El Mundial de Brasil

Cada cuatro años una fiebre futbolera contagia al mundo. La conversaciones diarias hacen un espacio para hablar de la Copa Mundial y este interés deportivo es capaz de romper el hielo que dividen las clases sociales, educativas y económicas.

La naturaleza democrática de este deporte , que no exige mas que una pelota y entusiasmo, ha convertido el torneo en un acontecimiento realmente global.

Esta es una fiesta de todos que es pagada por el país organizador, en este caso Brasil. Y aunque no haya nación más futbolera en el planeta que ésta, el costo de realizar el mundial sigue siendo muy controversial hasta el día de hoy.

El alto precio que cuesta organizar un torneo de esta magnitud en una nación con serias deficiencias sociales siempre presenta una contradicción de prioridades, entre las exigencias de la Federación Internacional del Fútbol Asociado y las necesidades nacionales más urgentes.

Si el pasado sirve de guía, los costosos estadios construidos en Sudáfrica para el mundial pasado, hoy son un elefante blanco de muy poco uso. El mejor ejemplo es el estadio de la Ciudad del Cabo que fue construido a un precio 600 millones de dólares, y que hoy está vacío, sirviendo solo para fiestas privadas y visitas turísticas.

Esta lección no se perdió en Brasil. Los manifestantes solo piden que, si se construyeron aeropuertos con una “calidad de Copa Mundial” , por qué no invertir en hospitales para que tengan la misma calidad mundial.

El fútbol y la política no son temas aislados. Los políticos lo saben bien, especialmente en Brasil donde el gobierno de Dilma Rousseff apostó su futuro a la organización del torneo. Y, siendo Brasil, el triunfo del local es aun más importante para que la frustración popular no se canalice en protestas por los cerca de 11 mil millones de dólares que costó el Mundial, dinero que no fue invertido en otras áreas mas necesarias.

Para la gran mayoría de los espectadores que lo miran por TV, es una oportunidad para compartir y divertirse con una sobredosis de fútbol.

Los equipos representan a sus países, dando pie a un nacionalismo deportivo donde es aceptable que cada uno se envuelva en su bandera. Pero no hay que perder de vista que este es solo un juego, que a pesar de despertar grandes pasiones, no es más que un entretenimiento en donde lo que está en juego es el balón y no el orgullo nacional.

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