no. Los centros de trabajo ofrecen la oportunidad para que Los Angeles sea una ciudad de inclusión. Hoy es cuando necesitamos más centros para proteger a los trabajadores más vulnerables y para que nuestra ciudad conduzca la política local hacia la igualdad.
La lógica de empeorar la situación de los inmigrantes para legalizarlos después no hace sentido. Mientras más políticas de protección e inclusión existan, más nos acercamos a la reforma migratoria y a la igualdad. El Presidente Obama puede empujar el debate a través de la expansión de DACA, el fin de las deportaciones, la abolición del programa de “comunidades seguras” y dejar de presentar obstáculos para que California extienda las licencias de conducir como le plazca. Es tiempo de que el Gobierno federal asuma su rol de protector de los sectores más vulnerables, como ya lo ha hecho en el pasado, y deje de perseguir sistemáticamente a nuestra comunidad.
Nuestra caminata por la igualdad va a atravesar el paisaje de nuestra ciudad de Los Angeles. Vamos a caminar por barrios pobres y comunidades afluentes. Con nuestra dignidad en alto. Vamos a recordarle a nuestra ciudad que por encima del miedo, el odio y la manipulación política, está nuestra humanidad, nuestra lucha y deseo por ser iguales. Ni más, ni menos.