‘Mágico’ González, el salvadoreño que pudo pero no quiso ser el mejor futbolista del planeta
La leyenda del balompié centroamericano es celebrado en estos días por todo el mundo al cumplir 60 años de edad
La historia narra a un Diego Armando Maradona de 24 años irreverente y figurón del Barcelona que activó una alarma de incendios en el hotel de concentración de su club en Nueva York. La alerta obligó a la evacuación de todas las personas en el recinto, excepto de dos: Jorge “Mágico” González y la mujer con quien tenía sexo en ese instante en la habitación donde debía estar concentrado.
Este hecho truncó el fichaje del irrepetible crack salvadoreño con el club catalán, al cual reforzaba en una gira por Estados Unidos y por el que, para su beneplácito, debió permanecer en el muy modesto Cádiz, donde hasta hoy es el máximo ídolo de la historia, venerado, incluso, por generaciones que jamás le vieron jugar.
Al hablar del “Mágico” Jorge Alberto González Barillas (El Salvador, 1958) es indispensable cerrar los ojos y respirar hondo como si se estuviera por comenzar un ejercicio de relajación. Sólo así logramos regresar aquellos momentos descomunales con el balón en los pies a punto de hacer regates imposibles, de una hechura tal que pese al papel de su selección en la Copa del Mundo de España 1982 (tres derrotas con 13 goles en contra y sólo uno a favor), le abrieron las puertas del fútbol europeo.
El “Mágico”, como se le conoció hasta el final de su carrera en Europa tras su brillante paso por el Cádiz, además de su efímero y taciturno andar por el Valladolid, se comportó en el fútbol de la misma forma en como afrontaba el día a día de la vida: su pasión le conducía a divertirse, no a afrontar una disciplina para conquistar trofeos.
El pasado 13 de marzo el salvadoreño más universal de la historia, como lo llegó a llamar el periodista Cristian Villalta cuando era director del diario salvadoreño El Gráfico, apostó siempre por la alegría por delante del dinero. El “Mágico” era un bohemio con pies y la velocidad creativa de su ingenio en el campo.
En alguna ocasión le preguntaron a Maradona si se sentía el mejor futbolista del mundo y el argentino respondió negativamente. “Hay uno mejor que yo; se llama Jorge González y es salvadoreño”, dijo.
Rey nocturno
La declaración de Maradona, entonces de 24 años, no fue un acto de amistad, fue una confesión sincera. El astro campeón con Argentina en la Copa del Mundo de 1986 y subcampeón en Italia 1990, aseguraba no haber visto jamás a un futbolista con las virtudes técnicas del salvadoreño, quien después del Mundial de 1982 dejó plantada a la directiva del París Saint-Germain, con la que había llegado a un acuerdo, porque prefirió quedarse en casa a divertirse que ir a estampar su firma en el contrato.
El salvadoreño era un amante de la noche, de las mujeres y los desvelos. Por ello escogió Cádiz, un club pequeño, entonces y como ahora en la Segunda División de España, con una ubicación sinigual en la región portuaria de Andalucía, para dar vuelo a sus deseos de ser feliz a su modo.
“Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida”, llegó a declarar cuando se le preguntaba por qué el descuido hacia su persona pese a contar con unas cualidades únicas para el balompié.
Su llegada a Cádiz paso tan inadvertida como el vuelo de un ave a mediodía. El club penaba su reciente descenso y el nombre de un futbolista procedente de El Salvador, selección que en el Mundial de España se había llevado la hasta hoy peor goleada en la historia del torneo (10-1 ante Hungría), para nada ilusionaba a nadie, pero bastaron unos cuantos minutos en el estadio Carranza para descubrir a un futbolista colosal.
El diario digital El Español recoge una deliciosa serie de anécdotas con el salvadoreño, una de ellas muy a cuento con la forma en la cual el hasta entonces desconocido “Mágico” González avisaba de su indescifrable habilidad y calidad sinigual.
Confesión de un rival
Joaquín Hernández, periodista de El Español, charló con Rafael Domínguez, quien en 1982 era el lateral derecho del Trebujena, el equipo de un pueblo que jugaba en la primera regional andaluza.
“Fui el primer defensa que lo tuvo delante. Jugaba arriba, escorado a la izquierda aunque era diestro. Perdimos ocho o nueve a uno, no recuerdo bien, y yo no vi la pelota en todo el partido. Se me iba siempre que me encaraba y lo único que hacía era correr detrás de él. Me pregunté: ‘¿Pero quién coñ… es este tío?’ Luego, cuando meses después vi por televisión hacerle lo mismo a los mejores defensas de España, me di cuenta de que yo no era tan malo y sí que él era muy bueno”, recordó Domínguez.
Al “Mágico” se le perdonó todo en Cádiz: alcohol, drogas, desvelos, quedarse dormido al medio tiempo en una camilla, llegar tarde o ausentarse de los entrenos, practicar sin la intensidad de sus compañeros; todo, porque su talento y los detalles que era capaz de regalar en los partidos valían oro.
Ahora el exfutbolista trabaja para su federación. Apenas la semana anterior cumplió 60 años de edad y el Cádiz planea hacerle un homenaje en su querida ciudad española, aquella donde decidió apostar a divertirse antes que a ser millonario, la misma en la cual vivía de noche, dormía con mujeres recién conocidas y en la que un día decidió no ser el mejor futbolista del mundo, sino el más feliz.