“Las mujeres no dicen groserías”, “¿no te vas a arreglar para salir?”: por qué los micromachismos no son tan “micro”
Las mexicanas Claudia De la Garza y Eréndira Derbez prefieren llamarlos machismos cotidianos, para no minimizarlos y porque "ocurren a diario y pueden tener consecuencias muy graves"
“Calladitas se ven mejor”, “es que los hombres son así”, “lleva falda muy corta”, “ella se lo buscó”.
Seguramente has escuchado muchas de estas frases. Y quizás hasta repetiste algunas, incluso si eres mujer.
Son afirmaciones, conceptos, gestos, etc. que se engloban en el fenómeno que se define como micromachismo.
El término lo acuñó el psicoterapeuta argentino Luis Bonino Méndez en 1991 para dar nombre a prácticas que otros especialistas llaman “pequeñas tiranías”, “terrorismo íntimo” o “violencia blanda”.
Pero para las historiadoras del arte mexicanas Claudia De la Garza y Eréndira Derbez estos machismos no tienen nada de micro, suceden todos los días y pueden tener consecuencias “muy graves” en muchos ámbitos de la vida de las mujeres.
De la Garza y Derbez son las autoras del libro “No son micro. Machismos cotidianos”, en el que recogen frases, gestos y situaciones varias ordenados en 98 temáticas con títulos como “Hombres de verdad”, “Las mujeres no dicen groserías” o “Llamar histérica o loca a una mujer con ímpetu”.
“No es un problema de unos cuantos hombres ‘malos’… se trata de un tema estructural… son comportamientos que aprendemos desde la infancia y que sin darnos cuenta transmitimos a las nuevas generaciones”, incluso siendo mujeres, dicen las autoras en su libro.
En el marco del Hay Festival Querétaro, que se desarrolla entre el 2 y el 7 de septiembre —de forma virtual por la pandemia del covid-19—, conversamos con De la Garza y Derbez sobre estos “machismos cotidianos”.
La conversación fue editada por cuestión de espacio.
¿Qué son los micromachismos?¿Y por qué insisten en que no son micro?
Claudia de la Garza: Los machismos cotidianos, como nosotras los nombramos, son conductas, gestos, comentarios y acciones con las que convivimos, que estructuralmente son la normalidad, y que tienen como fin colocar a los varones por encima de las mujeres.
Este tipo de comentarios y conductas, que aprendemos desde que somos muy pequeñas y pequeños, los vamos reproduciendo en los diferentes ámbitos de nuestra vida. Y no nos detenemos a pensar por qué los estamos repitiendo.
No son simples comentarios machistas o un chistes, sino que pueden tener consecuencias en el acceso a la Justicia, en la manera en la que nos pagan, en la que somos leídas en la calle, la manera en la que nuestra seguridad puede estar amenazada.
Como tienen implicaciones verdaderamente graves y están sosteniendo esta estructura terrible de injusticia y desigualdad, de ninguna manera podemos tomarlo como algo chiquito.
No podemos asociar este prefijo micro con algo pequeño.
Eréndira Derbez: Este término existió en su momento y fue necesario para nombrar las violencias de pareja, pero se popularizó y empezó a significar todo.
Eso es problemático, porque las personas creen que porque son micro, no son importantes. Pero sí lo son, y tienen implicaciones gigantes.
¿Qué es lo primero que aprendemos en lo que ustedes llaman machismo estructural?
De la Garza: Los caminos de las personas están marcados a partir de sus genitales aun antes de nacer.
Solo con la idea de que si viene un varón o una niña empiezan una serie de expectativas que se van atribuyendo a nuestros cuerpos.
La cuestión del azul y el rosa se puede ver como obvia y tradicional, pero que si rascamos un poco nos damos cuenta de que son construcciones.
Esta asociación de los colores con lo masculino o lo femenino en realidad son convenciones que van moldeando nuestras formas de ser.
Entonces, terminamos pensando “esto es así porque soy mujer, o porque soy hombre”, como ser violento, iracundo, cariñosa, delicada, cuando en realidad es que así nos han enseñado a ser y actuar, y cuando no lo hacemos, somos penalizados y penalizadas.
Derbez: Cuando hablamos de estereotipos de género, creemos que son problemas superados, pero es muy fuerte darnos cuenta de que desde la infancia hay muchas restricciones de cómo ser y cómo vivir.
Las normalizamos a tal grado que no nos sorprende que los pasillos de las jugueterías estén divididos en rosa y azul.
Hablamos por un lado de equidad, de la importancia de que las niñas alcancen estudios universitarios, pero al mismo tiempo dentro de las casas seguimos conservando estos modelos de relacionarnos violentos y problemáticos.
