Refugiados de Michoacán huyen a Tijuana por actos sanguinarios
Cada vez llegan más personas de este estado mexicano a la frontera en busca de asilo
La señora Irma escuchó que en la calle la gente corría y alcanzó a ver a un hombre que caminaba “como buscando, tenía un fusil”.
Salió a ver de qué se trataba y lo primero que notó fue que unos desconocidos armados golpeaban con las culatas de las armas a su hijo, de unos 20 años de edad.
“Le dijeron a mi hijo que se tenía que ir con ellos a pelear, pero mi hijo les dijo que no quería, que no sabía nada de pelear con armas, y le dijeron ‘ah, pues entonces te vamos a matar’”, dijo Irma a La Opinión.
“Yo me acerqué y les dije que por qué lo golpeaban, que él no sabía pelear y que no se iba a ir. Entonces me pegaron con una culata y me dijeron que también a mí me iban a matar”, explicó Irma (no es su nombre verdadero).
Los hombres la amarraron por las muñecas a la espalda tan fuerte “que sentí que se le cortaban los brazos”. La agarraron del cabello y la arrastraron, Irma calcula que por lo menos 200 metros, mientras la arrastraban, quedaban trozos de sus rodillas por el suelo y su piel sangrando.
Su hijo, también atado a la espalda, todavía pudo suplicar que no golpearan a su madre, pero lo callaron con golpes de culata en el rostro y en el pecho.
A la señora Irma, de 41 años, la obligaban a golpes a que viera cómo torturaron a su hijo. De lo menos que hicieron fue quemar cable y le dejaron caer en los ojos gotas del plástico que se derretía.
A ella le pegaron tan fuerte en la cabeza, que perdió el sentido y cuando lo recuperó no podía ver.
“Luego me di cuenta de que estaba en un hoyo que tenía agua hasta poco más arriba de mis tobillos. Había como basura y estuve buscando, hasta que encontré algo en lo que estuve tallando la cuerda con que me habían amarrado, hasta que lo corté”, recordó.
Irma dijo que por un rato suplicó a Dios que le ayudara a salir de ese hoyo pues se le dificultaba con las manos tan adoloridas y las paredes húmedas.
Al salir, calcula que caminó unas dos horas y media, mientras seguía lo que le parecía que era una luz. Ella pensaba que era el poblado de Aguililla, de donde se la habían llevado.
Recuperaba un poco la vista y conforme se acercaba al poblado confirmaba que percibía luces de las calles. Por el camino llamaba a sus otros dos hijos, un joven de 17 años y una adolescente de 14, quienes finalmente salieron a encontrarla.
Herida, sangrando de las piernas y todavía sin poder ver bien, Irma salió esa misma noche con sus hijos más chicos de Aguililla, quedándose con la preocupación y el dolor de su hijo que también estaba siendo torturado.
Ella viajó del estado de Michoacán hasta llegar a Tijuana, donde fue hasta la garita de San Ysidro a pedir a los inspectores de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) que por favor la protegieran, sus heridas en el rostro y las piernas eran visibles.
“Yo estaba ahí en ese momento, porque había ido a dejar a unas familias que cruzaron a Estados Unidos”, dijo un pastor, quien dirige un albergue con más de 300 personas. “Un oficial de CBP le explicó a Irma que tenía que seguir un protocolo para pedir asilo, y que podía venir conmigo al albergue”.
La familia sigue ahí y ya presentó una petición a una organización legal para que le ayude en su caso de asilo, pero Irma está muy temerosa, porque la misma organización criminal que la torturó y desapareció a su hijo, es una de las que se disputa la plaza de Tijuana.
Sin embargo su caso está lejos de ser único, de acuerdo con el pastor que dirige el albergue.
“Ahora aproximadamente el 85 por ciento de las personas que tenemos aquí son de México, casi todas de Michoacán, Guerrero y unos cuantos de Oaxaca”, explicó el pastor, quien calcula que más del 40 por ciento de los migrantes son michoacanos.
En cuanto a la saña con que los sujetos lastimaron a Irma y a su hijo mayor, el pastor explicó que muchos de los michoacanos y guerrerenses en el albergue tuvieron que pasar por situaciones similares.
“Parece que ese cartel necesita hombres para llevarlos a pelear a combates y se los llevan por la fuerza. A los que se resisten a ir, pues los torturan, para que sean escarmiento para otros que tampoco quieren ir”, reflexionó el pastor.
Gracias al pastor, Irma tiene documentadas en denuncias las heridas todavía visibles, pues no ha pasado siquiera medio mes desde que la torturaron, pero ni el albergue, no la madre soltera tienen recursos para una serie de rayos equis que fortalecerían su petición.
Religiosos y organizaciones de michoacanos en California tendieron hace unas semanas un puente humanitario entre Aguililla y la sierra en ese estado y comunidades en el estado de California.
De acuerdo con organizadores, a Tijuana llegan en promedio 1,500 familias mensuales que huyen de la violencia.
La coalición abrió un centro de atención a michoacanos, donde con el apoyo de la organización legal Al Otro Lado les ayudan a llenar sus peticiones de asilo a Estados Unidos.
Mientras tanto en el campamento migrante en la garita de El Chaparral en Tijuana, ahora hay por lo menos 2,300 personas y un funcionario local, dijo a La Opinión que la mayoría de las nuevas familias que han llegado son de Michoacán.
“Las familias creen que si llegan ahí les va a ayudar para pedir asilo, no han comprendido que las solicitudes se hacen por internet”, dijo el director de la oficina de Atención al Migrante del municipio de Tijuana, José Luis Pérez Canchola.
Sin embargo reconoció que las familias michoacanas llegan al lugar todos los días al huir de la violencia.