Monseñor Romero de América y del mundo
Se trata de un santo contemporáneo, salido de las mismas entrañas del pueblo, quien tomó partido por los pobres de este país y del mundo
La beatificación de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez (Ciudad Barrios 1917 – San Salvador 1980), conocido a nivel latinoamericano y mundial como San Romero de América, es un parteaguas histórico no solo a nivel religioso sino también político, social y cultural, que ubica al obispo mártir asesinado por odio a la fe en una instancia universal.
Se trata de un santo contemporáneo, salido de las mismas entrañas del pueblo, quien tomó partido por los pobres de este país y del mundo. Por ello su lucha por la justicia social y la igualdad tienen una relevante importancia ahora que el Vaticano se apresta a reconocer oficialmente su martirologio, desestimando las voces de la misma iglesia católica que durante años impidieron el normal desarrollo del proceso de beatificación.
La llegada al Vaticano del primer Papa latinoamericano, Francisco, ha sido de crucial importancia para acelerar este proceso, aunque ya está documentado que fue precisamente el anterior papa, el alemán Joseph Aloisius Ratzinger, conocido como Benedicto XVI, quien despejó el camino para su beatificación. Quizás por ser, al igual que Monseñor Romero, un profundo conocedor y estudioso de las formas más y tradicionales y ortodoxas de la Iglesia Católica.
Y es que este fue uno de los grandes aportes y descubrimientos de Monseñor Romero a los nuevos postulados de la fe: primero conocer y compenetrarse de los grandes dogmas y oxtodoxias del catolicismo, para luego abrazar, basado en ellos, la modernización de la Iglesia católica y su adaptación a los nuevos tiempos y a las nuevas necesidades de la humanidad, donde los desposeídos, los hambrientos, los perseguidos, los humillados y los explotados, son el objeto pastoral por excelencia.
En este sentido la obra de Romero, su legado, su lucha y su apostolado, están muy lejos de ser agotados, en este mundo para todos dividido, donde las desigualdades a todos los niveles, no solo entre países sino también entre ciudadanos, son cada día más enormes y causantes directos de más injusticia, menos libertad y mayor opresión.
El balazo que aquel 24 de marzo de 1980, disparado a su corazón por un francotirador desde un carro apostado en las afueras de la capilla La Divina Providencia, en la Colonia Miramonte de la capital salvadoreña, segó la vida material de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien fungía como Arzobispo de San Salvador, pero hizo surgir a un profeta de los tiempos modernos, pues su prédica va más allá de la simple petición de justicia para unos pocos y abarca a todo el conglomerado de la humanidad inmerso en la iniquidad, la injusticia, la intolerancia y la falta de libertades. Ello lo tenemos a la vista y a la mano no solo en nuestro país, El Salvador, sino también en Venezuela, en Ucrania, en Irak, en Siria, en Corea del Norte, en los mismos Estados Unidos y por qué no reconocerlo en esa fortaleza llamada Europa, que se niega a recibir a los hambrientos pobres del sur que mueren ahogados intentando llegar a sus playas. Con todos ellos esta viva hoy más que nunca la causa y la prédica de Monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Su profecía se cumple al pie de la letra, al anunciarle a sus victimarios que si lo asesinaban resucitaría en su pueblo y en su prédica.