Se les prohíbe a los niños llorar, expresar sus emociones de dolor, de preocupación, y eso tiene implicaciones muy graves cuando son adultos, si no saben nombrar sus dolores e inquietudes y se vuelven violentos.
Ustedes dicen que tanto mujeres como hombres realizamos día a día actos machistas. ¿Cuáles son? ¿Cómo se pueden modificar?
De la Garza: Educar de forma diferenciada a niños y niñas es uno de ellos. Hablamos de que somos iguales pero a la hora de poner la mesa, la pone la niña, y el niño solo se sienta a ser atendido.
Otro ejemplo es el de los comentarios que hacemos a veces ante las mujeres que van triunfando y rompiendo barreras que son invisibles.
En lugar de reconocer el valor del trabajo y la labor que está haciendo esta persona, a menudo aparecen las dudas de con quién pudo acostarse, qué hizo, que estrategia o a quién convenció.
Ese tipo de comentarios vienen tanto de mujeres como de hombres. Son cosas que tenemos muy normalizadas.
Derbez: Pienso en las formas en que nosotras somos violentas con nosotras mismas, con nuestros cuerpos.
Pero no es nuestra culpa: estamos todo el tiempo expuestas a anuncios publicitarios, en las redes sociales, en el celular, en la calle, para modificar nuestros cuerpos, para ser “perfectas”.
También hay que terminar con la revictimización; es decir, con culpar a las víctimas de la violencia sexual. Es todavía algo muy común en la prensa y en las instituciones de Justicia.
Asimismo, debemos dejar de normalizar el acoso, y no decir cosas como “así son los hombres y por eso acosan, porque tienen un ímpetu sexual incontenible”.
Es muy importante comenzar a hablar de género y sexualidad con los niños de una forma libre y respetuosa.
El miedo y la violencia en contra de las “disidencias sexuales” —un concepto usado por científicos sociales para nombrar y reivindicar identidades, prácticas culturales y movimientos políticos “no alineados con la norma socialmente impuesta de la heterosexualidad”— sigue siendo el pan de cada día de muchas casas, y eso también tiene que ver con machismos y misoginia.
El libro tiene un índice compuesto por 98 frases, situaciones violentas, discriminaciones, etc. que enfrentan las mujeres.
Derbez: Eran 97 y al final le dijimos a nuestra editora que nos esperara y metimos una más.
Recientemente pasaron muchas cosas en la escena política y en el confinamiento, como el aumento de la violencia doméstica y cómo se reparten las tareas de cuidado en la casa. No aparece el caso per se en el libro, pero sí el tema.
De la Garza: ¡Y nunca paran! Eso es lo más triste.
La idea era reconocer qué tipo de violencia ocurre en cada uno de estos ámbitos: en la calle, en el trabajo, en la construcción de conocimientos y la forma de representarlos.
También de reconocer nuestro cuerpo y quererlo, algo tan difícil, pero que no debería serlo.
Al leerlo, parece que el libro es el resultado de un vaso de agua que se va llenando de injusticias y de hartazgo ante tantos machismos cotidianos. ¿Cómo fue para ustedes escribirlo?
De la Garza: Nos encontramos con nuestro coraje y nuestra ira. Fue un proceso muy visceral.
Pero sí, hubo momentos en los que decíamos “ya no puedo”. Investigar, escuchar (otros testimonios)… fue un proceso duro.
Sin embargo, el libro detona conversaciones que son sanadoras.
Vivimos muchas de estas experiencias y, precisamente porque son tan cotidianas, ya ni las hablamos.
Las eliminamos, las obviamos, como cuando me dan una nalgada en el autobús y digo “bueno, ya, a otra cosa”.
Hablo de ese tratar de no mirar o no nombrar, porque es tan frustrante que te dejan descolocada.
Pero resulta que es muy terapéutico hablarlo, nombrarlo, escribirlo, sacarlo, conversarlo, que otra persona esté ahí y te diga: “A mí también”.
Los machismos te hacen sentir muy sola. Cuando estás enfrentando una de estas situaciones te sientes aislada, por lo que verlo desde lo colectivo fue también muy rico.
Derbez: Fue un libro muy fácil de escribir, porque la realidad la tenía ahí. Sólo debía hacer anotaciones.
Muchas cosas las escribí in situ, mientras pasaban. Me sentía como plagiándolo todo. Muchas de las situaciones del libro son (protagonizadas por) personas que conozco y con las que convivo.
La teoría ya la habíamos estudiado, solo teníamos que hacer un estudio de campo de nuestra propia vida.
¿A quién está dirigido este libro? ¿Es para las mismas mujeres? ¿Cuál es el objetivo?
