‘Ya casi se me olvidaba lo de la escuela’
Niños de Tijuana le echan ganas a las clases mientras sus padres esperan por el asilo
Alexis, quien tiene 9 años de edad y llegó hasta Tijuana (México) desde Honduras, dice que debido a todo el tiempo que su familia ha tenido que esperar para obtener un turno y solicitar asilo en San Diego, “ya casi se me olvida lo de la escuela”, refiriéndose a lo que aprendía cuando asistía regularmente a clases.
Ahora tiene una mochila, cuadernos, lápices y una escuela cercana, a la que, bien peinado, se dirige por las mañanas a recordar lo que había aprendido y a avanzar lo que pueda mientras la familia cruza la frontera.
Aunque el niño no ha decidido qué quiere ser cuando crezca, dice que le gustaría “hacer casas y manejar camiones”.
Desde esta semana, Alexis y otros ocho niños de distintas nacionalidades, caminan poco más de una cuadra desde el refugio en el que están para tomar las clases que dictan educadores voluntarios en una pequeña escuela en la Zona Norte de Tijuana.
Acuden niños desde los 6 a 12 años de edad con diferentes niveles de conocimiento y de distintas culturas, durante tres horas diarias de lunes a jueves. En ocasiones los sábados regresan para actividades sociales, como ver alguna película o leer algún libro.
La maestra Maya Durkin, coordinadora de la escuela ZN (Zona Norte) Red, dice que la diversidad es un reto “pero resulta hasta divertido, por los diferentes modismos de los niños”.
La dinámica
Más que por edad o nacionalidad, los voluntarios separan a los alumnos por grupos —según el grado educativo en que estudiaban cuando salieron de su lugar de origen. A partir de ahí, avanzan cuanto sea posible.
“Los cursos son de ocho semanas”, explica la maestra Durkin, “al final los niños reciben certificados de estudios”.
Agrega que son cursos breves porque la asistencia a clases depende de tiempos que los padres de familia no controlan, como saber cuándo cruzarán la frontera o si tendrán que ir a otro lugar.
“Pero los niños que terminan todo un año de estudios, reciben una boleta de calificaciones regular, como las que se dan a los menores que van regularmente a clases en una escuela mexicana”, de acuerdo con la maestra Durkin.
Ese documento es válido, por ejemplo, en el estado de California —que reconoce los estudios en educación pública en Baja California.
La escuela tiene excelente ubicación porque queda cerca de varios albergues para migrantes.
José María “Chema” García Lara, coordinador de refugio Juventud 2000, dice: “Hasta ahora no conozco un solo padre o una sola madre que rechace que sus niños migrantes aprovechen y se eduquen mientras esperan [cruzar la frontera]”.
Es además una forma en que los menores se conocen y socializan.
La directora municipal de la oficina de Atención al Migrante en Tijuana, Melba Adriana Olvera, explica a La Opinión que el gobierno entrante comienza a desarrollar esfuerzos para que ningún niño migrante pierda educación.
Empezó apenas en noviembre pasado y se atravesó el periodo vacacional de diciembre.
“Pero ahora, niño que encontremos en algún albergue, niño que vamos a llevar a clases a alguna escuela, sin importar su nacionalidad. Queremos que vayan principalmente a escuelas del Sistema Estatal Educativo (SEE) de Baja California, que es donde tenemos recursos”, dice la funcionaria.
En cifras
El gobierno comenzó por elaborar un censo rápido, que puede cambiar en cualquier momento si llegan más familias.
Además de los niños de familias mexicanas desplazadas por la violencia del crimen organizado, en Tijuana había —hasta el 31 de diciembre— 252 niños de Honduras, 185 de El Salvador y 125 de Guatemala.
En la primera semana de enero llegaron otros cinco menores hondureños y dos estadounidenses.
El cambio de planes del SEE, que también inició en noviembre, se enfoca en la integración de los niños migrantes a los planes regulares.
Por ejemplo en la escuela pública Netzahualcoyotl de Mexicali, esta semana llegó a clases una niña haitiana que no hablaba español, pero todos sus compañeritos aprendieron a decirle “buenos días” en francés, lo que la hace sentir aceptada, de acuerdo con la directora Teresita Ruíz.
La dificultad es para refugios en zonas pobres en la periferia de Tijuana.
A La Pequeña Haití, en un cañón donde no hay escuelas, los voluntarios llegan a impartir educación regularmente con un camioncito acondicionado como aula de clases y biblioteca.
En un proyecto similar, la organización Yes We Can de Los Ángeles visita refugios en un autobús que es literalmente un aula móvil, con pupitres, material didáctico y voluntarias educadoras.
En tanto en el refugio Ágape, donde ahora hay por lo menos 40 niños de varias nacionalidades, el pastor Albert Rivera dice que solo les falta que el municipio de Tijuana otorgue un terreno desocupado junto al albergue, para que la organización PromiseKeepers de Corea construya una pequeña escuela.
“Para nosotros es mejor… Al tener la escuela como extensión del refugio, los niños tienen más seguridad y no tienen que suspender clases por lluvias”, que es un impedimento regular en Tijuana, dice el pastor.