La generación “Amnistía” de 1986 se jubila y quiere la ciudadanía

Víctor Pedroza, de 76 años, quien trabajó durante 50 años en Estados Unidos

Víctor Pedroza con su esposa Caritina en Tonatico.

Víctor Pedroza con su esposa Caritina en Tonatico. Crédito: Gardenia Mendoza

TONATICO, México – La amnistía de 1986 los agarró en el campo, en la pisca de fresas, naranjas, tabaco o en las “yardas” y fábricas donde corrió la voz de que podrían dejar de ser indocumentados en cualquier rincón de la Unión Americana con ciertos requisitos y así lo hicieron: se convirtieron en residentes pero postergaron la ciudadanía por décadas. Hasta hoy.

“Fue pura dejación y miedo”, concluye Víctor Pedroza, de 76 años, quien trabajó durante 50 años en Estados Unidos, de California a Florida, donde su patrón le dio la constancia de trabajo con la que tramitó la residencia, antes de irse a Illinois a podar “yardas” y arreglar campos de golf.

Pedroza resume su historia de migrante sentado en el comedor de su casa que construyó en Tonatico, Estado de México, uno de los municipios de mayor expulsión de migrantes del país, donde su esposa lo esperó durante décadas criando sola a sus cinco hijos sumergida en una tristeza cada vez más profunda que se volvió depresión por la ausencia de su marido.

“Siempre pensaba en él”, cuenta Catarina Celis mirándolo de frente en el pueblo al que él regresó finalmente para quedarse vestido de huaraches y sombrero de ala corta a la usanza campesina como cuando se enamoraron. Ella 16; Víctor, dos más.

El problema es que cada año el marido se iba en marzo y no volvía hasta noviembre y no se quedaba en casa ni siquiera después de su jubilación en el año 2000 porque su estatus de residente lo obligaba a estar en EEUU por lo menos seis meses o perdía los beneficios del seguro social y la pensión.

Su caso es la representación de un problema que aún no tiene cifras oficiales sino cálculos aproximados. Rufino Domínguez, de la Oficina de Atención a Migrantes de Oaxaca, calcula que uno de cada 10 migrantes de retorno que llegan al estado jubilados en Estados Unidos tienen residencia pero no se han convertido en ciudadanos. “Esto puede afectarlos sino regresan”.
Víctor Pedroza en su pueblo natal después de recibir el pasaporte estadounidense.
Martha Ofelia Jiménez, de Enlace Consular Comunitaria para la Asociación de Clubes Nochistlenses en California, afirma que tan sólo en Los Ángeles, hay alrededor de 500,000 adultos mayores en esta situación. “No tienen información y les da miedo: algunos tardan hasta 20 años en dar el paso a la ciudadanía”, explica.

“El hecho de estar cerca de la frontera hace que a los mexicanos a volverse ciudadanos americanos: sienten que en cualquier momento pueden regresar; en cambio, los centroamericanos, lo hacen a los cinco años, cuando le ley lo permite” .

Pasos para lograrla

Una vez que se tiene cinco años de residencia se puede aplicar el formulario de naturalización N400 con dos fotografías tamaño pasaporte americano y pagar un monto por solicitud de ciudadanía 680 dólares o pedir una dispensación de cuota.

En este proceso hay que demostrar no se tiene antecedentes penales o faltas administrativos como multas por conducir borracho (ésta última se perdona después de cinco años).

Entre uno o dos meses se recibirá una cita para tomar las huellas digitales del aspirante. Este paso no aplica a personas mayores de 70 años como sucedió a Víctor Pedroza quien se llevó a su hijo José Luis para que lo apoyara en los trámites.

“Mi papá es semianalfabeta y no sabía qué hacer”, recuerda José Luis. “Por otra parte aunque yo tengo visa nunca he vivido en EEUU y no sé a detalle sobre las leyes allá y por eso pedimos ayuda a una organización”.

En Chicago, por ejemplo, se encuentra la organización Haces; en Los Ángeles está la Fundación de Ayuda Legal que apoya gratuitamente a los trámites. “Se aconseja preguntar en los consulados o en las iglesias ahí siempre puede haber mucha ayuda para evitar fraudes”, advierte la activista Jiménez.

Un mes después de la toma de huellas el solicitante es llamado a centros de apoyo para complementar el formulario de empadronamiento ante el Registrer’s Office del condado para poder votar. Y finalmente se entrega el pasaporte.

El día que Espinosa recibió la ciudadanía su mujer estaba con él. Faltaban unos días para que se venciera su visa y ella sólo pensaba en renovarla. “Ni loca voy a vivir seis meses aquí y seis meses en México para volverme ciudadana como él: yo lo que quería es que regresara”.

Espinosa sonríe, se seca el sudor. Acaba de regresar de cortar cebollas en el campo y está satisfecho: al final de cuentas hoy vive la vida que siempre quiso: trabajar su propia tierra cerca de la familia.

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