Siguiendo a mamá: la odisea de los niños que cruzan la frontera para reunirse con sus padres
Estilista mexicana comparte su historia de desafíos y logros para alentar a otros en su misma situación
La historia de Juana Vega es la historia de miles de niños migrantes que cada año dejan su país natal, arriesgando su vida, en muchos casos sin siquiera darse cuenta de los peligros a los que se exponen, para poder reunirse con su madre o padre en el país del norte. Su historia ilustra las dificultades y obstáculos por los que atraviesan los menores que emigran a EEUU, una jornada difícil, incluso impensable para muchos, que en este caso tuvo un final feliz.
En entrevista con La Opinión, la estilista mexicana y dueña de un salón de belleza en North Hollywood compartió su odisea desde Guadalajara a Los Ángeles, y alentó a otros que hoy atraviesan por su misma situación a nunca darse por vencidos.
En busca de una vida mejor
Cuando Juana tenía tan solo tres años, su madre partió a EEUU, en busca de una vida mejor. A lo largo de los años, la inmigrante logró traer a todos sus hijos, de dos a tres a la vez, entre ellos a Juana, quien llegó a California a los 12 años de edad.
“Mi papá tomaba y golpeaba a mi mamá, hasta que un día ella se cansó y lo dejó para irse a EEUU con dos de mis hermanos. Yo me quedé en México, con mis otros diez hermanos, al cuidado de una de ellas, que en ese entonces tenía 16 años, y que tuvo que convertirse en nuestra madre”, recordó Juana. Durante esos años, la estilista mantuvo contacto con su padre, que también se quedó en México, pero que terminó mudándose con otra familia.
La estilista contó que cuando su madre se fue, ella era muy pequeña y no recuerda su partida.
“Yo no conocía otra cosa y era feliz en México”.
‘Te presento a tu mamá’
No fue hasta cinco años después que Juana pudo reencontrarse con su madre.
“En México acostumbraban a poner a todos los niños en la parte de atrás de la troca y cuando mi papá tuvo un accidente, mis hermanos y yo salimos volando. Mi hermano incluso entró en coma. Fue entonces cuando mi mamá volvió a México para vernos”, recordó.
“Recuerdo que una de mis hermanas me dijo ‘Juana, esta es tu mamá’. Yo no la conocía y cuando la vi la sentí como a una extraña. La vi tan hermosa, parecía una princesa. No podía creer que esa era mi mamá”.
Cuatro años después, la estilista cruzaría la frontera para reunirse a ella y el resto de sus hermanos.
Una infancia difícil
La vida en su natal Guadalajara, al cuidado de su hermana, que también era casi una niña, no fue fácil.
“Cuando me portaba mal, mi hermana se frustraba y me hacía hincar en una esquina, con unas piedritas. O si traía piojos de la escuela, me daba un coscorrón por cada piojo que me encontraba”, recordó la inmigrante que, a pesar de las dificultades hoy no siente rencor por sus hermanas y la situación que le tocó vivir.
“Yo entiendo a mis hermanas porque siento que mi mamá las forzó a huevo a ser mamás, les robó su independencia. Pero sí sentí rencor por mi papá, porque enseguida se mudó a la casa de otra señora y cuidó más a los hijos de ella, que a nosotros”.
Juana también compartió sus recuerdos felices.
“De vez en cuando, mis hermanas nos llevaban a pasear al zoológico y nos preparaban sándwiches de jamón. Me encantaban esos paseos”, recordó sonriendo.
Bienvenida al ‘paraíso’
Cuando Juana tenía 12 años, sus hermanas le avisaron que había llegado el momento de emprender el viaje a EEUU.
“Mi mamá vino por nosotros y junto a dos de mis hermanos, que en ese entonces tenían 18 y 15 años, nos fuimos a Tijuana para cruzar a San Diego. Nos pasaron a la noche y brincamos una valla que tenía un hoyo. Cruzamos corriendo, siguiendo al pollero, escondiéndonos de los helicópteros en botes de basura. A esa edad no sabes lo que estás haciendo. Yo me sentía protegida por mi hermano de 18 años y no sentí miedo”, recordó.
