Editorial: La amenaza del terrorismo

Los ataques como los de Bruselas buscan crear la inseguridad del individuo y estremecer a los gobiernos

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Crédito: EFE

La intención del terrorismo es matar inocentes con el fin de intimidar a la sociedad, de quitarle a la gente el sentido de seguridad ya sea en un café de Paris, un complejo de vacaciones de Mali, un aeropuerto en Bruselas o una simple oficina condal en San Bernardino.

Los ataques de ayer en Bélgica vuelven a recordar la vulnerabilidad de las sociedades abiertas en el actual combate a los grupos extremistas islámicos. El deseo despiadado y el fanatismo de los terroristas suicidas es un nuevo factor que hace todavía más dificil su prevención.

Europa, por geografía y demografía, es uno de los frentes principales en la lucha desencadenada por el Estado Islámico (ISIS) en su meta de propagar un brutal califato por todo el mundo. Pero la amenaza es global, ya sea organizada y bien planeada por grupos o por el “lobo solitario”, esa persona o personas que toman acciones aisladas por su propia mano, pero no por eso son menos mortales.

Si el propósito es causar pánico y terror, la respuesta tiene que ser controlada. Lo que no debe darse son reacciones como las del aspirante presidencial republicano Donald Trump de cerrar la entrada a Estados Unidos a los musulmanes, vigilar a estas comunidades arraigadas en nuestro país y torturar a los sospechosos. Si el temor a los terroristas hace cambiar los valores de una sociedad, el terrorismo está logrando un triunfo.

La prevención a través de la colaboración entre servicios de inteligencia ha probado ser la manera más eficaz de luchar contra el terrorismo. El problema es que las autoridades pueden desbaratar muchos atentados, pero basta que uno tenga éxito para estremecer a todos. Los ataques en Bruselas ponen en alerta a las fuerza policiales desde Nueva York hasta Los Ángeles. Su trabajo es la protección, lo que no quiere decir que haya un peligro inminente.

Ésta es la realidad de estos tiempos y, sin ignorarla ni rendirse ante ella, hay que vivir con un nuevo peligro. Pero sin exagerar ni dejar que el miedo a lo que podría ocurrir domine al individuo y a la sociedad. El temor exagerado y la destrucción de los pilares de una sociedad libre en nombre de la seguridad son las victorias del terrorismo. Para combatirlo se necesita la fuerza individual para mostrar que no se le tiene miedo y la institucional para proteger a todos con inteligencia, cooperación y sin discriminación.

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