Se busca ‘por tocón’
Hace ya muchos años una estudiante intimidada sexualmente por un compañero de clase tomó la inusual decisión para una mujer en aquella época, los años 70, de poner la foto del abusador en un pasquín y añadirle el texto “se busca por tocón”.
Después hizo copias y las pegó por toda la universidad provocando el pánico en el atrevido “tocón” que corría desquiciado intentando arrancar su imagen de las paredes.
Lo dicho viene a cuento de la ola de denuncias que se vienen publicando desde que salió a la luz el caso del productor de Hollywood Harvey Weinstein.
Por más que propasarse en el roce con las subalternas sea tan viejo como el hilo negro, esta vez se hace noticia de verdad. Cualquiera que tenga algo de edad y experiencia en la vida puede constatarlo.
De momento algunos “tocones”, entre los que se cuentan Weinstein y el actor Kevin Spacey, se han internado en una clínica en Arizona para rehabilitarse a 36,000 dólares al mes.
El descrédito les ha ocasionado pérdida de empleo, suspensión de series televisivas o terminación de contrato, como ya le ocurriera a Bill O’Reilly no hace tanto tiempo.
Las dimisiones entre los políticos del Reino Unido, un efecto colateral, han destapado una práctica habitual que por fin deja de permanecer callada. El efecto más visible: el suicidio de Carl Sargeant.
Se ha dejado a un lado el “qué dirán” o el miedo al despido y las mujeres se han echado al ruedo sin miedo. Como en el caso que abría esta colaboración, hay que hacer públicos los hechos para que la sociedad reaccione.
Estereotipos como el engaño a la esposa con la secretaria han sido lugares comunes en las películas y se han percibido como algo normal, incluso natural.
La denuncia, insistimos, es un paso de gigante para modificar la conciencia social. ¿Pero qué se puede esperar si los que producen las películas son los primeros practicantes de los actos que se denuncian, habitualmente a empleadas, actrices, o personal del servicio doméstico?
Sin olvidarnos de emigrantes amenazadas con denuncias al ICE si no se accede a las indecorosas proposiciones.
Estar indefensos propicia el abuso, lo que nos indica que las leyes deben aplicarse de forma tal que la denuncia pública no conlleve la desprotección del o de la denunciante. Parte del problema es que no hay una ley marco que dé cabida a la legalidad del indefenso.
Sea bienvenido este arranque de valor, venga con retraso o no en algunos casos.
Todo lo dicho se aplica sin distinción a los actos contra las mujeres, los niños, los desvalidos y víctimas en general de esta lacra que ya va siendo hora de que se combata a cara descubierta.