“Al llegar a EEUU, pensé que estaba en el paraíso”, compartió con ilusión. “Todo me parecía hermoso, como de cuentos de hadas”.
Pero con el paso de los días, Juana descubrió que las cosas tampoco eran tan fáciles en el país del norte. Como otros menores inmigrantes, la joven tuvo que adaptarse a una nueva familia, que a pesar de tener la misma sangre, le era prácticamente desconocida.
“Mi mamá había traído antes a mi hermana, que tenía 13 años y que para cuando yo llegué, ella ya era una chola. Yo llevaba mis chonguitos en el cabello y vestía mis camisetas rosas, mientras que mi hermana llevaba el fleco que usaban las cholas, la boca negra y vestía muy aguada. Yo no podía creer que esa era mi hermana; y ella me criticaba y regañaba constantemente por mi manera de peinarme y de vestir”.
Juana tuvo que procesar las emociones típicas del reencuentro familiar.
“Mi hermana tenía todo y yo no tenía nada y eso me daba resentimiento. Pensaba, ¿por qué mi mamá la trajo primero a ella y a mí me dejó más tiempo allá, sufriendo?”.
La escuela le resultó difícil porque no sabía hablar inglés y sus compañeros se burlaban de ella.
“En la hora del lonche, mi hermana hablaba con sus amigas en inglés y yo me sentía tonta, porque no entendía nada de lo que decían. Prefería comer lonche con dos amigas que también eran inmigrantes y hablaban español. Cuando ellas no iban a la escuela, a la hora del almuerzo, yo prefería esconderme en el baño”.
Entre los buenos recuerdos en las escuelas Madison Jr. High y luego en la preparatoria Grant High School, del Valle de San Fernando, la estilista destacó los cupones que les daban a los niños para comer.
“En México, mis hermanas no me daban dinero para el lonche, y yo tenía que recoger la comida que dejaban otros niños y que encontraba en el suelo. Al llegar a EEUU, no podía creer que aquí te dieran lonche gratis, y todo el tiempo pedía doble almuerzo”, compartió riendo.
A Juana, como a tantos otros niños inmigrantes, le costó mucho procesar tantos cambios y nuevas emociones, y tuvo una etapa de rebeldía en contra de su madre y hermanas. “Cuando mi mamá me retaba, yo sentía que ella no tenía el derecho a regañarme, porque me había dejado”.
A los 17 años, se enamoró de un hombre de 22, en el que quiso encontrar el amor paterno que nunca había tenido y quedó embarazada. La relación no prosperó, pero la joven logró graduarse de la preparatoria incluso estando embarazada y por años trabajó en múltiples empleos para poder mantener a su hijita.
Alcanzar un sueño
Como madre soltera no era fácil salir a trabajar, muchas veces en más de un empleo a la vez. La falta de documentos migratorios hacía que terminaran despidiéndola de sus trabajos. Al tampoco tener licencia de conducir, cada vez que la detenían por cualquier motivo, las autoridades le quitaban su auto.
Eventualmente, Juana obtuvo su residencia estadounidense y decidió volver a la escuela para seguir su sueño de convertirse en estilista. En la actualidad, la inmigrante tiene su propio salón de belleza.
“Lo que me ha hecho fuerte fue siempre tratar de hacer lo mejor. Tantas veces me sentí humillada, que ya no quería sentirme así. Sabía que tenía que seguir adelante a pesar de todo, y que todo tenía que empezar por mí”, reflexionó.
“Ahora que estoy grande y que mi hija también está grande puedo entender a mi madre. Ella hizo lo que tenía que hacer y su decisión fue la correcta”, agregó. “Me siento muy contenta y también me siento bendecida. Por eso siempre estoy alentando a otros, ayudandolos a crecer. Cuando de verdad quieres hacer algo no tienes que escuchar a la gente negativa. Todos los sueños se pueden cumplir, si no dejas de trabajar en ellos”.
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