¿Qué pasa con los centroamericanos que se quedan en México?

México se convirtió en los últimos años en un país de acogida para los centroamericanos que buscaban el sueño americano, un nuevo hogar para un flujo que no se detuvo ni siquiera con la pandemia

El albergue Casa Indi es actualmente uno de los pocos refugios para indocumentados en México

El albergue Casa Indi es actualmente uno de los pocos refugios para indocumentados en México Crédito: Casa Indi | Cortesía

MEXICO.- A los 26 años, el hondureño Carlos Manuel Herrera se estableció en México. No era  su sueño este país  al  que  sólo  veía como un  trampolín hacia el  “Sueño americano”, un trago amargo que había que pasar con todo el riesgo mortal. Pero  se quedó después de tres intentos  frustrados, el último, en caravana.

En México estoy  de  todos  modos  mejor que en Santa Bárbara”, concluye tres años después de tomar la decisión, harto de jugarse el pellejo en el camino como lo hacen recientemente sus compatriotas: entre 5,000 y 9,000 en el más reciente éxodo que se freno en Guatemala.

Los hondureños se dicen víctimas desde hace décadas de las organizaciones criminales descontroladas, un Estado de Derecho inexistente, una economía colapsada y fenómenos naturales que cada año se ciñen sobre el territorio centroamericano;  en últimas fechas, los huracán Eta y el Iota.

Hijo de una familia de siete hermanos, Carlos Manuel Herrera huyó del hambre sin saber que algún día apoyaría a su familia haciendo de mil usos en Monterrey, la capital del fronterizo estado de Nuevo León, donde se estableció después de varios golpes  y decepciones que implica hacer el intento de cruzar a Estados Unidos.

Dicen que con Biden va a mejorar, pero con (Barack) Obama decían que todo sería mejor y no: yo nunca pude pasar o me tuvieron en un centro de detención, encerrado por meses hasta  que me desesperé y pedí mi deportación y vine otra vez a México”.

México se ha convertido en los últimos años en un país de acogida, un nuevo hogar para un flujo que no se detuvo ni siquiera con la pandemia.

Tan sólo en 2020, la Comisión  Nacional de Ayuda  a Refugiados (Comar) recibió  la solicitud  de 41, 329 inmigrantes y se espera más del doble en el año que inicia como estela del coronavirus y ante las expectativas del discurso  pro migratorio  del demócrata Joe Biden.

Biden hizo muchas promesas  en campaña, incluyendo una Reforma Migratoria  y tenemos mayoría demócrata, pero hace falta que lo demuestre, que  lo cumpla, porque la migración es una papa caliente que nadie quiere agarrar”, dijo Irineo Mújica, activista de la organización binacional Sin Fronteras, guía  de anteriores caravanas.

Las multitudinarias caravanas de finales de 2018 y principios de 2019 tensaron las relaciones entre México y Estados Unidos porque el entonces recién electo presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador llegó con un discurso “de puertas abiertas” a la migración y atizó así el éxodo para furia de Donald Trump.

El mandatario estadounidense amenazó entonces a México con sanciones comerciales si no detenía el flujo. Miles se quedaron en México a esperar su proceso de asilo en Estados Unidos; otros, por decisión propia. Se prevé que en 2021 ocurra una situación similar.

La embajada de  Estados Unidos en México advirtió que mantendrá sus políticas migratorias, al margen de la llegada Biden; en Honduras, la representación diplomática advirtió que sus “socios”, México y Guatemala, no permitirán “que los grupos de caravanas de migrantes avancen hacia el norte en violación de la soberanía.

Pero avanzan. Avanzaron desde 2018 aunque México había desplegado entonces 26,000 militares para frenarla. Los migrantes se liaron en enfrentamientos con los guardias  y macharon  al norte como pretende en estos días la nueva caravana en la medida que el éxodo avanza hacia el norte.

Carlos Manuel Herrera vive desde hace tres años en México. (Foto: Cortesía Carlos Manuel Herrera)

“El  problema es que,  si se quedan en algunas zonas fronterizas de México, tienen condiciones terribles, los albergues están saturados o no tienen suficientes recursos para la comida y terminan deambulando en las calles  o en  lugares improvisados, sin  luz eléctrica, sin agua, con  niños pequeños, viviendo de lo que la  gente les  quiere dar en la calle”, advierte Mujica.

