Vendedores de hot dogs recorren el Estado Dorado
La competencia los obliga a buscar eventos masivos para ofrecer sus productos en todo California y hasta en Nevada
Amarilis Dávila, una inmigrante de Guatemala, lleva 20 años que se gana la vida con la venta de hot dogs en Los Ángeles. Pero cuando la competencia y los gastos de la familia comenzaron a crecer, se unió al ejército de vendedores de hot dogs que van a de ciudad en ciudad en California y hasta a Las Vegas, Nevada llegó, en busca de eventos masivos en los que pudiese obtener mayores ganancias.
“Nosotros somos vendedores de Hollywood, pero yo le busco por un lado y por otro porque con tanto vendedor ya no se puede”, dice Amarilis Dávila, madre soltera de cuatro hijos. El mayor Oswaldo de 22 años tiene ya su propio carrito de venta de hot dogs y Elvis de 15 años asiste a madre y hermano. Los tres salen a vender juntos.
Después de vender frente al nuevo estadio de fútbol soccer de Los Ángeles donde se celebraba un partido local, Amarilis planeaba irse a vender a un evento masivo en San Bernardino. “Voy volando por el freeway. Manejo como una hora hasta allá. Uno tiene que buscarle”, dice mientras arregla su carrito de hot dogs para que luzca impecable.
Isela Gracian, líder de la East L.A. Community Corporation, la organización que representa y aboga por los vendedores ambulantes, puntualiza que en Los Ángeles hay 50,000 de estos comerciantes, pero no tienen el desglose de cuántos se dedican a la venta de perros calientes.
Sin embargo, cada vez es más común verlos afuera de los grandes eventos, en marchas masivas o aún a la salida de un bar o un centro nocturno con sus pequeños carritos humeantes repletos de salchichas y vegetales.
La mayoría son latinos
El carrito de hot dogs de Maciel Rayo, una joven vendedora de hot dogs, es uno de los más vistosos. Junto a las salchichas enrolladas con tiras de tocino, despliega un cerro de tiras de pimientos rojos, amarillos y verdes así como cebolla picada en juliana, que adorna con ramas de cilantro.
La muchacha de 20 años no deja de dar la vuelta a las salchichas con unas tenazas mientras que la grasa que suelta el tocino en el comal ardiente no para de chillar.
“Llevo un año vendiendo. Yo vendo para un patrón. Por cada 100 dólares que vendo, me da 40 dólares. En un buen día puedo ganar 200 dólares”, dice tímidamente.
Rayo, una inmigrante nicaragüense, dice que su patrón la lleva a ella y a otros empleados a vender hot dogs a San Diego, San Francisco, Las Vegas o donde quiera que haya un evento masivo que puede arrojar buenas ventas.
“Vendo cuatro días a la semana, pero no quiero hacer esto siempre. Es un buen negocio pero muy arriesgado. Quiero ser enfermera”, externa.
Maciel Rayo hace un lado su timidez y con aplomo llama a los que pasan por su carrito a comprarle un hot dog. “Venga, pruébenlo, ¡están muy buenos!, les dice tratando de animarlos a comprar.
No es tan fácil
Su novio, un inmigrante de Nicaragüa, quien ha sido vendedor de hot dogs por siete años, dice que tienen que seguir los eventos masivos para que les vaya bien. “Vamos a estadios y sitios de conciertos masivos. Con los rockeros siempre vendemos mucho”, observa.
Confía que ser vendedor de hot dogs requiere de muchas habilidades. “Tenemos que lidear con la competencia, los agentes de seguridad de los eventos, la policía y el Departamento de Salud”, se queja. Pide que no se haga pública su identidad. “No quiero dar mi nombre, no fotos. Es por seguridad”, precisa.
“Ser hot doguero es un trabajo duro. Más cuando le quitan todo a uno, las salchichas, las verduras, el pan y hasta el carrito con los tanques de gas y no le devuelven nada. Uno pierde como 400 dólares”, comenta.
La venta de hot dogs, sostiene, es como una cajita de la suerte. ‘Hace como cinco años, trabajando todo el día, a matarme, me gané 1,000 dólares, pero otras veces nos quitan todo, sin vender nada”, se lamenta.
El nicaragüense dice que se necesitan dotes para vender hot dogs. “Para empezar debes hacer bien los hot dogs, tener habilidad con las pinzas, producto fresco, saber lidiar con el cliente y con la policía y los de seguridad. A veces, yo estoy sirviendo cuatro o cinco hot dogs, y al mismo tiempo tengo a la policía encima y estoy tratando de escapar de ellos para que no me quiten mis cosas. Es de locos”, expone.
“En esto si uno quiere llevar dinero a su casa, hay que tener valor y meterse a la brava en las entradas de los eventos ahí donde no te permiten, y arriesgarse a que le quiten sus cosas”, indica.
“Hay compañeros que se ponen un día, pero cuando ven todos los malabares que tenemos que hacer para ganarnos el pan de cada día para nuestras familias, ya no vuelven”, dice.
De todo
Entre los vendedores de hot dogs hay familias enteras, padres y madres que llegan con sus hijos menores a vender. Otros como Amarilis Dávila se hacen acompañar por sus hijos mayores que ya le entraron al negocio.
Muchos de ellos son inmigrantes. Los hay mexicanos, centroamericanos y peruanos. Muchos vendedores trabajan para ellos, pero otros tienen trabajadores. Se manejan por grupos, cada grupo tiene un promedio de 12 vendedores que se desplazan por todo el estado o donde haya que ir para ganar los dólares.
“Vender hot dogs es un negocio duro. Es demasiado competencia. Se ha saturado mucho”, anota. Pero aún vale la pena. “Yo tengo licencia para guardia de seguridad, pero prefiero los hot dogs porque me deja más. Cada hot dog lo damos a cinco dólares”, precisa el inmigrante nicaragüense.
La tarde del sábado 11 de agosto había unas dos docenas de vendedores de hot dogs apostados frente al nuevo estadio de fútbol de Los Ángeles. Minutos antes los guardias de seguridad los habían sacado del área que circunda la entrada. La policía les permitió ponerse frente al estadio.
“Siempre andamos juntos vendiendo”, observa esta madre. “Así nos protegemos y cuidamos de la policía que no nos deja vender. A mi hijo hace poco se le atravesaron tres policías en Inglewood y me lo golpearon. A mí en Hollywood me han quitado el carrito infinidad de veces y me han dado muchos tickets”, dice Amarilis Dávila.
Aunque reconoce que a pesar de los muchos obstáculos, la venta de hot dogs le ha dado para sacar a sus hijos adelante. “De aquí pagamos la renta, las cuentas, comemos, vestimos, y mis hijos están estudiando”, expone satisfecha.
Su sueño es que la ciudad de Los Ángeles les dé permisos para trabajar con tranquilidad.
Los aficionados al fútbol se arremolinan en torno a la hilera de vendedores de hot dogs. Los que están adelante o los que gritan más, son los que más venden. Algunos se abalanzan sobre los posibles clientes, o se les atraviesan a sus compañeros vendedores para ganar la venta.
Otros vendedores simplemente esperan a que el juego de fútbol acabe y que los aficionados salgan hambrientos a devorar un hot dog.