Cómo descubrí que mis antepasados traficaron con esclavos en Chile y El Caribe
Investigando el pasado de sus ancestros, un periodista de BBC Mundo descubrió que dos de ellos estuvieron relacionados con el comercio de esclavos en el siglo XIX
“A veces es mejor no remover el pasado”.
Durante semanas le estuve dando vueltas a esta frase que, con tono serio, me dijo un amigo no hace mucho cuando le conté los detalles del último proyecto en el que estaba trabajando.
Se trataba de un documental sobre la participación catalana en el comercio de esclavos en el siglo XIX, en el que trazaba la trayectoria de dos de mis antepasados que, según se desprendía de algunos documentos históricos, habían estado involucrados en ese negocio. (Pueden verlo a continuación)
Nada más empezar a investigar me di cuenta de lo difícil que resulta hablar hoy en día de la esclavitud, un tema que todavía desata intensos debates a ambas orillas del Atlántico y que en determinados círculos sigue siendo tabú.
Por un lado están los que defienden que la verdad debe salir a la luz y que los países que se beneficiaron del comercio de esclavos tienen una deuda pendiente con los descendientes de los millones de personas que fueron víctimas de la trata transatlántica.
Por el otro, están los que, como mi amigo, creen que 200 años después de la abolición de la esclavitud no vale la pena reabrir viejas heridas del pasado, y que hay que mirar hacia delante.
En mi caso, pese a las dudas que me asaltaron en el camino, desde un principio tuve claro que -por muy incómodo que resulte este pasado- se trata de una historia que debe ser contada.
Una estatua polémica
Mi interés por este asunto comenzó a principios de 2018 cuando en Barcelona, la ciudad en la que nací y en la que vive gran parte de mi familia, se desató una intensa polémica en torno a la figura de Antonio López y López, primer marqués de Comillas.
En el siglo XIX, López fue uno de los empresarios y mecenas más destacados de la capital catalana, gracias a la enorme fortuna que logró amasar con sus negocios en la isla de Cuba.
Hace un año, el ayuntamiento de Barcelona decidió retirar su estatua del centro de la ciudad, respondiendo a las peticiones de varias organizaciones que consideraban que la figura de López carecía de “ejemplaridad”, dada la vinculación que, según algunos historiadores, había tenido con el tráfico de esclavos.
Los que se oponían a esta medida aseguraban que se estaba utilizando a López como “chivo expiatorio” y que no se podía afirmar con total seguridad que hubiera sido esclavista.
Seguí con interés todo este debate, que me hizo plantearme por primera vez si era posible que algunos de mis antepasados, que como López formaron parte de las élites económicas de la Barcelona del siglo XIX, hubieran participado en el comercio de esclavos.
Es un asunto sobre el que nadie en mi familia cercana parecía tener ninguna certeza, pese a que era una posibilidad que no se podía descartar, dada la vinculación histórica que una parte de la burguesía catalana tuvo con el esclavismo.
Me bastaron unas cuantas búsquedas en internet para dar con varios libros y documentos que hablaban de las conexiones de dos de mis antepasados con la trata transatlántica.
Un exitoso comerciante vasco
El primero de ellos era Pedro Nicolás de Chopitea, el tatarabuelo de mi abuelo, originario de un pequeño pueblo de Vizcaya, en el País Vasco, y que en la última década del siglo XVIII emigró a Santiago de Chile.
Chopitea se convirtió en uno de los hombres de negocios más importantes de la capital chilena, comerciando con todo tipo de bienes entre Europa y Sudamérica.
En algunos casos, entre los cargamentos que se transportaban a su nombre, también había esclavos.
La participación de Chopitea en el comercio esclavista ha sido documentada por el historiador chileno Francisco Betancourt Castillo, candidato a doctor de la Universidad de Chile, quien durante diez años ha estado estudiando el rol de los comerciantes vascos en Chile durante la última etapa de la colonia.
Me reuní con Betancourt en la sede del Archivo Nacional en Santiago, donde se guarda parte de la correspondencia que mi antepasado mantuvo con algunos de sus socios comerciales y en la que se detallan algunas de las operaciones de traslado de esclavos en las que participó.
Según Betancourt, era común en esa época, en la que el tráfico de esclavos aún no estaba prohibido, que grandes comerciantes del Cono Sur como Chopitea se dedicaran en algunas ocasiones a esta actividad “si se daba una coyuntura favorable y aprovechando sus redes de contactos”.
Eran operaciones mercantiles triangulares. Por ejemplo, transportaban productos subtropicales desde Perú hacia Chile y Argentina, y esclavos desde Buenos Aires hacia Valparaíso y Lima.
“Calderas de aceite hirviendo”
Betancourt señala que, si bien la trata de esclavos no era en ningún caso la principal actividad comercial de Chopitea, su participación en este negocio queda patente “en la correspondencia que mantuvo con dos de sus socios”.
“Chopitea era el vínculo entre ellos dos geográficamente. Se encargaba de recibir los esclavos que llegaban a Chile desde el Río de la Plata. Se encargaba de la financiación que estas operaciones requerían y luego del traslado de los esclavos, a veces en sus propios barcos, hacia el Perú, a los mercados urbanos de Lima y el Callao”.
