Reyna Avelar, la cantante de banda que dejó todo en EE.UU por su sueño en México

Luchó cada segundo por sus papeles con DACA y luego su vida dio un giro radical

Reyna Avelar

Reyna Avelar Crédito: Cortesìa | Cortesía

MÉXICO.- Vestida de short y blusa de lentejuelas; con tacones altos, el pelo ondulado, perfectamente maquillada con largas pestañas, el bilé rojo de donde sale una voz casi tan potente como su seguridad. Reyna Avelar se abre paso como cantante en cada escenario que pisa: en Estados Unidos o e México; en Tengo Talento, Mucho Talento o en La Voz de Televisión Azteca.

Pero ningún reto de ellos la impactó tanto como aquella Feria Regional de Ecatepec.

Eran más de 4,000 personas y coreaban sus canciones. O las tarareaban y chiflaban y bailaban delante de ella cuando apenas tenía unos meses de haber quemado las naves de su vida en Estados Unidos, de luchar cada segundo para ganar sus papeles de DACA y para que no la deportaran hasta que se hartó.

Entonces decidió  regresar a su país y jugarse el todo por el todo.

Ahí estaba en Ecatepec frente aquella masa de gente que la acogía, cantando canciones de amor y de mujeres, de cómo ven el mundo ellas; sus luchas, sus miedos y pasiones. No es fácil ser mujer, tienes que luchar el doble, dice…

“Aquella presentación es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida”, advierte en entrevista con este diario. “Valió la pena dejar todo y volver a mi país”.

De su salida de EE.UU. hace ya año y medio. Reyna lo recuerda a detalle, como si hubiera sido ayer. Su hermano Irvin le había insistido en que se uniera a él porque cada vez que hablaban por teléfono ella era un mar de quejas: que se sentía frustrada por no poder seguir su carrera en la música, de no tocar el acordeón; de ver que Irvin sí ejercía su profesión de fotógrafo con éxito.

Navidad en familia; al frente, Irvin Avelar, el primero en emigrar
La última navidad que Reyna pasó en EEUU.

—Ven, aquí te va a ir muy bien —le decía Irvin desde su estudio en la Ciudad de México, donde había decidido vivir luego de dejar todo en Kansas doce años atrás.

Pero Reyna Avelar se lo pensaba. Tenía miedo de no estar en EE.UU., de meterse en un lío económico, de dejar sola a su mamá con un hijo que requiere 100% de atención por sus problemas derivados del síndrome de down y del autismo; de equivocarse y no poder corregir.

En la balanza negativa en la Unión Americana estaba, por otro lado, la persecución constante de las autoridades y las políticas antiinmigratorias. Por éstas, la familia de ocho hermanos se tuvo que mudarse de Tulsa, Oklahoma, a Wichita, Kansas, por una ley que daba luz verde a la policía local a entregar a indocumentados.

Aunque Reyna Avelar tenía documentos como “dreamer” por haber llegado a los cinco años, no tener antecedentes penales y ser una alumna ejemplar hasta high school, cada vez que “audicionaba” en algún lugar para crecer en la música, le pedían residencia o ciudadanía. “Participaba en el algunos concursos y nada más”.

Escucha aquí una de las canciones inspirada en los dreamers

Un día, frente a la falta de libertad y por el hambre de horizontes, mientras asistía a una abogada en un despacho, entendió aquella canción tan conocida entre los mexicanos en EE.UU., palabras más, palabras menos, “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”.

Pensó también en sus propias letras de cantautora. Emigramos a tierras lejanas, por tener una vida mejor/ que tristeza ver a mi madre llorar con tanta frecuencia/ no poder abrazar a su hijos, del otro lado de la frontera.

—Me voy para México— le dijo a su madre en Kansas.

Nostalgia al revés 

¿Quién iba a decir que María Martínez un día iba a sentir tristeza por no ver a sus hijos que  emigraron al desandar los pasos… ¡a México!? Pero así ocurrió. De sus ocho muchachos, sólo tiene cuatro en EE.UU. (dos en Oklahoma, uno en Texas y otro en Kansas) y el resto en México:  dos en la capital, uno en  en la Baja California y uno más en Zacatecas.

