Silencio en los botines

La selección jugó evangélicamente: la pierna derecha de los jugadores ignoraba lo que hacía la izquierda

Colombia v Peru - FIFA 2018 World Cup Qualifier

Crédito: Getty Images

Después de perder en nuestro propio patio ante Argentina 0-1 los colombianos quedamos como el soneto sin sus tercetos, como Don Quijote huérfano de Dulcinea, como Trump sin su verborreico mensaje.

Terminado el partido, parecíamos acabados de salir de vespertina, despelucados, sin norte, sur, oriente, ni occidente.

“Coronel, salve usted la patria”, le imploró a Bolívar a Rondón en pleno tierrero contra los españoles. Edwin Cardona, vinculado al fútbol mexicano, convertido en el coronel de la selección, tenía la pólvora mojada y poco hizo esta vez.

Había silencio de fútbol en todos los botines. La selección jugó evangélicamente: la pierna derecha de los jugadores ignoraba lo que hacía la izquierda. Sus extremidades se convirtieron en una babel en la que el cerebro daba una orden, los pies pensaban otra y los guayos hacían lo que les daba la gana.

“Contra el destino nadie la talla”; “un tropezón cualquiera da en la vida”. Digámoslo en letras de tango para que la paliza no nos dañe el almuerzo de los próximos semestres. Por lo menos hasta marzo cuando volveremos ripio a Bolivia. Y luego a Ecuador, en Barraquilla. Vamos por su invicto, país. Que se tengan del sur de las vacas cuando van pa’l norte.

Ningún “analista” lo ha dicho. Me tocó decirlo a mí que no soy escaparate de nadie: Ojo que teníamos al Papa argentino en contra. Francisco tiene línea directa con Dios, “ergo” tener a Dios en la oposición no es lo mejor en el camino hacia el mundial.

No siempre el que fabrica estrellas es imparcial. Por eso hay tanto ateo suelto. Para muestra el botón del 0-1, versión gaucha del 0-5 que les aplicamos en “nefanda noche”… porteña.

Tampoco ayudó que los congresistas hubieran faltado a las sesiones para ver el partido. Eso lo debieron saber los jugadores y en protesta dejaron su fútbol eficiente, poético, en el vestuario del estadio de Santiago donde empataron a un gol con los campeones de Sur América.

“Fue un partido ‘donde’ el rival jugó bien”, trató de explicar el defensor Zapata, maltratando los adverbios. Sin buena gramática, o al menos aceptable, no se puede ser campeón. O siquiera empatarle a Argentina que era la ilusión última, el premio seco, cuando entendimos que el triunfo era una quimera.

Con voz de quien reza salmos, el técnico gaucho, Pékerman, convertido en el malo de la película, se derramó en inútil prosa. (Ahora, si hay que hacer colecta para que Pékerman se vaya, no cuenten con mi pensión para esos menesteres. Unas son de cal y otras de arenas, dicen los maestros de obra).

Alguna vez explicó Pacho Maturana, el técnico que más lejos ha llevado a Colombia: Primero lo dijo Confucio: Si sacamos partido de nuestras derrotas probablemente no hemos perdido… Shakespeare lo reencauchó en uno de sus dramas. Cualquier día el dentista Maturana, se copió del dueto Confucio-Shakespeare y la crónica deportiva lo puso a decir: perder es ganar. Y se la montaron.

Nunca lo dijo, pero aceptemos que si esta derrota es la cuota inicial de la clasificación, no hay motivo para empeñar la sonrisa.

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