En las cartas que me muestra Betancourt, fechadas entre 1803 y 1804, el cajero de Chopitea da detalles de varias caravanas de esclavos que mi antepasado tenía que recibir en Chile.
Lo más impactante de leer esta correspondencia son las descripciones sobre el estado en el que se encontraban los esclavos, tanto anímica como físicamente, mientras eran trasladados de un territorio a otro.
Eran travesías que se podían prolongar durante dos meses en las que, si no morían víctimas de las duras condiciones del viaje o de las enfermedades, los esclavos perecían tras escapar y tener que sobrevivir en un territorio que les era totalmente desconocido.
Precisamente en una de las cartas, el cajero de Chopitea cuenta cómo se habían escapado varios esclavos después de que alguien les hubiera dicho “que los llevaban en mala tierra, en donde la gente tenía cuatro ojos y comía gente, y que a ellos se los comerían luego que llegasen, echándolos en calderas de aceite hirviendo. Y esto les puso tal terror que estaban aguardando la ocasión para huirse como en efecto lo verificaron”.
En otra, se explica cómo uno de los líderes de un grupo de esclavos se había arrojado a un río en Argentina, pensando que así llegaría a su Guinea natal. “Igual se estaba despidiendo y en su espíritu creía que iba a regresar a su país”, señala Betancourt.
Según el historiador, de estas cartas se desprende que para para estos comerciantes, participar en el tráfico de esclavos “era algo complejo”.
“Por un lado hay un incentivo económico que hacía que a los esclavos se los contabilizara como ‘piezas’, como cualquier otra mercadería. Pero uno puede percibir en las cartas que hay cierta preocupación o cuidado porque se está tratando con una mercadería que es distinta a las demás”.
Un asunto olvidado
Los historiadores destacan lo poco que saben los chilenos hoy en día sobre el rol que su país jugó en el comercio de esclavos.
En el mismo Archivo Nacional de Santiago me reuní con Juan José Martínez Barraza, historiador económico de la Universidad de Santiago de Chile, quien lleva años investigando el fenómeno del esclavismo en el Cono Sur.
Según asegura, “el tema de la esclavitud se ha dejado de lado porque en general en Chile la época de la colonia como objeto de estudio se ha dejado de lado”.
“Lo que sabemos es que en total, durante todo el periodo colonial, se traficaron alrededor de 12 millones de esclavos desde un continente a otro. Estos 70.000 esclavos que llegaron al Cono Sur, principalmente al Río de la Plata, significan alrededor de un 1% del total del tráfico. Si bien esto parece una cifra insignificante, no lo fue por lo que representó en términos económicos para estos espacios”, señala el historiador.
“Por ejemplo, en Santiago en 1777 había 40.000 habitantes y en Lima alrededor de 50.000. Por lo tanto, un influjo de 70.000 personas, que además se reprodujeron, sí fue significativo en términos económicos”.
Según apunta Martínez Barraza, los esclavos jugaron un rol importante en la economía local del Chile colonial.
Muchos de ellos se quedaron en las ciudades para realizar labores domésticas y artesanales. Otros fueron obligados a trabajar en el campo o en las minas.
Una expedición esclavista desde Barcelona
Durante las batallas por la independencia de Chile a principios del siglo XIX, mi antepasado Pedro Nicolás de Chopitea, igual que muchos otros comerciantes peninsulares radicados en Santiago, apoyó al bando realista que defendía los intereses de la Corona española.
Eso hizo que todos sus bienes y propiedades fueran confiscados y se viera obligado a abandonar Chile con su familia, radicándose en la ciudad de Barcelona en 1819.
Un tiempo antes, a la capital catalana había llegado proveniente del país sudamericano otro de mis antepasados, Mariano Serra, también tatarabuelo de mi abuelo, quien había sido contable de Chopitea en Santiago.
Serra, originario de un pequeño pueblo pesquero de la costa catalana, fundó en Barcelona junto a su hijo una casa comercial que en unos pocos años se convirtió en una de las más importantes de la ciudad.
Como otros miembros destacados de la floreciente burguesía de Barcelona de la primera mitad del siglo XIX que habían regresado a España tras hacer fortuna en “las Américas”, Serra también tuvo alguna vinculación con el tráfico de esclavos.
Documentos notariales muestran que en el año 1839 fue el fiador de una expedición esclavista que partió del puerto de Barcelona y que fue interceptada por los buques de la armada británica que patrullaban las aguas del Atlántico en esa época, en la que la trata ya estaba prohibida.
Este hallazgo fue realizado por el historiador Martín Rodrigo Alharilla, quien lo incluyó en su libro “Negreros y esclavos: Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX)”, en el que se detalla la participación catalana en el comercio esclavista.
Una expedición ilegal
“De esa expedición sabemos que estaba dedicada al tráfico de esclavos, por tanto era una expedición ilegal. Sabemos que el fiador estaba implicado en la financiación y en la organización. No podemos saber cuánto dinero invirtió ni podemos saber el papel que jugaba en la expedición, aunque podemos intuir que era el principal responsable”, me cuenta Rodrigo Alharilla.
