Editorial: Más allá de la injerencia rusa
El uso del poder presidencial para bloquear una investigación sobre la administración, es obstrucción de la justicia. Es un encubrimiento, es un delito
La historia de los últimos escándalos políticos que dañaron a presidentes estadounidenses mostró que el encubrimiento suele ser peor que el delito. Esta misma narrativa es la que hoy amenaza con repetirse en la administración Trump.
El expresidente Richard Nixon renunció al borde de un juicio de destitución por encubrir un sabotaje contra los demócratas en el caso de Watergate. Mientras que Bill Clinton enfrentó un juicio de destitución por mentir bajo juramento sobre su relación con Monica Lewinsky.
Ahora la investigación federal en curso es para determinar si existió en la elección pasada una coordinación entre los esfuerzos rusos y la campaña electoral de Donald Trump para derrotar a su rival demócrata.
Ya en sí es muy serio que Rusia haya usado una agresiva estrategia para querer influir en la elección presidencial, para perjudicar una de las bases de nuestra democracia. Se sabe que Rusia estaba ligada a las filtraciones de Wikileaks que fueron desgastando la campaña demócrata.
También se sabe que figuras importantes de la campaña de Trump, y allegados al candidato, habían mantenido una relación cercana con Rusia o se habían comunicado durante y después de la elección con personal ruso.
Todo esto despertó las sospechas que condujeron a que dos comités del Congreso, un gran jurado en Virginia y un investigador especial independiente sigan este caso.
El presidente le quita importancia diciendo que la cuestión rusa es una “noticia falsa”, cuya intención es desmerecer su victoria electoral. La influencia de Rusia no es uno de los motivos de la victoria de Trump, pero las inseguridades personales del mandatario son más fuertes.
Por eso, sabiendo su problema para conocer los límites del poder presidencial, no sorprende que haya pedido informalmente al exjefe del FBI, James Comey. que deje de lado la investigación que realiza sobre su exasesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn. El posterior despido repentino de Comey por Trump crea más sospechas sobre la intención del presidente.
El uso del poder presidencial para bloquear una investigación sobre la administración, es obstrucción de la justicia. Es un encubrimiento, es un delito.
Es muy difícil establecer que hubo un complot entre la campaña de Trump y los servicios de inteligencia rusos para derrotar a Hillary Clinton. Muchísimo más complicado es probar que el presidente lo conocía.
Más fácil parece mostrar que Trump quiso entorpecer la investigación. Por eso el mandatario está contratando ahora su propio abogado.
La investigación original se expande a medida que hay más información. La administración ha querido distraer la atención hacia cuestiones secundarias. La torpeza del presidente la elevó a una nueva categoría.
La Casa Blanca debió haber colaborado con la investigación inicial si no tenía nada que esconder. Ahora la actitud del presidente hace más necesaria la pesquisa para para descubrir qué se quiere ocultar y con ello, la historia parece repetirse.