Enfermo mental y armado
Otra vez una persona con conocidos problemas mentales obtiene legalmente armas que luego utilizó para cometer una masacre.
La historia del asesino Elliot Rodger está marcada por el testimonio público dejado en vídeos escalofriantes, en donde expresa sus frustraciones con las mujeres en general porque no le prestaban atención. Este odio hacia las estudiantes de la Universidad de Santa Barbara es lo que desembocó en una matanza de seis personas, además del pistolero.
Las reacciones en las redes sociales reflejó el grado de acoso y de violencia que sufre la mujer por un sentimiento de privilegio masculino que no acepta el rechazo. Por eso es inquietante que haya hombres que, sin justificar la acción de Rodger, se hayan visto identificados con su frustración y resentimiento hacia las mujeres.
Lo que ya es demasiado común es que una persona con un amplio historial de problemas mentales pueda comprar legalmente en California tres pistolas semiautomáticas y cientos de municiones sin ningún inconveniente.
Si el Congreso hubiera pasado una ley ampliando la averiguación de antecedentes en la compra de una arma, después de la masacre de la escuela Sandy Hook, es probable que Rodger no hubiera podido comprar las armas. Claro, esta es una especulación.
De lo que no cabe duda, es que 32 mil muertes al año por armas de fuego es una barbaridad para una nación civilizada.
Mucho más lo es cuando en la legislatura federal y estatal, el poder de la Asociación Nacional del Rifle es capaz de derrotar medidas que prohiben vender armas de fuego a perturbados mentales, escudándose en discutibles interpretaciones constitucionales y con toneladas de dinero para promover o derrotar a un político.
Lo ocurrido en Santa Bárbara ya ha pasado en numerosas ciudades y se seguirá repitiendo en la medida que para los legisladores sea más importante el derecho de un enfermo mental a portar armas semiautomáticas que el derecho de una persona a vivir.