“Tengo el corazón a la mitad: si me voy a un lado o al otro dejo de ver al resto”, cuenta a este diario.

Ella sigue en Oklahoma por su hijo menor que tiene discapacidad. El muchacho tiene 20 años, nació en EE.UU. y el Estado lo protege con todos los servicios de salud que no tendría en México; pero María Martínez no pierde la esperanza de regresar a Tabasco, el pueblo zacatecano de donde emigró con sus chamacos hace 19 años.

La madre escuchó decir a su hija que se iba para México a buscar sus sueños y ella la apoyó y le dio ánimos, le dijo que todo estaría bien aunque perdiera a su única hija mujer y a una amiga quien acompañaba de un lado a otro, de escenario en escenario en busca de oportunidades artísticas. “Yo iba con todo y mi hijo en silla de ruedas”.

Fue un trago difícil. Aunque menos violento que una deportación, el retorno voluntario tiene sus complicaciones. Ni siquiera forma parte de la estadística oficial ni antes ni ahora. La Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación contabilizó entre enero y agosto de este año la deportación de 119, 257 mexicanos; de los cuales, ninguno fue por decisión propia.

Reyna Avelar alcanzó a su hermano Irivin, quien había emigrado a la CDMX en 2008. Por esas fechas él tenía ya su empresa después de 12 años de su retorno desde Oklahoma, de donde huyó para crecer profesionalmente como fotógrafo.

“Allá sólo me quedaba ser mesero o la construcción”, porque si bien DACA le dio la oportunidad de hacer la carrera, después no lo contrataban o lo marginaban: en un estudio para el que trabajaba preferían siempre a la fotógrafa gringa, la rubia…

Así que regresó a Zacatecas donde se matriculó a una universidad para estudiar diseño gráfico antes de mudarse a la capital mexicana y conseguir un trabajo de fotógrafo en una agencia de comercio digital.

Irvin Avelar (der.)con Niurka, la actriz cubana a quien ha retratado
Irvin Avelar (der.)con Niurka, la actriz cubana a quien ha retratado

Retrataba modelos y artistas y con el paso del tiempo hizo su propio proyecto con mucho éxito hasta la pandemia. Su clientela disminuyó a la mitad, pero sigue en pie.

El despegue

Apenas llegó a la CDMX, Reyna envió una audición a Televisión Azteca para participar en la Voz México. A los pocos días la llamaron.

Su participación en el programa la hizo conocida y le abrió las puertas de ferias y palenques. En Tizayuca, Hidalgo, en Zacatecas, en pequeños pueblos de los que olvidó el nombre en el Estado de México, excepto el de Ecatepec, una de los municipios más poblados del mundo.

“Yo cantaba en Wichita frente a un público de 200 personas y de pronto estaba frente a 4,000… ¡era increíble”.

En marzo pasado llegaron las restricciones a las ferias por la pandemia de COVID-19 y a Reyna se le acabó su primera etapa de cantante. No le fue mal, pero había que esperar y trabajar, en tanto, donde hubiera oportunidad. Encontró trabajo en una empresa francesa que hace diagnósticos médicos y buscaba personal bilingüe. “El inglés te abre las puertas en todas partes”.

Sorteando al coronavirus, entre el trabajo de la empresa francesa y otros deberes personales, recibió una buena noticia: el gobierno de EE.UU. le regresaría dinero de impuestos a favor.

Reyna Avelar sacó del baúl su repertorio de canciones y decidió usar ese dinero en financiar su propio disco.

Son 12 canciones y ocho fueron escritas por ella. De amor y desamor al ritmo de la banda. “Falta nuestra voz en ese género”.

Aquí puedes escuchar el album.

El disco vio la luz el 8 de octubre pasado y se promueve en redes con las fotografías que le tomó su hermano y ella se siente más realizada que nunca, sin miedo. Más libre, más reina en muchos sentidos después de aprender a andar el metro y por las caóticas calles de la capital de su país; después de saber que no hay fórmulas para medir o llegar al éxito.

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