La pandemia del coronavirus y  la  falta de  presupuesto por la cancelación de ayuda oficial   por  parte del actual gobierno mexicano forzó a los  más  de 40 albergues de migrantes en México a cerrar o limitar su capacidad, exacerbando la ya precaria situación de los migrantes vulnerables a la depredación de los grupos criminales.

El honduñero Carlos Manuel  Herrera lo sabe  porque la  última  vez que  quiso cruzar lo agarró  una organización crimial. Había entrado a México en una caravana por Tabasco y con ella siguió  hasta la  Ciudad de México, donde él se encaminó hacia Tijuana y  el resto del éxodo hacia  Laredo.

“En caravana se viaja más seguro, pero yo me arriesgué y en la frontera, cuando quería cruzar solo, me detuvieron y me pidieron una clave para dejarme ir, esa clave es el pago para ellos, yo no lo tenía  dinero y fue un milagro que no  me mataran, que me soltaran”.

Un oasis

En México, Carlos Manuel Herrera  ha trabajado en una tortillería, en la  zafra, en el cultivo y  cosecha de chiles y hasta cuidando pollos antes  de mudarse  a Monterrey porque alguien le dijo que ahí abría más trabajo

Encontró empleo en un empresa de reciclaje y  ahí seguiría si no se hubiera enganchado con el trabajo del cura Felipe de Jesús, párroco de la iglesia Santa María Moretti y fundador de Casa Indi para indigentes y  migrantes.

Actualmente Casa Indi da albergue a 700 personas, principalmente migrantes centroamericanos que en principio tenían la idea de llegar a Estados Unidos pero se han quedado varados en México. “Algunos tienen años  y  nuestro  albergue se ha convertido en una especie de ciudad santuario”, precisa el sacerdote. “No es verdad que en EEUU les estén procesando sus solicitudes de asilo. De todos los que han aplicado en este albergue sólo han sido solicitados 10”.

Mientras tanto Casa Indi tiene que preparar alrededor de 2,700 comidas diariamente  con un presupuesto muy corto procedente de la caridad de los regiomontanos, en primer lugar;  un poco de la Secretaría de Desarrollo Social y de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR).

Con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados no se puede contar.  Tiene un presupuesto tan limitado este año que su titular, Andrés Ramírez, hizo pública la realidad frente a las expectativas de gente de la caravana que mira a México como segunda opción.

“Con una plantilla de no más de 80 personas tenemos que cumplir un rezago histórico de 34,  284 expedientes para 53, 479 migrantes que solicitaron quedase en México”.

El sacerdote Felipe de Jesús reconoce que los inmigrantes y  refugiados de Casa Indi tienen suerte de  encontrarse en uno de los estados más ricos del país, donde las empresas constantemente buscan mano de obra de baja calificación: el promedio escolar de los migrantes centroamericanos es de primaria.

“En Casa Indi estamos buscando capacitarlos en algunos oficios, pero es muy caro  y  no hemos podido juntar el dinero para hacerlo”.

Una niña inmigrante en Casa Indi
Una niña inmigrante en Casa Indi (Foto: cortesía Casa Indi)

En otros estados, la situación es más complicada  por las pérdidas de empleo que generó  la pandemia  y, sin papeles, los migrantes prácticamente viven de la mendicidad. En las grandes ciudades como la capital mexicana se observa  a muchos  de ellos pidiendo limosna aunque no hay un recuento ni  oficial ni extraoficial que dé cuenta del número de personas con este perfil.

Aún  bajo  estas condiciones, el cura Felipe de Jesús es optimista respecto a la nueva caravana. Dice que si no reciben a la gente en EEUU, su albergue podría aguantar hasta unos 300  más a pesar del Covid,  a pesar de que en mayo tuvo que sortear un brote y nadie murió.

“Creemos en el derecho  humano  de emigrar  y lo vamos a defender”, dice.

A Carlos Manuel Herrera lo contrató  como su asistente y  hoy tiene  una salario que, aunque es bajo  y  acorde a las condiciones del país, le  alcanza  para ayudar  a sus padres en  Santa Bárbara algo que reconoce como una bendición en tiempos de la pandemia, en tiempos de desesperación de sus compatriotas que se aproximan. “Los estamos esperando”, dice.

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