“Un hombre me ofreció $35,000 a cambio de mi hija”

Yaya Sangare vive en un centro de refugiados de Nápoles, en Italia, con su hija Deborah. Su esposa y otros dos hijos murieron ahogados en la costa de Libia, como cientos de migrantes. Pero ya en Europa, tampoco se sienten seguros

Yaya Sangare

Yaya Sangare con su hija de cuatro años, Deborah, en Italia. Crédito: Yaya Sangare

Hace nueve meses, Yaya Sangare, su esposa y sus cuatro hijos dejaron la costa de Libia para cruzar el Mediterráneo y llegar a Europa.

Ahora solo están él y su hija Deborah, de cuatro años.

La embarcación se hundió y se cobró la vida de su esposa Seri Dejezi y de sus dos hijos, Eli, de 12 años, y Elise, de 14. Su otro hijo recién nacido, Kami Davide, murió en sus brazos.

Sentado en la Piazza Garibaldi, en el corazón de Nápoles, recuerda a la familia que un día tuvo mientras mira una foto de sus hijos. “Los quiero tanto”, dice.

Deborah también estaba en el barco aquella trágica noche, pero Yaya dice que no quieren hablar de eso.

“Algún día le diré lo que ocurrió. Ella lo recuerda a veces. Pero un día me sentaré con ella y le contaré todo, pero no ahora. Es demasiado duro”.

Oriundos de Costa de Marfil, Yaya y su familia cruzaron el desierto hacia Mali y luego Argelia, viviendo en campos de refugiados antes de emprender camino hacia Libia, donde estuvieron durante tres meses. Yaya quería llegar a Europa.

Pero la ruta se convierte con frecuencia en una tragedia. Más de 2,000 personas murieron en el mar en lo que va de año. El papa Francisco llamó al Mediterráneo un “gran cementerio”, pero Yaya dijo que sabía del riesgo al venir aquí.

“Quería una mejor vida para mi familia en Europa”, dice.

Para ello pagó más de $3,500 dólares a traficantes, que lo subieron junto con su familia a uno de los 19 pequeños botes que tenían dispuestos para cruzar el Mediterráneo.

Pero en la noche, el bote se hundió. De las 154 personas que había en la embarcación de Yaya, solo 19 sobrevivieron. “Fue terrible”, dice Yaya, mientras su voz se rompe. Respira profundamente para evitar llorar delante de Deborah.

“No pude encontrar a mi esposa Dejezi ni a mis chicos, mi corazón está roto. No los pude ayudar. Después vi sus cuerpos flotando”.

Finalmente, él y Deborah llegaron a Sicilia, con una pequeña mochila con ropa. Solo dos de ellos.

Los peligros no terminan

Hay un dicho en esta ciudad: “Vedi Napoli e poi muori” (Ve Nápoles y muere).

Su origen se remonta a la época en la que el Reino de las Dos Sicilias, del que Nápoles era la capital, era una influyente y prestigiosa parte del mundo.

Lo que quiere decir es que una vez vista la gloria de Nápoles, no hay nada más en el mundo que ver. Pero Yaya interpreta .

“Es una mala ciudad. No hay nada aquí para nosotros. Nos ocurrieron ya muchas cosas”, dice.

Yaya vive un un centro de refugiados en la ciudad con su hija.

Pero se quiere ir, dice, y recuerda molesto cómo un hombre se acercó a él para intentar comprar a Deborah.

“Nunca lo olvidaré. Un hombre se acercó con un número de teléfono y me dijo: ‘Este hombre quiere comprar a tu hija cambio de 30,000 euros (algo más de $35,000 dólares)”.

Yaya fue a la recepción del centro de refugiados y contó lo que había pasado. “Les di el número, les conté mi historia. Empecé a llorar”, dice Yaya. Agrega que no se hizo nada y el hombre nunca fue capturado.

Yaya teme que la ciudad pueda destruirlo a él y a Deborah.

“No me gusta la manera en que algunos hombres miran a mi hija. Me preocupa que puedan aprovecharse de ella con drogas y para la prostitución”, dice.

“Hago todo esto por mi hija”

Mientras cuenta su historia, hay decenas de jóvenes de origen africano congregados en la Piazza Garibaldi.

Apuntando hacia ellos, dice: “No quiero vivir así. Tengo miedo de que me dejen en Nápoles.

“Soy lo suficientemente fuerte para trabajar, pero no consigo trabajo. Quiero seguir moviéndome y llevar a Deborah a Estados Unidos o Australia”.

La semana pasada, el sacerdote de origen eritreo Don Mussie Zerai dijo que la gente debería pensárselo dos veces antes de hacer la peligrosa travesía hacia Europa.

Pero Yaya niega con la cabeza y dice: “No puedo volver a casa. No me gusta la política ahí. También prometí una mejor vida para mi familia”.

Dice que está concentrado en sus planes y solo volverá para ir a buscar a su madre y otros familiares.

“Mi madre es cristiana. Tomo mi fuerza de ella y de Dios, y de mi hija Deborah. Hago todo esto por Deborah”.

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