Eduardo Galeano: “Uno nace y muere muchas veces en la vida”

Eduardo Galeano

Eduardo Galeano Crédito: EFE

Hace menos de dos años, Eduardo Galeano daba su última entrevista. En ella, el escritor hacía un profundo análisis sobre la realidad latinoamericana.

Cada tarde, Eduardo Galeano toma un café con Dios. Se acoda junto a una ventana del Brasilero (el bar que, a estas alturas, es algo así como su segundo hogar), respira hondo el aroma a madera y espera, paciente, que le traigan el cafecito del día.

La furia con la que ha escrito sobre lo religioso no es la de un ateo.

Fui muy creyente cuando era chico, muy místico. Y eso es como la borra en el fondo del vaso del vino, te queda para siempre. No es una cosa que se va; se transfigura, cambia de nombre. En el fondo, uno busca a Dios en los demás. O en la naturaleza, entendida como una bella energía del mundo, que es a la vez terrible y hermosa.

Y cómo no va a estar lo divino en un alba marina.

Claro. O en el crepúsculo. Cuando el sol se va y se echa a dormir en esa hamaca que es el horizonte, en la hora más bella del día. Muchas veces me pregunto cuán triste ha de ser morir y no verlo. Porque su capacidad de belleza te devuelve la fe en todo lo que puedas haberla lastimado o perdido. No hay ningún crepúsculo que se parezca a otro. Son todos diferentes, y en Montevideo somos tan afortunados que los tenemos delante. El sol cae ante nuestros ojos.

¿En su obra reemplazó aquellas mentiras por una búsqueda concienzuda de la verdad?

Bueno, la verdad única no existe. Nada más en las cabezas de los nostálgicos del estalinismo, el dogmatismo que te dice que hay una única manera de entender la política o la solidaridad humana. O los que creen que este sistema que el mundo está soportando es el único posible. Yo no comparto eso para nada, lo que busco es celebrar la diversidad. Aquellas mentiras eran arte en el sentido de que el arte siempre es una mentira que cuenta una verdad. Los fusilados de Goya siguen cayendo cada vez que alguien los ve. Yo busco hechos de la realidad para que la realidad me cuente cómo son las realidades que ella esconde. Porque así como el mundo esconde, o tiene en la barriga otros munditos posibles, así también cada realidad contiene otras realidades.

En la diversidad también puede haber muchos demonios. Para ponerles coto, ¿la respuesta sólo puede ser política?

La palabra política suele tener un sentido muy restrictivo, que a mí no me gusta ni un poquito. Creo que todos hacemos política todo el tiempo. En la vida cotidiana, aunque no lo sepas, estás todo el tiempo eligiendo entre la libertad y el miedo. Y eso de algún modo hace política. Aunque lo hagas en el mínimo, microscópico espacio de tu vida privada. A veces hay que aceptar, en lo que tiene de bueno, la pelea interior de los santos y los demonios. Una pelea sana, porque cada uno tiene su cielo y su infierno propio.

¿Cuáles son sus infiernos?

Tengo un cielo y un infierno. [sonríe] que se alimentan mutuamente. ¿Te imaginás qué sería de Dios sin el diablo, pobre? Se iría a un fondo de jubilados, tendría que retirarse. Es como imaginar a River sin Boca o a Boca sin River.

Hace rato que, para usted, ver a Messi es una fiesta.

Incluso inventé una teoría, que se la hice llegar a él a través del director técnico de la selección: así como Maradona lleva la pelota atada al pie, Messi lleva la pelota dentro del pie. Lo cual es un fenómeno físico [se ríe, sus propias carcajadas lo interrumpen]. inverosímil. La frase le llegó. Y se ve que le gustó, porque me mandó una camiseta de regalo. Científicamente es imposible., ¡pero es la verdad!

Palabras viajeras

“¡No lo puedo creer! ¡Es increíble! ¡Tengo todos sus libros!”

La chica irrumpe de pronto, pura emoción desbocada. Aborda a Galeano, no para de hablarle: “Sólo por usted me vine a vivir aquí, a Montevideo”. La voz la delata: es mexicana. Está, no cabe duda, muy emocionada. Conocedora de los hábitos de su ídolo, merodeaba por la zona del Café Brasilero. Sólo un detalle se le pasó por alto: no lleva encima ningún volumen donde registrar el autógrafo del escritor.

“Es que esto es un acontecimiento -continúa, embelesada-. Tengo todos sus libros. Y los recomiendo.”

Galeano sonríe y comenta: “Difundiendo el martirio…” Saca de un bolso una libretita, se la da: “Para que la llenes con tus pensamientos profundísimos. Acá te dibujo el cerdito, la prueba de autenticidad de mi firma. ¿Y cuál es tu nombre?”

“Daniela”, contesta ella.

“Bueno, Daniela, te voy a hacer el chanchito y una flor pintada de rojo”, dice mientras dibuja el hombre que dio sus primeros pasos en el mundo de la prensa no como periodista, sino como ilustrador. Y no lo olvida.

Daniela, en éxtasis, se queda un rato. Hablan de su país, de los viajes, de esa particular zona de creación entre el arte popular y el arte religioso: los retablos mexicanos. Galeano ya está armando un nuevo relato: “Vos sabés que el primer retablo que vi en México estaba en una iglesita en ruinas. Son obras de arte primitivo, pero arte. Me quedé deslumbrado; me explicaron que los retablos eran pagos de promesas. Me acerqué; era maravilloso, pero no me animé a robarlo. Será la infancia católica.Aunque el retablo no era muy santo que digamos. Porque decía: Gracias Virgen santísima porque cuando las tropas de Pancho Villa entraron a mi pueblo violaron a mi hermana y a mí no .

Estallido de risas. La fan mexicana lo abraza, lo besa. Lo vuelve a abrazar antes de partir con libreta, autógrafo y dibujito., sin todavía poder creer que todo haya realmente ocurrido.

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