Derbez: Es desde para mujeres jóvenes hasta señoras grandes, para darles herramientas y que puedan ser parte de un debate que corresponde a las mujeres.
Pero también concluimos que estaría bien que lo lean varones, porque necesitan darse cuenta de muchas cosas.
De la Garza: Muchas veces te das cuenta de que la gente que va a una exposición sobre feminicidio son feministas que están convencidas y van a dialogar o completar lo que estás diciendo desde su lugar.
Por lo tanto, es difícil tener conversaciones con gente que está fuera de esos temas.
Pensamos que mujeres que no necesariamente están involucradas en el feminismo pueden identificarse con muchas de estas experiencias.
¿Y los hombres? ¿Qué comentarios recibieron de ellos?
Derbez: En los foros de internet podrás encontrar las voces de varones minimizando el texto.
También convivo por razones familiares con gente muy misógina que está cómoda haciéndolo y no lo quiere cambiar.
Me hacen comentarios como que no están de acuerdo con el libro, pero sé que no lo han leído. No me voy a poner a discutir con ellos.
Pero eso no importa tanto. Me da mucho gusto ver que a varias mujeres este libro les significa algo. Eso me parece maravilloso.
Para la violencia que viven las mujeres periodistas y escritoras en México, a nosotras nos ha ido muy bien.
De la Garza: Son pocos los varones que se acercan a decirnos que leyeron el libro y les gustó.
Vi muchas experiencias de mujeres leyendo con sus parejas o niñas con sus papás, y eso está bueno porque es un lugar de encuentro y de compresión del otro lado.
Pero todavía hay que cruzar muchos machismos para que se den estas conversaciones.
¿Cuál es la solución al problema del machismo estructural?
Derbez: No sé cuál es exactamente, pero sé que no tiene que ser punitiva.
Creo que la solución tiene que ser mucho más cercana a la educación y no un tema de criminalizar y crear más penas, porque eso no nos lleva a nada.
Es muy atractivo y suena muy bien que en México se apoyen y se promuevan leyes y que la gente las aplauda con ilusión, pero las personas que son más criminalizadas son las más pobres.
De la Garza: La educación no solo debe venir de la escuela. Tendría que ser una estrategia integral desde la cual podamos ir cambiando la mentalidad desde todos los diferentes espacios.
Creo que son cambios muy lentos, pero vamos viendo que sí se están dando.
¿Por qué el de los machismos cotidianos no es una discusión pública en América Latina como sí lo es en otros países? Son muchos los que argumentan que, en una región con tasas tan altas de feminicidio esto no es prioridad.
E. Derbez: Creo que en Latinoamérica sí se discuten, se discuten todo el tiempo en las redes sociales pero también en la lengua.
Ves desde la Argentina hasta México una constante disputa por hablar un español más incluyente o por dejar de usar frases machistas y racistas.
Lo que sí creo es que también vivimos mucha violencia económica y directa, y de repente es muy difícil enfocarnos en las violencias que podemos dejar pasar porque estamos acostumbradas a vivir con ellas.
Sí normalizamos muchas cosas, pero no por ello no hay un esfuerzo por entenderlas, discutirlas, nombrarlas y combatirlas.
No es que les neguemos importancia, sino que tenemos que estar, de forma estratégica, sorteando problemas enormes.
La mayoría de los episodios recogidosen el libro están basados en México. ¿Pudieron recopilar testimonios de otros países?
Derbez: Si bien México es violento, esto es un mal global, con implicaciones globales. El patriarcado opera distinto en cada zona geográfica, pero opera.
Incluso en los países que creemos que están “más avanzados” en leyes relacionadas con el acceso a una vida libre de discriminación, son también los países donde están dejando morir gente en el mar por un tema de racismo y donde hay trata de mujeres esclavizadas que vienen de otros países.
España tiene el caso de “la manada” así como nosotros tenemos “los Porkys”.
De la Garza: Hablamos con gente del acoso callejero y sobre cómo se vive de maneras diferentes en otros países e incluso en distintos estados en México.
Hay lugares en los que hay prácticamente toque de queda por la violencia, mientras que en otros hay mucha más libertad.
Son experiencias que en menor o mayor grado muchas mujeres en distintos países entienden perfectamente.
Por eso invitamos a las personas a discutir las experiencias, a pensar estos temas desde su propio cuerpo, desde lo que viven.
Pero también es una invitación a revisarnos, no solo como personas que sufrimos estos machismos, sino como personas que los ejercemos.
Mirarnos de manera más crítica es un paso adelante en el camino para terminar con ellos (los machismos).
Es muy idealista, pero creo que por ahí es el camino.
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