La legendaria actriz Audrey Hepburn pasó hambre y fue espía, luego de que su madre apoyó a Hitler
Estuvo sin comida, luz ni agua en la 2da Guerra Mundial, afirma un nuevo libro en un repaso dramático a su vida
Aunque fue y sigue siendo ícono de elegancia y sofisticación, la juventud de Audrey Hepburn fue todo lo contrario. Pasó hambre, arriesgó la vida y fue espía durante la 2da Guerra Mundial, cuando un error de su madre los perseguiría para siempre.
En la víspera de lo que sería su 90 cumpleaños, un nuevo libro reafirma detalles conocidos y otros nuevos de la actriz ganadora del Óscar, fallecida en 1993.
Robert Matzen, autor de “Chica holandesa: Audrey Hepburn y la Segunda Guerra Mundial” (GoodKnight Books), revisó los archivos secretos, habló con la familia de Hepburn y rastreó los diarios para descubrir nueva información.
La mayor sorpresa para muchos quizá será el trabajo de Hepburn con la resistencia holandesa contra la ocupación nazi.
Hepburn nació en Bélgica el 4 de mayo de 1929, en el seno de una familia de clase alta, con padres pro-fascistas: él, Joseph Victor Anthony Ruston, trabajaba en finanzas; y su madre, la baronesa Ella van Heemstra, era una noble holandesa.
Audrey sólo tenía 10 años cuando estalló la guerra y ya desde antes, 1935, su padre había abandonado a la familia.
“Mi padre desapareció y todo eso. No teníamos dinero en absoluto”. “Creo que a veces es difícil para los niños que son abandonados”, reflexionó más tarde Hepburn. “Los niños necesitan dos padres para su equilibrio [emocional] en la vida”.
Hepburn pasó algunos años en una elegante escuela privada cerca de Dover, Inglaterra, pero cuando se estaba gestando la guerra, su madre decidió mudarse a Holanda, en diciembre de 1939.
A pesar del noble título de la señora, la familia no era rica. El gran hogar ancestral de la familia, donde vivía el abuelo de Hepburn, debió ser alquilado.
“Mi madre no tenía ni un centavo”, dijo una vez Hepburn. Por ello la baronesa debió tomar un trabajo en la venta de muebles, y con su hija se instaló en un modesto apartamento en Arnhem, en el este de Holanda.
Pero había un problema más: la baronesa Van Heemstra había sido partidaria de los nazis. Una vez escribió en un boletín informativo nacionalsocialista: “Bueno, que Adolf Hitler esté orgulloso del renacimiento de este gran país y del rejuvenecimiento del espíritu alemán”.
Ella y su esposo incluso se habían reunido en privado con el Führer en Múnich en 1935.
Alemania invadió los Países Bajos en mayo de 1940. Las tropas cruzaron la frontera, ocupando rápidamente ciudades y pueblos. Casi de la noche a la mañana los letreros públicos se cambiaron al idioma alemán y las banderas con esvástica comenzaron a proliferar.
“Los primeros meses no sabíamos lo que había pasado… simplemente iba a la escuela”, recordaría Hepburn.
Su refugio infantil era la danza. La habían introducido al ballet en Inglaterra y ahora se lanzó con toda su fuerza, decidiendo que quería ser una bailarina profesional. En 1940 se matriculó en una escuela especializada con un célebre maestro de baile y se enamoró del escenario.
“La niña tímida y retraída que desaparecía en la pared en cualquier situación social se había transformado bajo la influencia de la danza y ahora sólo buscaba expresarse”, escribió Matzen, citado por New York Post.
La normalidad relativa se rompió en 1942 cuando su tío Otto van Limburg Stirum fue detenido y fusilado, en un grupo que fue obligado a cavar sus propias tumbas.
El asesinato llevó a la madre de Hepburn a huir a Velp, una pequeña ciudad donde vivía el abuelo de la futura actriz. La tragedia también completó la conversión política de la señora, quien ahora buscaba activamente formas de ayudar a “la Resistencia”.
