El cáncer de la violencia doméstica

La muerte violenta de Daniel Crespo, el joven alcalde de Bell Gardens, es una desgracia familiar sobre la que aún sabemos lo insuficiente. La información es vaga. Una pelea entre esposos. Un subsiguiente altercado entre padre e hijo que subió a mayores; luego, la intervención su madre y esposa. Los tiros. Un cuerpo sin vida. Una promesa que es segada y la comunidad latina que pierde a uno de sus líderes locales.

Pero lo que se sabe alcanza para hacernos pensar: la violencia doméstica no perdona a nadie. Sucede entre los poderosos y conocidos como entre los olvidados; es una plaga para quienes todo lo tienen y para quienes todo lo necesitan. Es una epidemia que no perdona ni por color de la piel, ni credo, ni opinión política ni estado legal…

Solo cuando las desavenencias y tensiones que generalmente derivan en abuso físico dan lugar a un arma de fuego, las discusiones terminan con el trueno de un disparo, y es entonces cuando nos enteramos.

O cuando está implicado un funcionario público como en este caso Crespo, miembro del concejo de Bell Gardens desde 2001.

Pero no debería ser así. Porque cada tragedia es única, cada vida perdida es irreparable. Y en la desgracia en Bell Gardens no hay culpables absolutos, solo desgarramiento y tristeza.

Pero entre los latinos, la violencia doméstica es especialmente difícil de arraigar, de combatir, de anular.

Generalmente se trata del hombre que maltrata, a golpes, a la mujer. Los hijos también sufren. Precisamente aquellos a quienes se comprometió proteger, mantener, ayudar.

Recientemente publicábamos una encuesta según la cual el 64% de las mujeres latinas conocen a una víctima de violencia doméstica. Además, una de cada tres es, ella misma, víctima.

En el área de Los Ángeles y todo el país son numerosos los grupos, organizaciones y expertos reclutados para ayudar a las víctimas, protegerlas del abusador y permitirles seguir adelante.

Pero su labor ha sido siempre insuficiente, porque los factores que generan la violencia doméstica persisten: la pobreza, la ignorancia, el machismo. Y el hecho que la sociedad hispana aún no considere el problema como propio, como gravísimo, que en las calles y las casas todavía se busquen atenuantes y justificativos.

Hasta que nuestra sociedad no vea a los propiciantes de la violencia doméstica como lo que son – la hez de la tierra, lo peor de nuestro grupo – hasta que no los aisle y los condene, este cáncer continuará creciendo. Hagamos todo lo posible por evitarlo.

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