En preámbulo de Halloween: maldiciones famosas en el mundo

Más allá de supersticiones o casualidades, estas historias sobre supuestas maldiciones han logrado fama internacional gracias a los hechos coincidentes registrados a su alrededor. Ahora que se acerca Halloween, conoce algunas de las más populares.

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  • El diamante Hope: esta joya extraordinaria de 45.52 quilates se encuentra hoy en el Museo Smithsonian de Historia Natural y se dice que fue robado de una estatua de la diosa hindú Sita. El comerciante Jean Baptiste Tavernier que lo vendió al rey Luis XIV, murió de frío en bancarrota. Luis XV heredó la joya y murió de viruela. María Antonieta, esposa de su nieto, lo usó y lo prestó a su amiga María Teresa de Saboya, princesa de Lamball: María Antonieta murió en la guillotina y María Teresa, destrozada por una multitud. Otros dueños del diamante que sufrieron desgracias fueron el rey Jorge IV de Inglaterra, la familia Hope y Harry Winston.

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  • Little Bastard, el auto de James Dean: luego del trágico accidente en que murió el joven actor, algunas partes del Porsche Spyder 550 que un amigo de Dean bautizó como Little Bastard, fueron vendidas.  Los pilotos Troy McHenry y William Eschrid compraron algunas de esas partes y al competir ambos en una carrera, el primero murió al chocar contra un árbol; el segundo quedó herido de gravedad cuando su auto falló en una curva. Al ser remolcado en al menos 3 ocasiones, Little Bastard causó heridos o muertos.

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  • El niño que llora: La reproducción de la pintura de Giovanni Bragolin se hizo famosa en los 50s. Se dice que el pintor lo regaló a un orfanato que poco después se incendió sin dejar sobrevivientes. En los 70s los bomberos ingleses observaron que el cuadro estuvo presente en varios incendios, pero permanecía intacto. También se cuenta que para remontar la maldición hay que colgar juntos los cuadros de un niño y una niña que lloran.
  • Tutankamón: ésta es quizá la reina de las maldiciones famosas. Cuando el explorador inglés Howard Carter descubrió la tumba del faraón en 1922, se dijo que una piedra que custodiaba el recinto leía “la muerte vendrá en alas por aquel que entre en la tumba del faraón”. Meses después del descubrimiento, George Herbert, conde de Carnarvon y mecenas de la expedición, murió de una neumonía que se complicó por la picadura de un mosquito. Otros involucrados también murieron poco tiempo después, pero no Carter.
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