Una espía muy joven
Las crueldades de la guerra estaban en todas partes y Hepburn fue testigo de un tren lleno de judíos en posible ruta a un campo de concentración.
En el verano de 1944, teniendo 15 años, comenzó a trabajar como voluntaria para el doctor Hendrik Visser’t Hooft. Fue aquí donde se formaron sus lazos con la oposición clandestina.
Visser’t Hooft era ex atleta y líder anti-alemán, y el hospital donde trabajaba era el centro de la Resistencia en el área, con médicos que ayudaban a falsificar documentos de identidad para ayudar a los que se escondían.
Una de las contribuciones de Hepburn fue a través de su pasión, la danza. Comenzó a actuar en eventos nocturnos ilegales, diseñados para recaudar fondos para la Resistencia, entre ventanas oscuras y sin aplausos para no hacer ruido.
“Se colocaban guardias afuera para avisarnos cuando los alemanes se acercaban”, diría más tarde Hepburn. “Las mejores audiencias que jamás haya tenido, no hacían ni un sólo sonido al final de mi actuación”.
La bailarina en ciernes también repartía un periódico subversivo, Oranjekrant. Como el papel escaseaba, el boletín se imprimía en una hoja de la mitad del tamaño de una servilleta de papel.
“Los metía en mis calcetines de lana, en mis zapatos de madera, me subía a mi bicicleta y los entregaba”, recordaría Hepburn.
Y como había sido educada en inglés, fue elegida por Visser ‘t Hooft para llevar mensajes y comida a los pilotos aliados derribados en 1944. La familia de Hepburn incluso albergó a uno de ellos, escondiéndolo en la casa, como Anne Frank.
Según el hijo de Hepburn, Luca Dotti, esa era su historia favorita para contar sobre la guerra. “Mi madre me dijo que fue emocionante para ella; fue arriesgado, un desconocido de uniforme, un salvador y, por lo tanto, un caballero y un héroe”, comentó en el libro. “Luego me enteré de la ley alemana de que si te atrapaban ocultando a un enemigo, toda la familia sufriría”.
No está claro cuánto tiempo permaneció el piloto ni qué fue de él, pero los alemanes nunca lo descubrieron.
La guerra aún tendría un costo terrible para la adolescente Hepburn y su familia. A menudo sobrevivieron sin electricidad, calefacción o agua, y en el invierno de 1944-45 la comida desapareció casi por completo.
Hepburn pasaba hasta tres días sin comer, y durante meses el desayuno consistió en agua caliente y una rebanada de pan hecho con frijoles marrones; y caldo y una papa para el almuerzo.
Su pueblo fue finalmente liberado por las tropas aliadas en la primavera de 1945. Hepburn y su familia se apresuraron a esconderse en su casa, a donde llegaron unos soldados apuntándolas con armas. La joven soltó algunas palabras en inglés y eso las salvó.
Después de la guerra, continuó bailando y encontró otras formas de ganar dinero, incluido el modelaje.
Pronto se mudó a Londres para estudiar danza. Rápidamente, sin embargo, descubrió que con sus 5 pies 7 pulgadas era demasiado “alta” para llegar a ser bailarina, y se enfocó en el teatro.
El resto es historia pública, pero aún con ecos no tan conocidos de la guerra: cuando llegó a Nueva York en 1951 para protagonizar “Gigi” en Broadway, su madre no estaba con ella.
A pesar de la ayuda de la familia a la Resistencia, la baronesa todavía era vista por algunos como colaboradora nazi, por su apoyo vocal antes de la guerra.
Testigos dijeron que acumuló parafernalia nazi en su apartamento y se había asociado con miembros de la policía secreta. Ella negó los cargos, aunque la mancha fue suficiente para que se le negara la entrada a Estados Unidos.
La guerra había terminado, pero sus consecuencias seguirían a Hepburn y su familia para siempre.
“La guerra fue muy, muy importante para ella”, ratificó su hijo en el libro. “La hizo quien fue”.