Ecuador: el miedo de pasar la noche en la calle cuando se ha perdido todo
A pesar de la tragedia se han registrado actos de rapiña en Bahía de Caráquez
A cuatro noches del terremoto que cambió la vida de millones en la costa ecuatoriana, todavía hay gente que duerme en las calles por temor a que sus hogares puedan derrumbarse con una nueva réplica.
En Bahía de Caráquez, BBC Mundo encontró familias enteras que intentan descansar en asentamientos improvisados frente a sus hogares, para vigilar que nadie entre a llevarse las pertenencias que sobrevivieron al sismo.
“No podemos movernos de aquí porque hay mucho vandalismo. A los camiones que vienen a suministrar alimentos al comisariato, una tienda, los han querido asaltar. Aquí ya se han dado casos de robo y si no cuidamos la casa nosotros, nadie la va a cuidar“, dice Víctor Román.
“Hoy día estamos mejor porque tenemos un generador y nos da un poco de luz, pero todos estos otros días hemos estado en tinieblas”
Carlos Farías, damnificado
Este hombre de voz gruesa como el marco de sus anteojos es una suerte de patriarca tribal de un grupo de 20 personas que duermen cerca del mar. “Aquí estamos unas tres, cuatro familias, pero todos somos parientes”, explica y no sonríe.
El temor de Víctor a la delincuencia parece justificado. A pocos metros, en la entrada del malecón, efectivos de distintas fuerzas de seguridad revisan a todo aquel que les parezca sospechoso, en particular si anda en dos ruedas.
“A cualquiera que esté en moto se le realiza el cacheo respectivo y se le piden los papeles personales y del vehículo. Personas en moto, con armamento y objetos corto-punzantes, han robado a particulares que se encuentran caminando, a la gente que duerme en la calle y aprovechando el desastre han entrado en las casas vacías”, dice un policía sin identificarse.
No dormir
La tribu de Víctor hoy tiene un motivo para celebrar: han conseguido un generador y la oscuridad que cae sobre todo Bahía como una maldición esta noche les da una tregua.
“La noche es la soledad. La noche es triste. Hoy día estamos mejor porque tenemos un generador y nos da un poco de luz, pero todos estos otros días hemos estado en tinieblas”, indica Carlos Farías, otro miembro del grupo, que se levanta disparado a pedir medicinas a una ambulancia que cruza rauda.
“Al estar aquí estamos todo el tiempo respirando polvo, o bajo la lluvia, y algunas personas aquí ya estamos con problemas respiratorios“, me dice como para justificar la interrupción.
A su lado, Ángela Román está sentada en la silla en la que a veces se amanece. Aunque el grupo ha logrado acarrear varios colchones a su nueva ubicación, ella sufre de los nervios y no puede dormir pensando que otro terremoto puede sorprenderla al cerrar los ojos. Para ella no son una tribu, sino “un circo barato” que carece de agua, techo y luz.
“Aquí enfrente están arreglando líneas telefónicas. Más adelante están arreglando luz. Con respecto al agua, no sabemos cómo estará la red. No hemos recibido agua desde el viernes. Esperemos que las tuberías no se hayan dañado”, añade Víctor, y mira a los obreros que en plena noche intentan devolver a Bahía de Caráquez al Ecuador.
Envidia
A pocos metros del grupo, cuadrillas de la empresa estatal de comunicaciones tratan de restablecer la conexión entre esta ciudad costera y el resto del país.
“Lo único que ha funcionado aquí es la solidaridad, aquí no han funcionado planes de contingencia, ni el GOE, ni el gobierno” Víctor, damnificado
Lo único que ha funcionado aquí es la solidaridad, aquí no han funcionado planes de contingencia, ni el GOE, ni el gobierno. Víctor, damnificado
El grupo termina su tarea nocturna y parte hacia San Vicente, al otro lado de la bahía, para cenar un poco de arroz con carne de chancho, pescado o camarones y prepararse para su tarea del miércoles: subir hacia Jama y Pedernales, dos de las poblaciones más golpeadas por el terremoto.
Como si fuera una burla del destino para los habitantes de Bahía de Caráquez, San Vicente recuperó la energía en las últimas horas, y sus luces y sonidos cruzan el mar para que el silencio y la oscuridad en la otra orilla sean más evidentes.
“Y… nos provoca un poco envidia porque acá es bastante larga la noche, pero igual seguimos aquí trabajando”, admite Juan Pablo Estrada, miembro del cuerpo de bomberos de Bahía, que vigila lo que quedó de su cuartel para evitar que nadie se lleve los equipos.
Solidaridad
La luz de la familia León, conseguida gracias al generador, ha sido compartida por el clan con otro grupo que duerme frente a ellos, también rodeados por el mar a su derecha y el malecón a la izquierda.
“Lo único que ha funcionado aquí es la solidaridad, aquí no han funcionado planes de contingencia, ni el GOE (Grupo de Operaciones Especiales de la Policía Nacional), ni el gobierno”, señala Víctor, y con eso da por saldada la cuestión del luminoso préstamo.
“La noche es muy oscura, pero gracias a Dios ahorita el vecino nos dio la luz”, responde del otro lado del asentamiento María Alexandra Pozo, madre de tres hijos. Yaela, la menor, cumple cuatro años mañana y Naomi, la del medio, es la única que duerme de todo el grupo.
Este otro clan tiene ocho niños a su cuidado. Por eso, antes de la llegada de la luz, los muchachos más grandes se turnaban durante la noche para vigilar que nada le pasara a su grupo.
Como si no quisieran renunciar a dicha responsabilidad sólo por el arribo de un foco, los “guardianes” siguen sentados, espaldas al grupo, mirando el malecón como si los tres policías que interceptan motos unos metros más atrás estuvieran de adorno.
Pero uno de ellos tiene otra tarea: él le da la espalda al malecón y mira hacia otro potencial enemigo.
“Yo estoy pendiente del mar. Como soy pesador por deporte, miro cómo está la marea. Si hay aguaje o no hay aguaje. Estamos con esa atención porque como ve, dormimos muy cerca del mar.
Ahorita la marea está bien baja, ya está secando el agua. Pero el aguaje puede ser fuerte”, me dice Antonio Muñoz, y se queda firme en posición de guardia, porque la noche recién empieza en Bahía de Caráquez.