El Congreso proselitista

El Congreso vuelve esta semana después de unas largas vacaciones. Quedan numerosos temas pendientes para resolver que importantes para los estadounidenses pero no hay que hacerse ilusión que en 12 días se obtenga lo que en una sesión de dos años.

¡Sí 12 días! Esa es la cantidad de fechas de labor legislativa programada por la Cámara de Representantes en los dos meses que faltan para la elección legislativa de noviembre. El Senado tiene programado unos días mas de labor.

Ambas cámaras tienen la misión de trabajar conjuntamente en aprobar antes de octubre una extensión del presupuesto hasta mediados de diciembre cuando, ya con el resultado de la elección conocido, se negocie un plan de gastos más extenso.

Esa será la única coincidencia que busquen y encuentren demócratas y republicanos en el Congreso. Lo demás será una muestra apresurada de por qué esta sesión legislativa es una de las menos productivas que se tenga memoria , además de ser una de las cortas en días legislativos de la Cámara Baja en décadas.

Es posible que haya votaciones repetidas que muestren que los republicanos favorecen la desregulación ambiental, la construcción del oleoducto Keystone y una reducción en el Obamacare, entre otro. Mientras que los demócratas en el Senado, posiblemente votarán por aumentar el salario mínimo, arreglar la cobertura de salud para cubrir la planeación familiar y reducir la deuda.

El propósito en ambos recintos es movilizar la base electoral, una estrategia comprensible en este momento. El problema es que esta dinámica ha sido constante en la sesión legislativa.

El Congreso se ha convertido en un púlpito para predicar y denunciar en vez de limar asperezas que puedan avanzar leyes negociadas para aliviar las preocupaciones de los estadounidenses. Parecería que los legisladores están en una permanente campaña —especialmente en la Cámara Baja- cuya misión no es legislar sino marcar diferencias y contrastes para exprimir políticamente. La palabra negociación fue reemplazada por inflexibilidad.

De ahí que el Congreso goce de la peor popularidad de su historia. Los estadounidenses están frustrados con sus legisladores que solo prestan a un pequeño sector ideológico en vez de asumir un liderazgo nacional en Washington para trabajar realmente por el bien del todos.

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