“No podemos decir que su fortuna (de Serra) se acumulara en base al tráfico de esclavos, porque sería incierto, pero sí podemos decir que una parte de su fortuna tuvo que ver con la participación en el comercio de esclavos”.
El historiador asegura que si uno repasa algunos de los principales miembros de la burguesía de la Barcelona del siglo XIX descubrirá que “estuvieron de una u otra manera implicados en el tráfico de esclavos” y pone como ejemplo el Banco de Barcelona, la primera institución financiera privada de España fundada en 1844.
“En su junta de gobierno participaron de forma destacada personajes vinculados al comercio de esclavos, algunos operando desde el puerto de Barcelona y otros desde La Habana o Matanzas (en Cuba) y que después regresaron a Barcelona”.
Según Rodrigo Alharilla, “se sabe poco” sobre la participación catalana en la trata atlántica porque “los historiadores no han trabajado este asunto con la suficiente intensidad”, pero también “porque es un tema incómodo que genera cierta preocupación y rechazo en algunos sectores de las élites actuales, que intuyen o saben que sus antepasados pudieron estar involucrados” en el tráfico de esclavos.
El historiador señala que España y Portugal son los dos únicos países europeos en los que no ha habido “un debate sobre la memoria vinculada al comercio de esclavos”.
“En Francia se ha hecho, en Holanda se ha hecho, en Inglaterra se ha hecho, que son países implicados en el tráfico de esclavos. En España y Portugal no se ha hecho y por lo tanto está pendiente”.
La historia de nuestros antepasados
Después de haber tenido acceso a los documentos que muestran que tanto Pedro Nicolás de Chopitea como Mariano Serra participaron de una u otra manera en el comercio de esclavos, quería conocer la opinión de mi madre sobre este asunto, ya que al fin y al cabo se trata de sus antepasados.
“A mí me parece muy bien que este tema se aborde desde el rigor máximo y el estudio profundo de todas las circunstancias que concurrieron. Yo soy historiadora de formación y creo que la verdad, dentro de lo posible, tiene que salir siempre a la luz”, me dice convencida.
“La historia de las familias está llena de claroscuros y la gente es reticente a criticar a sus propios antepasados. Pero creo que los historiadores y los periodistas tienen la labor de sacar a la luz toda esa historia”, añade.
“Lo que sí es verdad es no se pueden juzgar las actuaciones de hace 200 años con los criterios que tenemos ahora de moralidad y ética”.
El lugar que elegí para reunirme con mi madre en Barcelona, que en la actualidad es un hotel, era la casa en la que vivía otro de nuestros antepasados, la bisabuela de mi abuelo, Dorotea de Chopitea.
Nacida en Chile, era la hija de Pedro Nicolás de Chopitea y llegó junto a sus padres y sus hermanos a Barcelona en 1819, cuando tenía 3 años. Con tan solo 16 se casó con José María Serra, hijo de Mariano Serra.
Gracias a la enorme labor social que realizó, Dorotea se convirtió en uno de los personajes más respetados de la Barcelona de la segunda mitad del siglo XIX.
Invirtió toda la fortuna que le dejó su marido a su muerte -que era una de las mayores de la época- en construir numerosas guarderías, escuelas, talleres y hospitales para los más necesitados.
En 1983, el papa Juan Pablo II la puso en camino de la beatificación al nombrarla Venerable.
“A la muerte de su marido, que la dejó usufructuaria de todos sus bienes, ella vio que podía emprender una labor social casi ilimitada con los recursos que tenía”, me cuenta mi madre.
“Hizo un voto de pobreza que implicaba que todo lo que poseía era para los pobres. Al final de sus días logró su objetivo. Si uno ve todos los proyectos y empresas que hay por toda Barcelona, muchos de los cuales todavía perviven, uno se da cuenta de que efectivamente lo consiguió”.
Un templo expiatorio
Lo cierto es que no sabemos por qué Dorotea, una mujer que pertenecía a unas élites económicas barcelonesas que se beneficiaron del comercio de esclavos, decidió desprenderse de todos sus bienes.
Lo que sí sabemos es que uno de sus últimos proyectos fue la financiación de la construcción de una ermita en la cima de la montaña del Tibidabo, en unos terrenos que cedió a los salesianos de Don Bosco, con quien mantuvo una estrecha relación en los últimos años de su vida.
Con el tiempo esta ermita se convirtió en el Templo del Sagrado Corazón, que se alza imponente sobre Barcelona y que está consagrado a la expiación de los pecados.
Quizás este templo -en cuyas columnas están grabados los nombres de algunas de las mayores fortunas catalanas del siglo XIX- puede verse como un símbolo de una ciudad que, como muchas otras alrededor del mundo, está todavía debatiendo cómo hacer frente a su pasado colonial.
No imaginaba cuando empecé a investigar la historia de mis antepasados, lo complicado que a veces resulta hablar sobre de dónde venimos.
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