El guatemalteco César se queda en la CDMX

Aunque la mayoría de los integrantes de la caravana quieren llegar a EEUU, César Gómez no

César Gómez durante su estancia en el campamento del Deportivo Magdalena Mixuca en la CDMX.

César Gómez durante su estancia en el campamento del Deportivo Magdalena Mixuca en la CDMX. Crédito: Gardenia Mendoza. | Impremedia.

MEXICO – Cuando el éxodo mayor de migrantes centroamericanos se asentó en la Ciudad de México para recuperar fuerzas en su camino a Estados Unidos, César Gómez, un joven guatemalteco de 21 años, salió a conocerla.

No temió al monstruo que habitan más de 20 millones de personas, ni al tráfico, ni al metro subterráneo, ni los empujones o posibles carteristas. Traía 100 pesos en la bolsa (unos cinco dólares) y siempre con una mochila a la espalda fue a La Basílica de Guadalupe que se encuentra al norte de la capital mexicana, allá oró para agradecer que llegó con bien.

Pidió un milagro para que el Cártel de Sinaloa y los Zetas se larguen de Petén, donde él vivía, desde que su madre lo sacó de Ciudad Guatemala  dizque para protegerlo de los Maras pero salió peor: “los malos ya están por todos lados en mi país”, dijo a la Virgen Morena como un parte de guerra.

Otro día fue al Zócalo, ¡qué bonito y grande es!, con tantos edificios antiguos y más iglesias: ¡sintió  tanta paz en la Catedral! Por los alrededores comió 10 tacos de canasta con frijol y algo que parecía pollo con algo de picante. Todo por 10 pesos, o sea, por 50 centavos de dólar. Tomó un refresco y sacó cuentas, ¡está más barato que en Guatemala!

De ahí se fue para el zoológico de Chapultepec y ahí mismo caminó para el lago. Compró un tamal y se sentó a la orilla donde vio a parejas pasear en las pequeñas lanchitas que surcaban el agua verde y ahí mismo decidió: “Aquí quiero pasear siempre”.

César recordó que en una carpa del campamento le habían dado un papel donde decía que también se podía pedir asilo y cuando regresó fue para allá, donde lo atendió Francesca Fontanini.

representante de Información Pública de la Oficina de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), quien daba la información entre los 5,000 centroamericanos.

Desde que entró la primera de las cuatro caravanas en el sur de México que hoy cruzan el país, el número de centroamericanos que se ha acogido a la posibilidad de asilo político suman 3257, de los cuáles 101 lo decidieron en la CDMX.

El guatemalteco titubeó entre acogerse a este mecanismo en estos días o después. No quiere seguir hacia Estados Unidos: la cosa se pone mala hacia el norte con la presencia de los mismos cárteles que le han hecho la vida de cuadritos en Petén. “Ellos saben los días que se paga allá y se ponen afuera de los bancos para quitarte tu dinero, su derecho de piso”.

Además, sabe que Trump no quiere a los centroamericanos. Mandó a militares a la frontera, helicópteros y el 9 de noviembre firmó una orden ejecutiva para evitar que se internen por cualquier punto de la frontera y en adelante sólo podrán hacerlo por las garitas oficiales de entrada.

César ya sabe que tiene derecho a pedir refugio si su vida corre peligro aquí o en EEUU. “Lo más común en este flujo migratorio es que no saben que pueden hacerlo y tienen miedo que los vayan a repatriar y por eso es importante para nosotros darlo a conocer”, dijo Fontanini frente a César.

Otra opción son las tarjetas de visa humanitaria que se dan por un año. De enero a agosto suman 8,181 personas que recibieron este beneficio, un 135% en comparación con el año pasado.

El joven centroamericano caminó un poco por el campamento donde habían llevado un espectáculo de lucha libre y sus paisanos hacían cimbrar el piso del campo deportivo.

“Voy a ir por mi mamá y los dos nos vamos a hacer mexicanos”, concluyó y se metió entre las gradas. “Dale, dale”. Se escuchó.

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