Luis Magaña: defensor de los trabajadores del Valle de San Joaquín
El líder ha luchado décadas por el bienestar de los trabajadores del campo y el respeto hacia los migrantes
Pedro, un trabajador agrícola de la ciudad de Stockton (California), enfermó de COVID-19 mientras trabajaba a principios de septiembre.
Cuenta que su contratista se negó a pagarle compensación, así que decidió ir a quejarse con la autoridad a la que le tiene más confianza, Luis Magaña —un dirigente en el Valle de San Joaquín.
Él habló con el contratista, Rosario Vidaca, cuya versión fue: “Mi contador me dijo que no debo pagar compensación a mis trabajadores infectados por el coronavirus” los trabajadores.
Magaña le explicó las leyes que violaba y las sanciones que recibiría si rechazaba pagarle a su empleado. Así que Vidaca finalmente accedió a pagar a Pedro las 80 horas que le debía, más el equivalente a tres días como compensación.
Antes de este incidente, un inmigrante mexicano adulto mayor perdió su trabajo por la contingencia sanitaria y el empleado de una tienda le ofreció ayudarlo al publicar su historia en GoFundMe.
No obstabte, el empleado desapareció cuando los donativos para el inmigrante alcanzaron varios miles de dólares.
Magaña se enteró del caso, denunció al sujeto que cometió el engaño y logró reunir dinero para ayudarle.
Estos son algunos ejemplos del trabajo cotidiano que realiza en las comunidades agrícolas e inmigrantes del Valle de San Joaquín.
Estas últimas semanas, ha llevado equipo de protección contra la pandemia hasta los campos, ha motivado a los agricultores a hacers la prueba para detectar el COVID-19 a quien sospecha que se ha infectado, y más.
El sheriff del condado de San Joaquín y la policía de Stockton a menudo le piden orientación en casos que tienen que ver con los trabajadores agrícolas y con los inmigrantes.
Ayudar a la comunidad es una labor que ha desarrollado en los últimos 53 años, sin perder contacto con sus paisanos del sureño estado mexicano de Michoacán.
“Mi papá fue bracero desde 1943”, dijo orgulloso Magaña en conversación con La Opinión. “Era un papá que teníamos por temporadas, porque llegaba a trabajar a California en mayo y regresaba a Michoacán entre octubre y noviembre”.
Choque cultural
La familia —siete hermanos, la mamá y el papá— decidió mudarse del pequeño poblado de Jaripo en Michoacán a Stockton en 1967, y ahí fue cuando desde los 12 años, Magaña comenzó su trabajo como organizador para defenderse en grupo ante agresiones.
“Los niños blancos eran, la verdad, muy racistas. Nos pegaban, nos humillaban mucho. Yo ya no quería ir a esa escuela”, recordó.
Un día en que le pegaron “a mi hermano menor y a otros niños por separado, junté a todos los mexicanos y les dije que teníamos que estar unidos y andar en grupos para que no nos agredieran”, recordó.
Para Magaña mudarse a California resultó un shock cultural más allá de la escuela y de los niños racistas.
“Uno [estaba] acostumbrado a ir a la iglesia en domingo a prender el catecismo y luego a jugar en el parque del pueblo… Aquí no, aquí era levantarte a las 4 de la mañana para ir a trabajar como todos, no importaba si era domingo”.
En el trabajo encontró “mayordomos”, que son contratistas y representantes de empresas agroindustriales, “que más bien parecían capataces de haciendas de los viejos tiempos en México. A los gritos: ‘A ver, tú jálate eso para acá, tú apúrate, ándale’. No nos dejaban descansar”.
En ese ambiente, Magaña que tenía la experiencia de unir a sus compañeros en la escuela, un día de 1980 —cuando cosechaban tomate con un ritmo que amenazaba con agotar a los trabajadores— subió al toldo de un vehículo y les gritó a sus compañeros en el campo que pararan.
“Les grité que no teníamos que aceptar que nos hicieran trabajar de esa forma. Me hicieron caso. Fue un paro de un solo día pero surtió efecto”, contó.
Luego de ello, dijo, redujeron las exigencias y dejaron de imponerles ritmos tan intensos de trabajo sin descansos.
A partir de entonces la comunidad comenzó a identificar a Magaña como un líder que les podía ayudar.
Pero con el paso del tiempo, los agroindustriales “me pusieron en la lista negra, nadie me quería dar trabajo”.
Fue entonces que el Comité de Servicios de los Amigos Americanos (AFSC), una organización defensora de los derechos humanos, tenía que dejar Stockton, pero le ofreció a Magaña un salario si usaba como propia la oficina que esa organización dejaba en la ciudad.
“De no tener trabajo, como represalia de los dueños de las empresas, pasé a tener salario, oficina, equipo y algo muy importante: contactos con organizaciones de todo el país e incluso de otros países”.
Con el tiempo, dejó el trabajo con AFSC para dirigir su propia organización, Justicia para Trabajadores Migrantes.
Ahora Luis Magaña tiene la posibilidad de ayudar, mediante relaciones con organizaciones desde Stockton, a localizar a un migrante extraviado en el desierto de Arizona o averiguar casos de brotes de COVID-19 en compañías empacadoras del área.
Además, casi todos los días visita a los trabajadores del campo, excepto cuando resuelve asuntos en la ciudad.
“Las redes sociales me vinieron a triplicar el trabajo, porque hay más maneras de que se puedan comunicar y pedir atención a los problemas de la gente. Antes se enteraba [de incidentes] cuando salía a la comunidad o en eventos. Ahora son 24 horas [de comunicación”, explicó.
Sobre el mes de la Herencia Hispana, Magaña recuerda que al principio se celebraba esta fecha en la Casa Blanca y que se reunía a latinos sobresalientes por su éxito como empresarios, artistas o personalidades destacadas.
A su parecer “hay muchos otros que le estamos echando ganas para contribuir al bienestar de nuestra gente, creo que eso también es importante”, dice porque refleja lo que somos y nuestras raíces.