Ancianitos abandonados en Tecate entre las víctimas colaterales de la pandemia
Las restricciones para cruzar la garita con víveres han dejado a asilos sin recursos y con muchos riesgos de vida al sur de la frontera.
Don José Luis Trujillo se pregunta cómo estará más de una veintena de ancianitos, en su mayoría enfermos e inválidos, en las montañas de Baja California ahora que han pasado cinco meses sin que pueda llevarles ayuda por culpa de la contingencia.
“Íbamos por lo menos una vez al mes, a veces dos a llevarles todo tipo de ayuda”, dijo el señor Trujillo en charla telefónica con La Opinión desde su casa en Anaheim.
Una de las últimas veces que fue con su equipo de voluntarios, encontró a un adulto mayor que necesitaba usar silla de ruedas, que con esfuerzo en una andadera cocinaba para el resto de los viejitos, porque incluso con su discapacidad, “era el que estaba en mejores condiciones para atender a los demás”.
En marzo, cuando por motivos de la pandemia las autoridades de México y Estados Unidos restringieron los cruces denominados “no esenciales”, impidieron el paso de las caravanas de vehículos en que llevaban la ayuda a las inmediaciones del poblado de La Rumorosa, unos diez kilómetros antes de llegar a la sierra del mismo nombre.
Las autoridades aduanales mexicanas dejan pasar a todos los estadunidenses que se dirigen a Baja California sin cuestionar si sus motivos con “esenciales” o no, pero a la organización que ayuda a la Casa de Ancianos Pobres del Hermano Pablo en las montañas le impidieron llevar los cargamentos de alimentos que durante 15 años llevaron.
“Nos dijeron que no podíamos llevar (a través de la frontera) alimentos hasta que pasara la pandemia”, dijo Trujillo.
El grupo pensó en comprar los alimentos en establecimientos de Baja California pero les resultaba difícil y costoso, tardado y con escasa atención al cliente. Optaron por hacer llegar al asilo ocasionalmente algo de dinero a Tecate, y que el hermano Pablo, un monje que dejó su monasterio para ayudar efectivamente a los necesitados, adquiriera lo que pudiera.
Pero el señor Trujillo dice que no se compara la ayuda.
“Llegábamos con mucho detergente, jabón, artículos de limpieza, desinfectantes, en el grupo de 14 miembros y a veces hasta 20 voluntarios, incluidos niños, y ayudábamos a lavar montañas de ropa sucia que se les había acumulado, a dejar bien limpios los baños, su comedor, la cocina”, explicó el coordinador la Fundación Los Niños de la Calle con Wendy.
Al asilo llegan a menudo desconocidos que, sin siquiera anunciar, abandonan ancianos a la puerta del refugio. “Los dejan como las personas dejan a los gatitos, abandonados, sus familiares no se quieren o no pueden hacerse cargo de ellos. A veces no pueden ir a trabajar por atenderlos, o de plano no los quieren; muchos otros no tienen ningún familiar”, explicó.
Desde el asilo, el hermano Pablo platicó por teléfono con La Opinión y le dijo que “ahora tengo 32 abuelitos, más de lo usual”, por lo menos 50 por ciento más, “porque los hospitales generales de Tecate, Tijuana y Mexicali me han enviado abuelitos”.
Sin embargo ni esos hospitales ni los municipios u organizaciones civiles en Baja California le han ayudado.
El hermano Pablo ha logrado que ninguno de las personas bajo su cargo contraiga el COVID 19 y es la única razón por la que está de acuerdo con que por ahora la organización que encabeza el señor Trujillo se abstenga de llegar al asilo.
“Ellos –los voluntarios—me dijeron que está bien que se queden por un tiempo, porque un contagio en el asilo sería muy difícil”, sobre todo sin ayuda, explicó el hermano. Aunque fácilmente mencionó cosas que sus abuelitos necesitan urgentemente, “sábanas, alimentos, artículos de limpieza, ropa”.
La Fundación Los Niños de la Calle con Wendy también ayuda orfelinatos cerca de Tecate, ha becado a jóvenes pobres de Tecate y Tijuana que sin su ayuda les habría sido imposible tan solo pensar en estudiar carreras universitarias.
Pero es cuando visita a los ancianos pobres, abandonados y enfermos que el señor Trujillo y su grupo encuentran incluso sentido en sus vidas, porque “se halla mucha paz. Yo de verdad extraño ir a verlos”.
El grupo acordaba fecha y se reunía temprano en la casa del señor Trujillo para cargar todo lo que habían comprado y llevaban a los ancianitos en las montañas. Conducían en convoy hasta Tecatito, como se conoce a Tecate, California, cruzaban a Tecate, Baja California, y de ahí al asilo.
“Ahí nieva y cuando nieva la nieve es negra, muy resbalosa; apenas se puede avanzar, o cuando llueve el camino se pone difícil. Por eso iban en formación.
Para llegar a la obra del hermano Pablo, se conduce de Tecate hacia Mexicali y a la altura del poblado La Rumorosa hay un letrero sencillo que indica para dónde hay que ir si se quiere llegar al asilo, un camino de unos 15 minutos por terracería.
El señor Trujillo confía en que porque el asilo está en un sitio tan remoto se libre del COVID 19, pero le preocupa cómo se encontrarán los asilados.
“Se extraña mucho ir ayudar a quien tanto lo necesita, ¿sabe? Es una paz que en ningún otro lugar se puede hallar”, comentó.