Los íconos de los tiempos nuevos
In illo témpore, para marcar territorio, el bobo sapiens llegaba a un sitio agitando las llaves de su carro. Así como el perrito marca territorio alzando la pata para dejar su Chanel en el poste o en el árbol para solaz de su red de fans, el hombre de las llaves notificaba de quién había qué enamorarse, dónde estaba el poder.
Las llaves caían estrepitosamente sobre la mesa y allí se quedaban haciendo perezosa siesta. De pronto, el presumido de turno, si la cacería tardaba, las volvía a levantar y las agitaba para información de la desdeñosa de la mesa vecina.
El hombre de internet convirtió en alzhéimer el rito de las llaves como fenómeno de agitación de masas femeninas que ya no comen cuento. Es más, las dueñas de las llaves son ellas. No es sino repasar el mapa y las encontramos al frente en Brasil, Chile, Costa Rica. De pronto en Estados Unidos les llegue el turno de mandar con Hillary Clinton. Los días del poder solo para el macho alfa están contados hace rato.
El truco de las llaves ha sido desplazado por el celular y su pariente rico, el Blackberry, en sus múltiples advocaciones y tabletas. Los “ipodes” van convirtiendo en olvido lo que encuentran a su paso. De pronto, al terminar estas líneas, haya otro sofisticado aparatejo que convierta en alzhéimer el cachivache que nos abruma hoy. Y que nos aísla del resto de nuestros semejantes.
Lejos está el dichoso octubre del descubrimiento de América cuando la noticia del desembarco de Colón y sus anoréxicos marineros se dio seis meses después. Y se dio mal, como los sabemos desde primaria: el genovés no había llegado a ningunas Indias. Encontró algo mejor: indias voluptuosas, ligeras de equipaje.
Se necesitaron diez años para que Américo Vespucio pusiera orden en la sala y notificara que un nuevo continente había sido descubierto, que las dos partes de la manzana se habían juntado, en palabras del historiador Germán Arciniegas.
(Don Cristóbal, tranquilo, nadie sabe para quién trabaja. Tampoco Beethoven imaginó que su “Para Elisa” sería utilizado para vender paletas. Los derechos de autor que esperen).
Volviendo a lo de los íconos que encarnaron alguna forma de poder en remplazo de las llaves, el pobre bíper tuvo un cuarto de hora de cinco segundos. ¿El fax? ¿Y eso qué es? Si alguien se atreve a mencionarlo corre el riesgo de ganarse una silbatina. Estos inventos hacen parte del basurero de la ciberhistoria hace tiempos.
El telegrama es una bella pieza de museo. Los apartados aéreos viven en la soledad de ellos en compañía. Los AA se la pasan bostezando a la espera de alguna carta de amor. O desamor. La cerradura de esos apartados está oxidada. Nadie la abre para conocer sus intimidades.
Sin acabar con mi cerebro, ratifico que ahora el poder está en otra parte. El hombre es él y su tableta sofisticada. Los que no manejamos Facebook ni wasap, por decir algo, no existimos. Somos los nuevos excluidos. Recibimos tratamiento de individuos de menor cuantía. Nos hablan por inercia.
Los nostálgicos preferimos el tiempo de las llaves como símbolo del poder. No importa que encarnemos la nueva caverna