No quiero hablar de eso
Por mucho que amemos a alguien, no le hacemos un favor encerrándolo en una burbuja de cristal
Busquen la película “No quiero hablar de eso” hasta que la encuentren. Me llamó la atención porque actúa Marcello Mastroianni, una gloria del cine europeo, y habla acerca de ser aceptado a pesar de “ser diferente”. Al comenzar, dice lo siguiente: “Este cuento está dedicado a toda persona que tenga el coraje de ser diferente con el fin de ser ella misma”.
Desde el punto de vista psicológico es toda una clase de cómo ser padres de “alguien diferente”. Se desarrolla hace varios años, cuando la gente no era sincera ni hablaba la verdad, cuando ser espontáneo y directo significaba ser mal educado; aunque aún hoy eso queda en la mente de mucha gente en este bello planeta. Ser educado es sinónimo de hipócrita, lo que contribuye a que el chisme sea el deporte que más se practica en la bolita del mundo y en la película también. Una cosa es ser grosero y otra muy diferente es ser iluso.
Una próspera viuda “descubre” que su hija es una enana, pero no lo acepta. Digo descubre entre comillas, porque claro que lo sabía. El punto es que no quería saberlo. Se siente muy rabiosa y destruye todo lo que siquiera insinúe o se refiera a enanos, desde “Pulgarcito” hasta “Blanca Nieves y los Siete Enanitos”. Rompe toda figura del pueblo que sea de enanos, las entierra, como si el problema estuviera fuera de ella y no dentro y ante sus ojos, cada vez que miraba su hija. Decide que no va a hablar más de “eso”, ni le va a permitir a nadie que hable de “eso”, y todos la complacen.
Lo que hace esta madre es muy común, la mayoría de las personas se viven auto-engañando, negando la realidad, no viendo lo que tienen en las narices. No saben que el mejor y único camino ante los conflictos de la vida es afrontarlos, hablar de ellos. Ella cría a su hija negándole la posibilidad de aceptarse y ser ella misma, la posibilidad de llorar y sacar su rabia por ser diferente, de atravesar todo el proceso de duelo y dolor para al final aceptar su realidad y vivir con ella.
No conduce a nada negar la realidad y sobreproteger. Más tarde o más temprano, debemos hacer frente a la verdad, y entonces es mucho más doloroso. Por mucho que amemos a alguien, no le hacemos un favor encerrándolo en una burbuja de cristal. Le ayudamos cuando lo acompañamos en el proceso de aceptarse y bregar con su dolor.
El único regalo que le podemos dar a quienes amamos es enseñarlos a aceptarse y quererse a sí mismos. Cuando esto no sucede el final es trágico y triste. Ya lo dijo hace siglos Jesús: “Ama al otro como a ti mismo”. La salud mental, una buena autoestima, la seguridad, el auto-respeto y la dignidad solo se logran cuando aceptamos y celebramos nuestras diferencias. Las diferencias nos hacen crecer.