Santiago de Chile: la hoguera de Piñera

La salida puede ser por la vía democrática o caminar hacia otra dictadura de impredecibles consecuencias

CH0. SANTIAGO (CHILE), 21/10/2019.- Policías controlan el funcionamiento de los buses fuera de la estación de metro La Cisterna que se encuentra cerrada este lunes en Santiago (Chile). La capital de Chile despertó "en calma", en la primera jornada laboral desde que se radicalizaran las protestas sociales, con sólo una línea de metro abierta y servicios de autobuses subsidiarios para tratar de que los ciudadanos acudan a sus trabajos con normalidad. EFE/Elvis González

CH0. SANTIAGO (CHILE), 21/10/2019.- Policías controlan el funcionamiento de los buses fuera de la estación de metro La Cisterna que se encuentra cerrada este lunes en Santiago (Chile). La capital de Chile despertó "en calma", en la primera jornada laboral desde que se radicalizaran las protestas sociales, con sólo una línea de metro abierta y servicios de autobuses subsidiarios para tratar de que los ciudadanos acudan a sus trabajos con normalidad. EFE/Elvis González Crédito: EFE

Hemos amanecido en Santiago con noticias discordantes. Por un lado, Piñera, rodeado de militares, dice “estamos en guerra”, lo que es una exageración que pretende lograr el apoyo de la población para sus medidas represivas y la militarización del país. Es esto lo más peligroso, el intento de la extrema derecha de dar un autogolpe de Estado, para retroceder el país a condiciones parecidas a la dictadura de Pinochet.

Para ello, cuentan con las fuerzas armadas y la policía militarizada, así como la falta de escrúpulos del presidente y una vacilante clase política. Hay quienes dudan de si se trata del nuevo consenso del Grupo de Lima. Por otro lado, hay un movimiento de masas decidido a frenar el abuso de los ricos, nacionales y extranjeros, que quieren castigar más a las capas medias y sectores populares para aumentar sus ganancias, que ha llegado al punto de estallido, al notar que sus manifestaciones pacíficas de cientos de miles de personas han sido ignoradas por la clase dominante. El viernes en la noche se acuñó la frase “Santiago arde” y la pregunta es si se trata ya de la pira del conservador Piñera.

Los hechos señalan problemas graves de gobernabilidad, muchos de ellos altamente sospechosos. Es cierto que las protestas se iniciaron en el sector estudiantil, secundario y universitario, que ha sido sometido a presiones particulares, especialmente con una ley para poder capturarlos, pedirles identidad y registrar sus mochilas y pertenencias, y con invasiones de los Carabineros a recintos escolares.

No obstante, fue una protesta pacífica con la campaña “evasión de tarifa” (brincarse los torniquetes) para protestar por el alza abusiva en el pasaje de metro, que afecta a estudiantes y trabajadores. La respuesta de las autoridades fue represiva, con cierre de estaciones de metro, captura de estudiantes y escaramuzas en la calle. Siendo un movimiento espontáneo, sin dirigentes definidos, hubo reacciones violentas de algunas personas agredidas, quienes forzaron su ingreso en las estaciones de metro, algunas veces rompiendo las cerraduras de las puertas. Se alteró el servicio del metro y las escaramuzas en algunas calles subieron de intensidad.

Ese fue el momento aprovechado por Piñera para profundizar las medidas represivas: generalización de los ataques de Carabineros, estado de sitio y salida de tropas del ejército a las calles, con consecuencias trágicas en estos tres días (viernes, sábado y domingo), con once muertos y más de mil detenidos. En lugares bajo supuesto control de los Carabineros y las tropas militares se desataron dos tipos de fenómenos, cuyo origen es motivo de justificada sospecha: incendios; y saqueos de almacenes y tiendas.

Es incomprensible que en estaciones de metro cerradas al público y controladas por los militares se hayan producido incendios que las dejaron fuera de servicio. Y las cámaras de TV muestran a grupos de personas invadiendo tiendas y robándose los enseres, en las mismas narices de Carabineros y militares, sin que se hiciera intento alguno por controlar la situación.

Las dos posibles explicaciones, sin excluir que los militares recibieran órdenes de contribuir al caos, son la presencia de infiltrados entre los manifestantes, para provocar actos de violencia y pillaje, por un lado, o acciones de grupos provenientes del Lumpen (producto de la pobreza y marginación) que fueron toleradas por las autoridades para generar temor entre la población. Con el caos resultante, el jefe de las fuerzas armadas en el terreno decretó toque de queda, el sábado de 10PM a 7:00 AM y el domingo de 7:00 PM a 6:00 AM, y fue extendido el estado de sitio a otras regiones del país, en donde también han estallado protestas.

Las medidas ya tomadas son: suspensión del acuerdo de incremento de la tarifa del metro por Piñera; acuerdo de emergencia del Congreso, anoche domingo, para volver las tarifas al nivel anterior; y discusiones entre la clase política para proponer salidas a la crisis, por el lado del Estado; y convocatoria a paro general de trabajadores, paro universitario y escolar de una semana y exigencia de cese del estado de sitio y toque de queda, por parte de los sectores en protesta, que son apoyados con bocinazos y cacerolazos por la población.

Evidentemente, al filo del mediodía del lunes, en Santiago, no se sabe qué tipo de solución se va a buscar. Todo depende de si se trata de un autogolpe o de una crisis de gobernabilidad por las repetidas equivocaciones de Piñera. La salida puede ser por la vía democrática o caminar hacia otra dictadura de impredecibles consecuencias.

Raúl Molina Mejía es Profesor de Historia de América Latina en el Departamento de Ciencia Política y Gobierno de la Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.

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