De indocumentada a estudiante de universidad de Princeton
A partir de este otoño una migrante salvadoreña estudiará en una de las universidades más prestigiosas del mundo
Tenía pocos meses de edad cuando María José Solórzano vio partir a sus padres. Se iban de El Salvador que les negó empleo y los acostumbró a los ladrones. Su destino, Los Ángeles, prometía una vida mejor.
Aunque cuatro años más tarde un permiso de viaje reunificó a María José con su familia, en esta ciudad se topó con las desigualdades por carecer de un estatus migratorio.
“Después que expiraron mi visa y las de mis padres estuvimos indocumentados 10 años”, contó Solórzano, ahora de 18 años.
Una frase que la adolescente escribió hace unos días sobre un pizarrón negro confirma que valió la pena tanto sacrificio. “Me voy a Princeton”, puso la adolescente con letras ornamentadas.
Princeton, considerada una de las mejores universidades del mundo, le ofreció a María José un espacio en su clase de nuevo ingreso para que estudie biología molecular. Sus logros escolares y empeño la llevan al campus del que se graduaron la primera dama Michelle Obama y la jueza Sonia Sotomayor.
“Me siento muy afortunada que mis padres pudieron venir a este país, porque no sé cómo sería mi vida si ellos no hubieran tomado esa decisión”, dijo quien es hija de un bodeguero y de una niñera.
Antes de que María José fuera becaria de Gates Millennium, un programa establecido en 1999 por el genio de la computación Bill Gates, ella experimentó lo que muchos indocumentados.
“A veces cuando íbamos al doctor se notaba la diferencia porque algunos de mis compañeros no tenían que pagar por las medicinas y nosotros sí”, relata la residente de Echo Park.
Además de los retos financieros y de la cobertura sanitaria inadecuada, tuvo que sobrellevar el alcoholismo de su padre. “Eso me afectó”, dice atribuyendo su timidez en la escuela a la enfermedad que su padre trata de superar con un día de sobriedad a la vez desde hace cinco años.
Legalización y logros académicos
Pero no hay mal que dure un siglo. Cuando tenía 14 años se legalizó, en la preparatoria Belmont se unió a un programa de la Universidad del Sur de California (USC) que le ofreció clases avanzadas y tuvo la oportunidad de visitar algunos institutos de prestigio. Así conoció a su futura escuela.
“Aunque Princeton es Ivy League [así se les llama a las ocho universidades más prestigiosas del país] se enfoca mucho en los estudiantes, eso me da más oportunidades de hacer investigación en ciencias y tener una mejor relación con mis profesores”, dice la joven salvadoreña.
De la atención sanitaria que ha recibido su madre (diagnosticada con hipertensión y diabetes), al ver la falta de servicios médicos en barrios latinos y por un programa que tomó en el nosocomio infantil Children’s Hospital, esta adolescente decidió convertirse en cirujana cardiovascular.
“Después de la Escuela de Medicina me gustaría regresar a Los Ángeles y abrir clínicas para los migrantes y abogar para que nosotros tengamos más oportunidades en el área de la medicina”, señaló.
A su secundaria han llegado algunos de los miles de niños centroamericanos que vinieron a Los Ángeles huyendo de la violencia y de la pobreza. Inmediatamente se identificó con ellos. “Muchos esperan lograr algo en este país, yo también era así, y espero que logren por lo que vinieron”, dice.